CARTA
DE OTRO CIUDADANO
Querido Yeray, nos están estafando.
Tanto a ti y a tus familiares y amigos, como a mí y a los míos. Somos todos
nosotros víctimas de un timo monumental que está acabando con la sociedad y con
las bellas conquistas que creíamos haber alcanzado, entre ellas la democracia.
Lamento con indignación la actual
situación de tu padre, tan semejante a la de millones de españoles que han sido
despedidos y expulsados de un mercado que ni siquiera en sus mejores tiempos
fue amable con nosotros.
Como tu hermano, que no encuentra su
lugar en este país, a pesar de su notable formación, yo también estuve en el
limbo laboral hace unos meses. Siempre he tenido que sobrevivir con becas de
350 euros mientras estudiaba, de 800 trabajando en empresas después y en la
mejor de las ocasiones rozando el famoso título de mileurista. No obstante, me
considero una persona con suerte; mis padres, como los tuyos, ambos
trabajadores incansables (profesor de secundaria y ama de casa), pudieron
colaborar en financiar mis estudios de máster. Como miles de jóvenes ciudadanos
que se encuentran ahora mismo en situación de emergencia.
Te escribo porque te has dirigido a los
diputados, y como tal, tengo el deber moral de responder una carta que va
dirigida, entre otras personas, a mí. Pero lo hago para reafirmar tus tesis y
para animarte a no desfallecer en la lucha. Te escribo para sumarme a tu rabia
y ofrecerme a tu combate y el de todos nosotros.
No olvidemos que toda estafa tiene un
estafado y un estafador. Ya sabemos qué papel jugamos quienes somos recortados;
nos falta averiguar quiénes son la contraparte. Aunque en realidad no es
difícil, pues afortunadamente muchas cabezas pensantes han desvelado ya a esos
sinvergüenzas. Son aquellos que vivieron del pelotazo, estableciendo relaciones
político-empresariales que desviaban nuestro dinero hacia sus cuentas en los
paraísos fiscales que ningún gobierno persigue. Son aquellos que aprovecharon
la injusta ley para engañar al ciudadano, como en el caso de las preferentes.
Son también aquellos banqueros que juegan con nuestras vidas como si estuvieran
en una partida de monopoly. Y son, en definitiva, todos aquellos que se han
enriquecido en las últimas décadas mientras el resto padecíamos condiciones de
precariedad absoluta. ¡Y todavía tienen la cara de decirnos que vivíamos por
encima de nuestras posibilidades!
Eso sí, sería injusto decir que la
política tiene la culpa. La política es algo digno, pues es el arte de
encontrar la mejor forma de organizarnos como sociedad. La política no tiene la
culpa de que en su nombre se hayan violado tantos derechos y libertades. La
culpa la tienen los que firmaban proyectos de aeropuertos sin aviones y quienes
prestaban dinero a mansalva sabiendo que en caso de hundimiento del barco ellos
serían las ratas. Y sin duda también tiene la culpa la indiferencia, esa que
induce el pensamiento único y que acaba traduciéndose en un peligroso
conformismo político. Pero la respuesta es más política, y no menos. Más
política para transformar nuestras vidas. Y nosotros tenemos ahora esa
responsabilidad.
Querido Yeray, yo soy político porque
creo en otro mundo posible y necesario. Creo en la justicia social, en la
solidaridad y en una vida pública austera. Yo desde luego no me voy a rendir, y
aprovecho esta misiva para pedirte que tú tampoco lo hagas. Porque, entre otras
cosas, somos más.
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