LOS
RECORTES EDUCATIVOS
Comité de Apoyo de ATTAC España
El
presidente del gobierno convoca a los medios de comunicación a La Moncloa para
un mensaje a la nación. Mirando a la cámara, con tono firme, lanza la bomba:
“Queridos ciudadanos, voy a ser sincero, sin eufemismos: en España sobran
millones de trabajadores, y van a seguir sobrando por muchos años, porque no
esperamos crear empleo en una larga temporada; más bien al contrario, se
seguirá destruyendo. Así que no voy a emplear el argumentario habitual para
justificar los recortes educativos. Háganse ustedes mismos esta pregunta: ¿para
qué vamos a seguir formando jóvenes que no tendrán donde trabajar? ¿Para qué
gastar nuestro escaso dinero en que las próximas generaciones tengan un título
universitario, de Formación Profesional o de Bachillerato? ¿Para que lo
cuelguen en el salón? ¡Si aquí no va a haber trabajo en condiciones más que
para unos cuantos, y el resto al paro o al subempleo!”
Ya
sé que la escena es improbable, nadie espera esa sinceridad del presidente.
Pero si nos lo contaran así, a lo bestia, entenderíamos mucho mejor los
demenciales recortes en educación, los ya aprobados y los que vendrán. Nos
seguirían cabreando, claro, pero al menos entenderíamos de qué va la cosa.
Como
el gobierno no se atreve, voy a hacerle yo el trabajo sucio. Voy a explicar en
qué consisten los recortes educativos a partir de esa clave: ¿para qué vamos a
seguir formando jóvenes, si el futuro pinta negro? ¿Para qué queremos nuevas
ediciones de “la generación mejor preparada de la historia”? ¿Para que se
conviertan en nuevas “generaciones perdidas”? ¿Qué ganas de gastar ni un euro
más en engordar currículum que acabarán en la papelera de una ETT?
Así
pensados, los recortes deberían ser incluso más radicales: no basta con el
previsible aumento del fracaso escolar, ni con la disuasión que el mayor coste
de las matrículas tendrá sobre muchas familias; eso sólo eliminará unos cuantos
cientos de miles de estudiantes. Habría que ir más allá, y cerrar mañana mismo
todas las facultades universitarias cuyas expectativas laborales son igual a
cero, o incluso tienen números negativos.
Tomemos
el caso de periodismo, por poner un ejemplo sencillo: si no tenemos donde
colocar a los más de cinco mil periodistas despedidos –y los que se sumarán
tras los próximos ERE-, y teniendo en cuenta que el futuro a corto plazo pasa
por medios digitales con plantillas miniatura y donde se paga poco o nada,
¿para qué seguir licenciando promociones de nuevos periodistas? Y lo mismo vale
para las carreras científicas: ¿para qué queremos tanto Premio Nobel en
potencia, si pronto tendrán que buscar ratones de chabola para sus investigaciones,
como el protagonista de Tiempo de silencio?
El
razonamiento es válido para muchas otras titulaciones: si en los próximos años
no habrá apenas convocatorias de plazas en las administraciones públicas (salvo
para policía, esa sí una profesión con futuro), ni se contratarán nuevos
médicos, enfermeros o profesores, sino al contrario, se prescindirá de los
interinos y cualquier día empezarán también a echar a los que tienen plaza,
¿qué necesidad hay de mantener tantos estudios universitarios sin salida
profesional?
Otro
tanto diremos de la FP: ya deberían estar cerradas las aulas donde se forman
trabajadores para cualquier profesión relacionada con la construcción, pues
pocas viviendas se van a levantar en las próximas décadas mientras no demos
salida al stock de casas vacías, y de la obra pública mejor no hablar. Y lo
mismo para los que se formen pensando en colocarse en la industria, menguante y
deslocalizada, así como en tantas empresas de servicios que ya han descubierto
la fórmula del más por menos (hacer lo mismo o más pero con menos
trabajadores), o en el comercio, donde no se vende una escoba ni se va a vender
por mucho tiempo.
Ya
sé, ya sé: me dirán que el sistema educativo no es sólo una fábrica de
trabajadores, que educar no es sólo añadir líneas al currículo, que educar
debería ser mucho más. Lo que quieran, pero no nos engañemos: hace ya mucho
tiempo que el sistema educativo, sus objetivos y programas, se vincularon a las
necesidades productivas del país; y no sólo la evidente FP, sino también el
bachillerato y la universidad entendidos como antesalas del mercado laboral y
diseñados en función de las necesidades de las empresas; así ha sido, y no
parece que los tiempos apunten a ideales humanistas. Cuando oíamos eso de “la
generación mejor preparada de nuestra historia” ninguno estábamos pensando en
ciudadanos críticos y libres, sino en lo confiados que iban los jóvenes a las
entrevistas de trabajo. Ya sé que hay muchos que aspiran a otra cosa, que ven
en la educación una formación humana y en valores para la convivencia, y creen
en su función correctora de las desigualdades, pero hasta ahora clamaban en el
desierto, y no parece que las autoridades vayan a escucharles mucho más.
Así
que, si aceptamos que tenemos un sistema educativo cuyo principal objetivo es
entregar al sistema productivo trabajadores con las habilidades y conocimientos
que las empresas exigen, la conclusión no puede ser otra, por mal que suene:
hay que suspender el sistema educativo mientras la cosa no mejore, reducirlo a
la mínima expresión.
Porque
lo que también parece evidente es que la solución contra el paro no pasa hoy
por más y mejor educación, más y mejor formación. Muchos de esos millones que
están sin trabajo no lo van a encontrar por añadir otra carrera, un master o un
tercer idioma al currículum, al contrario: cada vez más trabajadores se fingen
peor preparados de lo que en realidad están cuando acuden a una entrevista de
trabajo, porque para los pocos puestos que se ofertan, y con la miseria de
sueldo que ofrecen, un buen currículum es la peor carta de presentación.
No,
la solución al paro no está en formar aun más a la generación mejor formada de
la historia, sino en un cambio de modelo productivo, que el que tenemos no da
más de sí, y a golpe de austeridad y recesión nos condena una larga temporada
de paro y trabajo basura. Y como hace tiempo que los gobernantes abandonaron el
discurso –que no era más que eso, un discurso- sobre la necesidad de un nuevo
modelo económico, la apuesta por la innovación y la tecnología, los nuevos
yacimientos de empleo, y patatín, patatán; mientras el modelo productivo sea el
que es, no tendremos donde colocar a los cinco o seis millones de parados, que
ya podrán ser siete millones y los que vengan. El único yacimiento de empleo a
la vista consiste en trabajar como chinos, como recomendó el presidente de
Mercadona: y para trabajar con horarios y sueldos de bazar chino, poca falta
hace tener título, más bien al contrario.
De
modo que de eso se trata, en eso consiste la nueva política educativa. Si los
recortes actuales de 3.000 millones, que se suman a los que ya aprobaron las
comunidades autónomas, les parecen un ataque al sistema educativo, piensen que
esto no ha hecho más que empezar. Las medidas anunciadas dejarán por el camino
a unos cuantos miles que nunca llegarán a la universidad o la FP: el recorte en
la educación infantil impedirá que los niños entren tan pronto y le puedan
coger el gusto al estudiar ya desde tan pequeños; la masificación de las aulas,
la falta de recursos y el deterioro de las condiciones de trabajo de los
profesores abonarán el fracaso escolar en edades cada vez más tempranas; y para
los que sobrevivan y todavía aspiren a estudios superiores, el encarecimiento
de las matrículas y la reducción de becas operará la selección natural
necesaria.
Como
además se deteriorará mucho más la educación pública, la privada saldrá
favorecida, cuanto más cara y exclusiva mejor, de modo que sean sus estudiantes
los que consigan los pocos trabajos decentes disponibles, y el resto al paro o
a la precariedad, que para eso las familias menos pudientes están mejor dotadas
genéticamente para soportar las penurias y adversidades. Lo mismo cabe decir de
la escuela rural, cuya supervivencia está amenazada, como contaba ayer en este
blog Susana Hidalgo. ¿Para qué quieren estudiar en el campo, si allí hay aun
menos futuro que en la ciudad?
De
paso, con la liquidación del sistema educativo nos ahorramos otra molestia para
los tiempos venideros: que los jóvenes piensen por su cuenta, que desarrollen
espíritu crítico, algo que, aunque no sea un objetivo del actual sistema, acaba
siendo un efecto colateral por culpa de tantos profesores que defienden que
educar debe ser algo más que formar nuevos trabajadores. Y ya hemos visto lo
que pasa con los jóvenes cuando piensan por su cuenta, que acaban indignándose
y montando acampadas o cosas peores. Sí, es cierto que la falta de horizonte y
el abandono escolar temprano pueden afectar a la convivencia y crear tensiones
sociales, pero no pasa nada: eso nos permitirá contratar más policías, que como
ya dijimos es la verdadera profesión de futuro.
¿A
que no suena tan descabellado? Otro día si quieren les explico así también, a
lo bestia, los recortes de sanidad en clave de reducción de la esperanza de
vida: ¿para qué facilitar que los ciudadanos vivamos tantos años, si no habrá
pensiones, ni recursos públicos de asistencia, ni dinero para la dependencia?
Mejor morirnos antes, y eso que nos ahorramos todos.
Artículo
publicado en eldiario.es
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