LA MUERTE DE JULIO FUENTES. GERVASIO SÁNCHEZ


JULIO FUENTES

La mañana del lunes 19 de noviembre de 2001 no pudo empezar peor. Poco después de levantarme recibí la llamada del periodista Ramón Lobo: “Hay cuatro periodistas muertos en Afganistán, parece que uno de ellos es Julio”. Durante las siguientes horas los teléfonos fijos y móviles no dejaron de sonar. Hasta que lamentablemente se confirmó la trágica noticia.

Julio Fuentes (1954), enviado especial de El Mundo, había sido asesinado en la carretera de Jalalabad a Kabul junto a otros tres compañeros de profesión: la corresponsal italiana del diario Il Corriere Della Sera, Maria Grazi Cutuli, el cámara australiano Harry Burton, que trabajaba para la agencia Reuters, y el fotógrafo afgano Azizula Haidari.


El periodista Julio Fuentes junto a Javier Bauluz y Gervasio Sánchez en Lima (Perú) en abril de 1990 durante la campaña electotal

Tres días después, el jueves 22 de noviembre, estaba prevista la presentación de Los ojos de la guerra, una recopilación de textos escritos por 70 periodistas y fotógrafos españoles y extranjeros publicado por Plaza y Janés en homenaje a Miguel Gil Moreno, que había muerto en mayo de 2000 en Sierra Leona junto al corresponsal de Reuters, Kurk Schork, en una emboscada perpetrada por un grupo guerrillero. Con los derechos de autor se creó un premio periodístico que lleva el nombre de Miguel Gil y que se sigue entregando anualmente.

En este manual de periodismo que diez años después todavía compran los estudiantes universitarios, Julio Fuentes había participado con un magnífico texto titulado Réquiem por Grozni en el que escribió: “Sólo pensar que debíamos ir a Grozni para documentar la masacre, el exterminio de los últimos chechenos sobrevivientes de la última guerra y, antes, de las deportaciones masivas ordenadas por Stalin te aceleraba el corazón. Pero si una ciudad en el mundo necesitaba periodistas, esa era Grozni”.

El cadáver de Julio llegó a Madrid a las 19,00 de la tarde del 22 de noviembre, a la misma hora en que se iniciaba la presentación de Los ojos de la guerra en el Círculo de Lectores ante centenares de personas entre las que destacaba muchos periodistas y, sobre todo, estudiantes universitarios.

Los amigos de Julio, aquellos que habíamos coincidido en tragedias mediáticas y olvidadas a lo largo de este mundo, nos tuvimos que dividir: Ramón Lobo y Fernando Quintela me acompañaron en la mesa de presentación; Santiago Lyon, Javier Bauluz y Enric Martí fueron al aeropuerto de Getafe a esperar la llegada del féretro y de Mónica García Prieto, esposa de Julio.

Al finalizar el acto de presentación la madre de Miguel Gil y sus hermanos nos acompañaron al tanatorio porque deseaban dar el pésame a la esposa de Julio y a su padre. Fueron horas de gran tensión emocional. Miles de personas pasaron por aquella capilla mortuoria. Muchos vinieron para solidarizarse con la familia. Algunos querían formar parte de los íntimos de Julio aunque jamás lo hubiesen visto o sólo se hubiesen cruzado con él en alguna ocasión.

Arturo Pérez Reverte lo contó unos días después con su estilo chusquero pero profundamente cariñoso en un artículo titulado La leyenda de Julio Fuentes: “Se habría partido de risa, el muy cabrón, si hubiera sabido de antemano lo que se iba a decir y a escribir sobre su fiambre. Hasta los tertulianos de radio y los periodistas del corazón estuvieron, los días que siguieron a su muerte, llamándolo compañero -nuestro compañero Julio Fuentes, decían sin el menor rubor- y glosando con toda la demagogia del mundo su compromiso moral con la información y su sacrificio casi apostólico en aras de la humanidad, la libertad, la igualdad y la fraternidad. De haber estado al loro sobre tanto panegírico -me lo imagino, como siempre, revisando las pilas del sonotone y acercando la oreja para oír mejor-, Julio se habría carcajeado hasta echar la pota. Ni puñetera idea, habría dicho. Esos cantamañanas no tienen ni puñetera idea. Pero déjalos. A estas alturas me da lo mismo. Y además, qué coño. Suena bonito”.

Cuando el tanatorio se vació de conocidos y curiosos los íntimos de Julio concelebramos junto a su ataúd una especie de homenaje más íntimo repleto de anécdotas y curiosidades sobre la vida de un hombre que vivió la información internacional como si fuera un misionero.

Nos carcajeamos a recordar cómo Julio nos había engañado a todos quitándose cinco años al aprovechar un error tipográfico en un carnet de identidad. Nos acordamos del día en que metió el colchón en el cuarto de baño del hotel Osijek en la guerra de Croacia en octubre de 1991 porque quería dormir a pierna suelta después de días de insomnios y hubo que reventar la puerta para sacarlo cuando el inmueble se convirtió en un objetivo de la artillería serbia.

Después de siete años en Cambio 16 había ingresado en 1989 en El Mundo formando parte del equipo fundacional y había cubierto hasta el día de su muerte varios conflictos armados en Centroamérica, la antigua Yugoslavia, Asía y África. En sus últimos años de vida había iniciado una prometedora carrera como escritor publicando Sarajevo Juicio Final (1997) y Rebelión (2000).

El 8 de octubre de 2007 fue ejecutado en Kabul Reza Khan, el asesino confeso de Julio,[y tras ser condenado por un tribunal en 2004. Los familiares de los periodistas muertos batallaron para que se le conmutase la pena de muerte por una condena de cárcel.

Julio formó parte de un exclusivo club de periodistas y fotógrafos españoles que se hicieron adultos profesionalmente hablando en las primeras guerras balcánicas y, sobre todo, durante la cobertura del cerco de Sarajevo que duró más de tres años y medio entre abril de 1992 y septiembre de 1995. En la ciudad cercada pasó largas temporadas relatando diariamente la tragedia de los civiles asesinados en el mayor matadero de la trastienda dela Europacomunitaria.

Todavía lo recuerdo en los pocos ratos libres que una guerra ofrece a los periodistas dibujando en una servilleta de papel la casa que se estaba construyendo en los Picos de Europa. “Es una lugar increíble y solitario y podré mirar sin obstáculos la pared más conocida de la cordillera”.

Confieso que nunca le creía. Me parecía un sueño en aquel lugar donde la muerte diaria se abría paso cada minuto ante la inoperancia y el cinismo de los políticos y diplomáticos europeos. Pero él insistía: “Ya sé que es difícil de creer, pero he encontrado el lugar ideal para retirarme”.

Tres semanas después de su muerte su viuda y también periodista Mónica García Prieto nos pidió a un grupo reducido de amigos que la acompañásemos a la casa de los Picos de Europa donde quería lanzar sus cenizas después de una ceremonia íntima. Cuando llegué con mi mujer y mi hijo de tres años a su casa sólo pude repetirme: “Julio tenías razón. Este lugar es único y mágico.”.



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