EL
VALOR DEL CONOCIMIENTO
PUBLICADO EN DIARIO EL PAÍS
El estudio requiere una disciplina
personal que ayuda a conformar el carácter y a forjarse una visión de la
realidad que facilita afrontarla en el futuro, sean cuales sean las circunstancias.
Esta es una de las primeras premisas que resaltan los que trabajan con el
conocimiento todos los días, bien sea desde la tarima de una universidad, en un
puesto de selección de personal o analizando los datos que reflejan cómo el
nivel de conocimientos afecta en positivo tanto a la hora de encontrar un
empleo como a la de ascender en la escala laboral.
Los expertos en recursos humanos de las
empresas inciden, sin embargo, en que el conocimiento va más allá de la mera
formación académica. Tanto o más que la titulación obtenida, valoran la actitud
del candidato hacia el aprendizaje constante. Y la cultura del esfuerzo.
En un momento de dura crisis, las cifras
reflejan de manera persistente que los más sacudidos por el desempleo son
quienes tienen menos estudios. La tasa de paro entre los jóvenes universitarios
es tres veces inferior a la de los titulados en ESO: 11,5% entre los titulados
superiores que tienen entre 31 y 35 años, frente al 28% entre los que tienen
solo la ESO. Los porcentajes son del 18% y 31%, respectivamente, entre los que
tiene 25 y 30 años, según datos de la encuesta de población activa
correspondientes a 2011.
Entre los jóvenes de 25 a 35 años (es
decir, con edad para haber terminado los estudios) que tienen bajo nivel de formación,
la tasa de paro está muy por encima de la general de toda la población, que es
del 21%, mientras que en el caso de los jóvenes licenciados y graduados sucede
al revés. Por tanto, es un hecho que tener título superior protege más a los
jóvenes.
Al comparar este dato con 2007, en los
inicios de esta crisis, se ve que entonces la diferencia era mucho menor. El
perfil de los jóvenes más azotados por el desempleo es claro: de clase social
baja y con un nivel de estudios no universitario.
Pablo Solera estudió la carrera de
Informática en la Universidad de Castilla-La Mancha. Con 31 años gana bastante
más de 1.000 euros al mes en su actual trabajo, en Londres, pero ya ingresaba
más de eso hace seis meses en el empleo que tenía en Madrid, en una consultoría
de informática. “Tuve la suerte de que antes de acabar los estudios me cogieron
como becario en una empresa”, recuerda. “Durante ese año me maté trabajando,
pero mereció la pena porque me contrataron”.
Tenía 24 años, ha estado seis años en la
misma empresa trabajando de consultor informático y le ascendieron a jefe de
proyecto. “Me ha ido bastante bien. En ambas compañías trabajamos para grandes
empresas ayudándolas a gestionar el conocimiento y el acceso a la información
creando sistemas de búsqueda internos”, explica. Es decir, crean una especie de
mini-Google personalizado para la información interna.
Pablo Solera cree que, en su caso, la
clave ha estado en la especialización. “Mi experiencia es que hay que
especializarse y esforzarse. En informática somos mucha gente y hay un montón
de profesionales muy buenos. Hay que echarle muchas horas y estar muy al día,
trabajar por tu cuenta en casa para enterarte de qué está cambiando. Es una
profesión que, con unos conocimientos de base, te ofrece la posibilidad de
mejorar en casa investigando por tu cuenta”. Se fue a Londres porque siempre
quiso trabajar fuera de España, vivir esa experiencia. “No es por dinero,
porque aquí no vienes a ahorrar”, relata por teléfono. “O me iba ahora, con 31
años, o no me iba a ir nunca”. Habla muy bien inglés, es lo único que le
pedían. Y dice que la informática le apasiona. Lo que cuenta de su entrevista
de trabajo es revelador: “No me preguntaron qué había estudiado, con qué notas,
ni dónde. Yo no fui un estudiante brillante. Una persona empezó a hablar
conmigo para averiguar qué sabía y qué no. Y me cogieron”. Trabaja en Sword
Group, una multinacional francesa. Y en estos últimos seis meses ha viajado a
hacer trabajos de consultor a Nueva York, Austria, Francia y a 10 ciudades de
Reino Unido.
“A pesar de todo, compensa estudiar,
está claro, porque la crisis a quien más está afectando es a quien no tiene
estudios, según se refleja en los datos”, explica José Saturnino Martínez,
profesor de Sociología en la Universidad de La Laguna y experto en educación y
desigualdad y en mercado de trabajo. “El nivel de formación tiene otras
ventajas, las demandas de las personas con más estudios tienen más visibilidad
política (como las del Movimiento del 15-M) y disponen de más acceso tanto a la
información y a la cultura y a la salud, según se ve en las encuestas”, afirma.
“Los movimientos de protesta de los
universitarios son sobre todo miedo a bajar de clase. Además, es un colectivo
que percibe, según revelan los datos, que su situación es provisional, mientras
que los chicos de clases populares, aunque sean universitarios, perciben sus
expectativas bloqueadas, se sienten engañados”, señala este sociólogo.
“Cuando se habla de mileurismo en
general hay mucha gente a la que se olvida”, prosigue Martínez. Y lo explica.
El debate sobre los jóvenes universitarios que ganan menos de 1.000 euros y
trabajan en puesto de menor cualificación oculta otro problema, que a quien más
afecta es a las clases sociales más bajas.
Los datos reflejan además que entre los
que ganan menos de 1.000 euros hay que destacar el origen social, al que muy a
menudo va ligado el nivel de estudios. La encuesta de condiciones de vida del
Instituto Nacional de Estadística (INE) y Eurostat de 2009 concluía que esta
crisis económica está afectando más a la gente que tenía ya antes ingresos
bajos y estaba en condiciones más precarias que a las clases medias. Además,
cuando se analiza la situación de los jóvenes mileuristas, se ve que el 60% de
los chicos con nivel bajo de estudios tienen todas las papeletas para serlo
frente al 20% de los que tienen formación universitaria, aunque en el caso de
las chicas no se aprecia tanta diferencia.
“Hablar de los universitarios
mileuristas como un grupo más o menos homogéneo es un error, porque hay
fracturas por origen social y de género. Distintas carreras tienen expectativas
laborales diferentes, no es lo mismo la que dirige a un oficio (como Medicina)
que la que es de cultura general (como Filosofía), no todas tienen la misma
empleabilidad. Y concluye aportando un dato importante: la crisis de los años
noventa afectó a todos los jóvenes por igual, se ve en los datos, el nivel de
estudios no protegía nada del paro, al revés que en la crisis actual”, concluye
Martínez.
El profesor del Departamento de
Metafísica y Teoría del Conocimiento de la Universidad de Valencia y
expresidente de la Sociedad Académica de Filosofía, Vicente Sanfélix, aporta su
perspectiva e ideas para los jóvenes desde el conocimiento. “En igualdad de
condiciones siempre tiene más oportunidades laborales quien mejor y más
formación tenga. Siendo inmenso el paro juvenil, es menor entre los titulados
universitarios”, señala. En su opinión, no hay dudas de que merece la pena
estudiar lo más posible y hacer una carrera, a pesar del alto nivel de paro y
del hecho de que muchos estén realizando empleos para los que se requiere mejor
cualificación de la que tienen. “Hace ya tiempo que los estudios universitarios
empezaron a dejar de ser un medio de ascenso en la escala social. La crisis puede
haber agudizado esta tendencia. Pero también puede tener su parte positiva.
Quizás los estudiantes podrían empezar a dejar de elegir los estudios a
realizar en función de sus supuestas salidas y a guiarse más por sus intereses
intelectuales y vocacionales”.
El profesor Sanfélix opina que “se
debería empezar a separar el concepto de rentabilidad del estudio”. “O en todo
caso no dar a ese término, si es que queremos seguir empleándolo, un
significado eminentemente economicista. La formación universitaria —y subrayo
la palabra formación, que no es lo mismo que la mera instrucción y mucho menos
una mera transmisión de información— debiera proporcionar algo tan valioso que
no tiene precio: una comprensión mucho más compleja de la realidad”.
Las personas con más conocimientos, y no
necesariamente solo estudios formales, están más preparadas para afrontar las
cosas que les sucedan en la vida. Desde una entrevista de trabajo hasta la
asunción de responsabilidades laborales y personales, pasando por la propia situación
de desempleo. “Sobre todo”, insiste Sanfélix, “si lo que proporcionara la
universidad fuera más una formación que una mera instrucción”. “En cierta
manera es este el presupuesto con el que trabajan las universidades en ciertas
sociedades (por ejemplo, la británica)”, añade este experto, “en las que se
suele considerar que un título universitario, con independencia de la
disciplina en que se otorgue, es un serio indicio de que la persona que lo
posee estará en disposición de desempeñar un trabajo con mayor eficacia, aunque
en principio pueda incluso carecer de los conocimientos específicos que ese
puesto requiera”.
A los desanimados o escépticos con
seguir estudiando o empezar una determinada formación, Sanfélix les recomienda,
en primer lugar, que escojan lo que más les guste, sin pensar en las posibles
salidas profesionales. “También que piensen que la formación les hará menos
manipulables y más dueños de sí mismos. Y, por último, les invitaría a que
consideraran que la crisis económica debiéramos aprovecharla para considerar la
posibilidad de otras formas de vida, en que las fuentes de disfrute y
satisfacción personal no tendrían por qué estar ligadas al incremento
indefinido del consumo, tal y como la cultura actualmente vigente quiere
inculcarnos”.
Lo que está claro es que a mayor nivel
de estudios más posibilidades se tiene de acceder a puestos de mayor
responsabilidad y, por tanto, de mayor retribución. Este es uno de los primeros
aspectos que destaca el director de Recursos Humanos de Adecco, Carlos
Viladrich, acostumbrado a la selección de personas tanto para su empresa como
para muchas otras. “Es innegable que la formación te da la posibilidad de
aspirar a mejores retribuciones; ahora bien, el nivel de estudios tampoco
garantiza de forma inmediata acceder a un puesto de trabajo acorde con tu
formación porque en la actualidad no hay oferta laboral que dé respuesta al
nivel de cualificación. Y la consecuencia es que hay gente sobrecualificada con
niveles salariales bajos”.
Pero Viladrich aporta otra idea
relevante para los jóvenes: “Lo que has estudiado es importante, pero lo es más
lo que significa para ti lo que has estudiado. Es decir, cuál es la motivación
por el aprendizaje de una persona. Esto tiene que ver con la solidez cultural.
Un joven puede haber estudiado Bellas Artes, por ejemplo, y no tener
conocimientos específicos para un determinado puesto. Pero si estos los puede
adquirir una vez está en la empresa y transmite que tiene inquietudes por el
conocimiento, por el saber, eso es más importante a la hora de seleccionarla
que su formación previa”. La razón es que “una actitud inquieta ante el
conocimiento se replica en el puesto de trabajo, es una actitud ante la vida en
general, y la tienen personas que luchan luego por aprender más, por mejorar,
por producir mejor y por asumir una responsabilidad”. “Cuando ves a alguien con
esa actitud suele estar relacionado con su capacidad de relacionarse y de
influir en los demás (sean compañeros, jefes o subordinados)”.
Respecto a estudiar una carrera
universitaria, Viladrich dice que en tanto requiere esfuerzo es relevante ante
un empleador porque “la gestión del esfuerzo es tan importante como la gestión
del talento, sea para ser directivo o servir comida en un restaurante”. “La
actitud ante el trabajo es clave para ser seleccionado”.
¿Pero todo esto no tiene que ver con el
talante inquieto y sociable natural que tienen algunas personas, muchas veces
vinculado además con un entorno que favorece estas inquietudes? “Desde luego
que sí”, dice Viladrich, “pero se puede aprender, una vez que se sea consciente
de las carencias que se tienen. Por ejemplo, con cursos de desarrollo personal,
sobre cómo hablar en público, con coaching (el seguimiento de un experto para
potenciar tus valores y crecer personal y profesionalmente) o mentoring (el
apoyo de un experto o mentor para mejorar en una disciplina concreta), es
decir, con entrenamiento y formación”. Además, estaría bien, concluye este
experto, que estas competencias (de hablar en público, de trabajar en equipo,
de aprender a conocer tus puntos fuertes,...) se potenciarán lo más posible en
los centros educativos.
Pablo Mazo reconoce que merece la pena
estudiar. Al menos para él ha sido algo “valiosísimo”. Lo ha comprobado en los
últimos ocho o nueve años. Tiene 34 años y es un ejemplo de que estudiar
compensa. Ahora gana más de 1.000 euros después de que, con 28 años, se animara
a fundar una editorial con dos amigos que había conocido años antes en el
Colegio Mayor Chaminade de Madrid. Su apuesta por Periodismo y Filosofía no le
ha salido nada mal, “después de mucho esfuerzo”, matiza. Lo dice después de que
se embarcó en el doctorado de Periodismo, con lo que la salida laboral parecía
ser la docencia, explica. Su tema de tesis era El análisis semiótico de utopías
negativas, es decir, como las que se cuentan en 1984 o en Un mundo feliz. “En
esos años leí mucho y aprendí mucho. Es verdad que eres un privilegiado porque
puedes estar 10 años estudiando y viviendo en casa de tus padres, pero, aun
así, eso tampoco te garantiza nada. Y cuando mi amigo Daniel me propuso crear
la editorial Salto de Página estaba en un momento de bloqueo profesional y
familiar, del que me sacó el proyecto”, explica. Su amigo Daniel Martínez, que
ahora tiene 36 años —ha estudiado Derecho, el segundo ciclo de Teoría de la
Literatura y el Máster de Edición del Grupo Santillana—, añade que “Pablo tenía
la formación formal en análisis literario que necesitaban para montar una
editorial que apostara por la calidad”. Los dos amigos, junto a un tercero de
edad similar, Gonzalo Cabrera, editaron el primer libro en el año 2007. Y no
les ha ido nada mal. Ya han sacado 55 títulos y su apuesta es por los autores
emergentes de España y Latinoamérica. Las obras escogidas recibieron ya el
primer año varios premios, como el Ojo Crítico de Narrativa y el de la Semana
Negra de Gijón.
Aunque es difícil decir en qué radica su
éxito, hay varios factores que tienen que ver con las cualidades que exponen
los expertos. Ambos, Pablo y Daniel, han elegido una profesión vocacional, como
recomendaba Vicente Sanfélix. Eran unos locos de la literatura ya en el colegio
mayor, según confiesan. También demuestran una gran pasión por aprender, por el
conocimiento, como apuntaba Carlos Viladrich. No parece casualidad. Pero además,
como cuentan ellos, querían montar “un proyecto empresarial viable”. “Se podría
decir que hemos tenido una actitud conservadora económicamente, basada en no
gastar lo que no tienes”, explica Daniel. “Ahora”, puntualiza, “el primer año
fue una locura, trabajábamos sin horario, nos quedábamos dormidos sobre la
barra espaciadora... Es tu proyecto y luchas para que salga bien”.
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