Y GANA EL SOLDADO. ANÍBAL MALVAR


Y GANA EL SOLDADO
Se la lía Juan Carlos a Rajoy en el desfile de las Fuerzas Armadas, echándole una bronca pública a la vista de todos, y aquí no pasa nada. O sea. Tenemos un rey cabreado y un presidente que ni se cree electo. Me parece que nos vamos al desastre. Por los gestos de su majestad, poco ha faltado para que el capitán general de nuestras fuerzas armadas mandara ayer fusilar al presidente español allí mismo, pero se conoce que esta práctica ya no está tan bien vista como antaño, y nuestro adorado Mariano se libró del paseíllo con una sonrisita y una bajada de cabeza, como los alumnos desaventajados de antes.

Esto nos pasa por seguir celebrando el Día de las Fuerzas Armadas con soldados. No se debe repetir este esperpento, porque los militares, y su jefe el rey, van y se crecen en cuanto sacan los tanques. Aunque sea con permiso.


Por mucho que nos cuenten que este año solo nos hemos gastado 230.000 euros en el desfile, y por mucho que nos expliquen que eso es ahorrar, a mí me parece que eso de sacar cada 12 de octubre al ejército a la calle es incitar a marimorenas, broncas y asonadas. Que se lo digan a Rajoy. Lo de ayer, en el marco en el que se produjo, no es una mera bronca. Es la metáfora de lo poco que avanza España. Es lo de siempre: un soldado gritándole a un presidente electo. Y el presidente electo dando pruebas de vasallaje ante el soldado.

Yo, francamente, propondría para el 12 de octubre un desfile de maestros y profesores universitarios, que representan, desde mi modesto entender, una visión de la hispanidad más acorde con los porvenires que añoramos. Opinarán ustedes, y con razón, que antes de dar este paso los maestros tendrían que aprender a pilotar aviones, a disparar un AK-47 y a bombardear escuelas. Pero es que el lector, en su candidez, no se entera de que corren otros tiempos.

Hoy que los ejércitos invaden solo en plan humanitario, y ya casi no gastan bombas de racimo, un soldado es mucho menos peligroso que un maestro. La famosa e interminable guerra de Afganistán es el último ejemplo cristalino de esta nueva forma de conflagración humanitaria. En contraste con la ferocidad escolar con la que nuestros enseñantes asesinan mentalmente al alumno español a golpes de educación para la ciudadanía, en Afganistán solo se mata por accidente. La educación para la ciudadanía sí que era un escándalo y un genocidio.

A mí me impresionaría mucho más, como ex alumno de la privada, un desfile de feroces maestros rojos en 12 de octubre que este paripé de soldaditos disciplinados. Y yo creo, incluso, que fomentar la figura del maestro con un desfile anual, contribuiría más a garantizar la unidad de España que sacar los tanques por Madrid, que anda imposible de tráfico.

Pero nos empecinamos y pasa lo que pasa. Si el desfile de ayer hubiera sido de maestros, no creo que el rey hubiera osado encararse así con nuestro atribulado presidente. Un rey es, por definición, un hombre que le tiene más miedo a un maestro que a un soldado. Y nuestro rey en especial, que nunca fue aventajado alumno de nada, seguro que se acojona más ante un profesor de filosofía que ante un general de ejército de tierra con un brazo de menos y un parche en el ojo.

Al final va a tener razón nuestra derecha. Como siempre. Más que educación para la ciudadanía, que era una perversión que incitaba a las niñas a no quedarse embarazadas, este país necesitaba una asignatura obligatoria denominada educación para la monarquía, en la que se explicara, por ejemplo, que ya no está de moda que un soldado intente amedrentar a un cargo electo, y menos ante sus electores. No es que yo no encuentre un par de millones de razones para soltarle a Rajoy una gavilla de improperios a la cara. Pero es que yo no soy soldado. No llevo bombas de racimo en la cartuchera. No soy heredero de Franco. Y mis improperios los suelo depositar en una urna, y no ante las cámaras de televisión y rodeado de émulos de Rambo.

Rajoy debería pedir ante el congreso de los diputados la reprobación de la actitud monárquica de ayer. Porque lo que hizo ayer Juan Carlos fue peor que, por ejemplo, okupar el congreso. Fue okupar la democracia. Fue okupar la dignidad de un fulano que representa a la mayoría absoluta. Otra cosa es que uno se haya divertido enormemente observando la escena una y otra vez. Las caritas ridículas de Rajoy. Su frente mansa. El desplante final del rey, que se aleja sin despedirse. Todo muy hilarante. Salvo por el hecho de que la escena la protagonizan un soldado de fortuna y un presidente electo. Y el soldado gana.

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