CONSTRUIR
LA MAYORÍA
En nuestra tradición y en nuestra cultura, tan ricas
en experiencias y avatares, la cuestión de las alianzas, de la formación de un
bloque popular capaz de generar dinámicas profundas hacia la consecución de una
democracia total, ha sido central en todas nuestras elaboraciones y
proyecciones estratégicas.
El Manifiesto-Programa de 1975 y los demás que el
PCE ha desarrollado desde entonces son casi obsesivos en una cuestión central:
las alianzas sociales en aras de unos objetivos comunes. Esas alianzas se han
expresado siempre en torno a ejes programáticos considerados como base objetiva
del acuerdo. IU fundamentó su creación en la coincidencia de programa y en la
forma colectiva de elaborarlo. Salvo períodos muy fugaces, el PCE ha sido una
fuerza política caracterizada por buscar la creación de una mayoría social
capaz de generar cambios con el objetivo de arribar a lo que en el citado
Manifiesto-Programa denominábamos Democracia Política y Social.
Sin embargo, con el tiempo, y debido a las urgencias
electorales y sus prioridades en definir un bloque de izquierdas, hemos ido
reduciendo el ámbito de las alianzas, objetivamente posibles, a un espacio
denominado, a veces con notable distorsión, de izquierdas. Y así, dejándonos
llevar por ese reduccionismo identitario, hemos arribado a un discurso y una
práctica en los que las alianzas se pretenden establecer entre siglas
supuestamente representativas de una casa común, unos orígenes comunes o un
espacio sociológico común.
Las consecuencias de ese reduccionismo ha conllevado
dos situaciones: la visión del proyecto de izquierdas solamente en momentos
electorales y a través de una alianza parlamentaria y la permanente subdivisión
y atomización de quienes han fundamentado su discurso y una parte importantes
de su práctica, en intentar recomponer un bloque en torno a una ficción. Por
eso la llamada unidad de la izquierda termina siempre en un anhelo de formar
coyunda con el PSOE.
Pero si nos acercamos al concepto mayoría sin tener
que pasar por los filtros partidarios o sindicales nos encontraremos ante una
realidad social cuyos componentes se caracterizan por ser la legión de
dominados: parados, precarios, pensionistas, funcionarios, marginados, jóvenes
sin expectativa alguna, frustrados, dependientes, empresarios proletarizados,
autónomos auto-explotados, capas y estratos de la clase media, etc. Una mayoría
que existe como tal en función de su condición subalterna y precarizada.
Parafraseando a Marx podríamos hablar de una mayoría en SI.
Pero esa mayoría está fraccionada, a veces
enfrentada como votantes, como portadores de valores sociales y culturales
contrarios; y con prácticas informadas por el pensamiento
tradicional-conservador. Su rechazo a todo aquello que suene a política,
partidos, sindicatos o movilización es algo evidente. Es proclive a dejarse
seducir por mensajes simplistas y maniqueos. El poder vierte sobre ella, de
manera explícita en unos casos y subliminal en otros, esquemas de conformismo y
de imputaciones fáciles a políticos, sindicalistas y personas que intentan
romper con sus protestas este estado de cosas.
Sin embargo, en esta abigarrada mayoría reside la
potencialidad de cambiar la situación. Precisamente su condición de dominada
ofrece inmensas posibilidades de ser interesada hacia una propuesta que afronte
los problemas más inmediatos, más perentorios, más urgentes. Un trabajo, un
lenguaje, unas prácticas y una gran capacidad de paciente didáctica
convenientemente organizados puede hacer evolucionar a la mayoría o al menos a
la mayor parte de ella a una situación de mayoría PARA SI.
Programas nacidos de una elaboración colectiva, con
objetivos precisos, sin concesión a la retórica que a nosotros tanto nos tienta
pueden, como las fichas del dominó, iniciar un proceso que, en cascada, vaya
yendo de lo simple a lo más complejo y con ello a mayores grados de
concienciación y participación.
Nuestra natural tendencia a plantear un discurso y
unas medidas con fuerte impronta identitaria de izquierda deben, a mi juicio,
ser sustituidos por metas más concretas e inscritas en ámbitos propositivos que
asumidos, siquiera teóricamente, con carácter universal son de difícil
cuestionamiento. Obviamente me estoy refiriendo a los DDHH y documentos
concomitantes con los mismos. La lógica de su aplicación universal conlleva,
inevitablemente a la formulación, por sentido común, de que el bienestar de la
mayoría supedita la actual independencia de la economía con respecto a la
política emanada de la voluntad popular.
Creo que en esta tarea, muy someramente expresada
por mi parte está la única, por ahora, posibilidad de iniciar un proceso de
cambio. Ojalá que esta reflexión sirva para analizar críticamente muchos
discursos, muchas visiones políticas desarrolladas en el friso de la
escenificación institucional con palabras y discursos otrora vibrantes pero
ahora inocuos.
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