El
90% de la gente es comunista sin saberlo. Sé que podrá sonar a
afirmación excéntrica para llamar la atención. Nada más lejos de
mi intención.
Supongamos
que somos astronautas y descubrimos un pequeño planeta. Este planeta
está habitado por una especie de seres, algunos de los cuales son
verdes y otros azules, aunque todos se alimentan de bananas. Lo que
pasa es que sólo hay cinco bananeras en todo el planeta. Cuatro de
ellas están están en la zona donde viven los 90 verdes; la quinta,
donde viven los azules, que son sólo 10. Sin embargo, los 90 verdes
(que se mueren de hambre) trabajan para los 10 azules (que, para
colmo, viven en la opulencia).
Supongamos
que volvemos a la Tierra y hacemos una encuesta. ¿No están seguros
de que, como poco, el 90% de los encuestados pensaría que esa
situación es injusta y abominable? ¿No están seguros de que al
menos nueve de cada diez encuestados serían razonablemente
partidarios de colectivizar las cinco bananeras, puesto que de este
modo nadie tendría que morir de hambre en pos del disfrute ajeno?
Cualquier
persona que piense esto; cualquier persona a la que le parezca
inmoral e incluso nazi la postura del 10% restante (que he dejado por
margen de error, más que por otra cosa) es ya comunista sin saberlo.
Porque
nosotros vivimos en ese mundo de los verdes y los azules (aunque los
colores aquí sean otros...). Pensémoslo. ¿Cuánto petróleo, oro,
diamantes, coltán o plata tiene España? Prácticamente nada. En
cambio, ¿cuánto tienen África o Latinoamérica? Inmensas reservas.
¿Cómo es posible, entonces, que allí estén peor? ¿Quizá algo
inherente a su raza? ¿O tal vez elaboran Constituciones más
imperfectas que la española y ello les lleva misteriosamente al
hambre? ¿No tendrá algo que ver el hecho de que, hace unos siglos,
esos países fueran esclavizados por nosotros? ¿Será también
casualidad que, cada día, nuestras multinacionales sigan explotando
sus recursos y reinvirtiendo los capitales aquí, en la metrópoli?
Incluso
la FAO (la organización específica de la ONU ocupada de asuntos
alimentarios) reconoce que este planeta es capaz de abastecer a más
del doble de su población. Incluso el Global Footprint Network
(California) demostró matemáticamente que el nivel de vida de un
país como España es imposible de generalizar a todo el planeta
(harían falta tres planetas Tierra para ello).
Dado
que sólo disponemos de un planeta Tierra, ¿cómo justificaremos
nuestro derecho a vivir por encima de otros pueblos, si no es
mediante tesis supremacistas? Si mi nivel de vida es imposible de
generalizar a cada ser humano del mundo, no puedo defenderlo como
argumento de nada, porque es sencillamente defender un privilegio.
Según
ese mismo estudio, hay otros países cuyo nivel de vida sí es
sostenible para el planeta, pero en ellos existen situaciones de
miseria y muerte de hambre. Existe un único país en el mundo
(insisto: sólo uno) que cumple al mismo tiempo los requisitos de
sostenibilidad y bienestar, sin muerte de hambre: Cuba.
Así
pues, el único modelo económico que cabe defender sin estar
defendiendo privilegios es el cubano. Se piense lo que se piense de
su modelo político, lo que acabo de decir es irrefutable, por un
motivo bastante sencillo: no es una opinión. Cuando un profesor
explica en la pizarra que dos más dos son cuatro, no está diciendo
que su opinión sea que dos más dos son cuatro. Lo que yo acabo de
escribir tampoco se sitúa en el terreno de las opiniones. No está
por encima ni por debajo de ellas, tampoco a su izquierda o a su
derecha. Sencillamente está en otro plano completamente diferente:
el de los hechos objetivos.
Si
hay recursos sobrados para abastecer a todos pero no se hace; si,
además, mi nivel de vida no es generalizable a todo el planeta; si,
para colmo, las zonas más ricas en recursos son otras y precisamente
las más hambrientas, entonces ¿cómo negar que estoy viviendo a
costa de la explotación de quienes no están abastecidos? Es lógica
matemática, ¿cómo refutarla? No se trata de superioridad
intelectual, sino de que yo, con mayor o menor suerte, al menos busco
la verdad, y no la justificación de intereses espurios.
El
quid de la cuestión está en que el hambre no es producto del mal
funcionamiento del sistema, sino del buen funcionamiento del sistema.
La concentración creciente de los recursos es inherente a la propia
lógica del sistema económico capitalista. Por eso éste asesina a
40.000 personas de hambre cada día, una por una. En otras palabras,
cada día hay doscientos 11-M en el mundo, pero de hambre. ¿Por qué
nos importará tan poco? ¿Será precisamente porque sospechamos
miserablemente su causa y, en lugar de comunistas sin saberlo, somos
nazis sospechándolo?
Nos
han escamoteado el verdadero debate: ese es el problema. Nos lanzan
cien patrañas sobre Cuba (que no hay elecciones, que las hay pero
sólo pueden presentarse los del PC, que viven peor que el resto de
Latinoamérica, que no tienen permiso para opinar, que su prensa es
menos libre que la que controlan multinacionales como PRISA...) para
que nos dediquemos a rebatirlas y, agobiados, no demos abasto.
También -y aquí hemos fallado nosotros- nos centramos con
frecuencia en debatir sobre el pasado, o nos obcecamos en
interminables discusiones terminológicas, sin estar tan en
desacuerdo como de ese modo hacemos ver.
El
verdadero debate no va por ahí, y debemos intentar recuperarlo.
Aunque se demostrara que lo que las multinacionales mediáticas
afirman sobre Cuba es cierto; aunque se demostraran cosas mil veces
peores, yo seguiría siendo partidario de una economía socialista,
por sentido común. Es irracional permitir que con los medios
fundamentales de vida se hagan negocios privados, y no hay nada en la
economía socialista que la haga inherente a políticas más
represivas que las aplicadas por países capitalistas. La Alemania
nazi era un país capitalista y asesinó a millones, por no hablar de
los EE UU (Vietnam, Irak...) o -como dijimos- de las víctimas
cotidianas del hambre.
Si
soy comunista (o anarquista, o anticapitalista), no es por una
cuestión ideológica a priori; tampoco porque me apasione la
política (prefiero el ocio). Sino por una cuestión racional y a la
vez moral: es la única opción que me permite conservar la dignidad
como ser humano. Porque un privilegio puede ser placentero, y muchas
cosas más, pero es por definición indigno. Como también lo es
buscar mil excusas para no alzar al menos la voz contra semejante
genocidio silencioso una vez que se hace innegable (por ejemplo, los
pretextos torremarfilistas que exigen la perfección a quienes sí se
oponen, como si la pasividad no fuera de entrada mucho más
imperfecta).
En
las películas de Ciencia-Ficción, los extraterrestres suelen
retratarse superdesarrollados sólo tecnológicamente. Supongamos que
algún día nos visitaran, pero estuvieran también
superdesarrollados éticamente. En ese caso, lo primero que harían
sería realizar estadísticas parecidas a las de la FAO y el Global
Footprint Network, y seguramente, con cara extrañada, nos
preguntarían: perdonad, pero... ¿qué estáis haciendo? ¿Qué
clase de seres sois? Aquí hay comida para todos, ¿cómo es que una
minoría vive en la opulencia mientras la mayoría se muere de
hambre? Lo mismo dirían Jesucristo y Mahoma, si Dios existiera y
les permitiera volver.
Si
ese día llegara, me gustaría que no se me tuviera que caer la cara
de vergüenza; me gustaría poder decirles: yo
siempre me opuse a esta barbarie. Y el único
modo de hacerlo es siendo comunista.
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