REPENSAR
LAS HUELGAS
Mientras escribo estas líneas la huelga general del
14 de noviembre llega a su fin. Desde la prensa nos llega ya el habitual
enzarzamiento entre Gobierno y sindicatos sobre las cifras de seguimiento de la
jornada. Pero el debate soterrado que fractura la sociedad española es otro: el
de aquellos que defienden el derecho a huelga hasta el punto de intimidar a los
"esquiroles" frente a los que creen que el derecho a trabajar debe
ser tan o más respetado que el derecho a no hacerlo. ¿Es posible encontrar un
equilibrio entre estas dos posturas? ¿Una huelga puede ser respetuosa pero
efectiva? Estas y otras preguntas deberían ser abordadas por los sindicatos si
quieren seguir haciendo de la huelga un instrumento útil en la sociedad
española del siglo XXI.
Sin duda, hay motivos suficientes para entender que
la calle esté caldeada. Aquellos que se rasgan las vestiduras por cualquier
falta en el comportamiento en los manifestantes se olvidan de que después de
más de cuatro años de crisis estamos sufriendo un paro de más del 25% (50%
entre los jóvenes), desahucios continuos y una creciente ola de suicidios
producto de la desesperación por haberlo perdido todo. En estas circunstancias,
parece hipócrita o iluso pedir total contención a la parte de la ciudadanía que
peor lo está pasando.
Sin embargo, insultar y acosar a los que no hacen
huelga no es un medio adecuado y justo para lograr cambios políticos. Las
circunstancias hoy en día son muy distintas a las de hace unos años, y por eso
pretender que todo el mundo deje de trabajar no es solo una imposición, es algo
inviable: hay autónomos y pequeños empresarios que no se pueden permitir ni
cerrar un día y están haciendo malabares para no despedir a sus trabajadores,
hay asalariados que están en el filo de la navaja para poder llegar a fin de
mes, hay quienes sufren amenazas de sus superiores para acudir al puesto de
trabajo, y todos los jóvenes que ese día deben desempeñar un trabajo temporal
deben cumplir so pena de no volver a ser contratados. Atacar a estos colectivos
de forma agresiva, además de un acto de incivismo, solo sirve para deslegitimar
la huelga frente a muchos ciudadanos y no tiene una incidencia real a la hora
de conseguir resultados tangibles.
Por eso creo que en las actuales circunstancias es
preciso encontrar nuevas vías para canalizar esta legítima indignación hacia
huelgas generales más inclusivas y efectivas. Estoy hablando de opciones que no
son tan sencillas como ir por la calle vociferando frente a comercios y que a
veces supondrían el ejercicio claro de acciones de desobediencia civil, pero
que desde mi perspectiva serían más justas que el atacar indiscriminadamente a
trabajadores y comerciantes que no pueden o quieren parar. Entre estas vías de
actuación que los sindicatos podrían seguir para hacer de las huelgas un
instrumento de cambio adaptado a los difíciles tiempos actuales, destacan ideas
como las huelgas de consumo, los paros planificados en sectores estratégicos o
las manifestaciones unitarias:
•La opción de la huelga de consumo, que permite una
participación más amplia de todos los ciudadanos, cada vez cobra más fuerza
gracias al impulso de movimientos como el 15M. Una huelga no debería ser solo
dejar de trabajar, sino dejar de consumir. No tiene mucho sentido que un
manifestante que insulta a un comerciante por "esquirol" se vaya poco
después a tomarse unas cervezas en un bar. Es muy importante hacer hincapié en
este punto, y los sindicatos mayoritarios podrían aplicarse más en difundir
esta modalidad de protesta. Estas huelgas de consumo pueden tener incluso un
mayor potencial para extenderse en el tiempo, por cuanto se podría orientar a
la gente durante un determinado período a dejar de utilizar un servicio o
producto (bancos, consumo eléctrico...), o incluso a primar el consumo de unos
(de producción local, ecológicos...) frente a otros.
•Respetar a las personas que quieren trabajar o se
ven obligadas a ello no supone dejar de llevar a cabo otras acciones más
contundentes que afecten al normal funcionamiento del país. No nos engañemos:
el fin de una huelga debería ser siempre paralizar un estado en señal de
protesta. No podemos caer en las trampas de los medios utraconservadores que
quieren hacer ver el paro como algo injustificable y que destroza la imagen
nacional: es nuestro deber como ciudadanos indignados decir basta y denunciar
las políticas erráticas de nuestros gobernantes, los auténticos culpables de la
imagen deteriorada de la "marca España". Pero estos esfuerzos deberían
encauzarse a medidas que dificultasen realmente la marcha normal del país y
pusiesen en dificultades al Gobierno, no a estigmatizar a los
"esquiroles". Los cortes de carreteras y la interceptación y
paralización de sectores estratégicos del país a través de acciones de
resistencia pacífica no violentas, incluso por varios días, serían básicos para
lograr una huelga realmente efectiva. Detener varios días puertos, refinerías y
transporte sería un golpe realmente certero que evitaría atacar directamente a
pequeños empresarios y empleados humildes y pondría en un brete a nuestros
dirigentes.
•Sería conveniente que las huelgas se vinculasen a
grandes manifestaciones de unión ciudadana, en la que no primen las banderitas
autoreferentes de los sindicatos, sino las consignas de una sociedad unida
frente a la injusticia y la desigualdad. A pesar del éxito de las
manifestaciones de este miércoles, es absurda la actual situación en la que
distintos sindicatos y organizaciones sociales desfilan separados mientras hacen
gala de las enseñas de su organización particular. En esto iniciativas como el
15M o DRY tienen mucho que enseñar, al haber sido capaces de unir a la
población al margen de símbolos para luchar por cambios reales en relación a
los problemas que afectan a todos los españoles.
•Las huelgas no deberían ser un mero grito colectivo
sin un objetivo concreto: tendrían que estar muy enfocadas a obtener
compromisos claros y contundentes por parte del Gobierno. Mientras estos
compromisos no se produzcan, deberían mantenerse todas las medidas que hemos
comentado, de forma continua o intermitente: huelgas de consumo, paros
estratégicos y por sectores, manifestaciones, cortes de tráfico, otras acciones
de desobediencia civil...
Todas estas medidas podrían ser muy útiles para
llevar a cabo huelgas realmente efectivas. Pero creo que serán inútiles si los
sindicatos no evolucionan para evitar convertirse en reliquias del pasado. Su
papel es cada vez más cuestionado por parte de la sociedad, que critica los
privilegios de sus cúpulas y no entiende qué hacen estas organizaciones en
favor de colectivos como los jóvenes, los precarios o los parados. Algunos
sindicatos minoritarios como CGT están haciendo verdaderos esfuerzos por
funcionar de forma democrática y transparente, por utilizar las nuevas tecnologías,
y por hablar de forma cercana de los problemas reales que preocupan a la
mayoría de los ciudadanos. Pero es preciso que estos cambios lleguen a las
grandes centrales sindicales, CCOO y UGT. Del mismo modo que los grandes
partidos necesitan para sobrevivir una renovación que aumente la democracia
interna y la transparencia y elimine amiguismos y corrupción, los sindicatos
mayoritarios también deberían adaptarse a los nuevos tiempos. Renovarse o
morir: de ellos depende.
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