¿POR
QUÉ NO LA MUJER? II
Hemos dicho que tanto la mujer como la
sociedad han debido evolucionar, para llegar a ocupar
la posición en que hoy se encuentran. Hace apenas un siglo
un avance tan importante era inimaginable. Un comentarista
anónimo de mi anterior artículo (1),
decía textualmente: ”me parece estupendo que se proteja a
la mujer frente al machismo, pero creo que hay cosas que es
mejor dejarlas como están, como así han estado durante siglos
y nunca hubo problema”. Espero, que pensar se pueda,
al menos. Y
constatar que
el mundo se mueve. Hasta no hace mucho era normal tener
esclavos o sentirse tal; discriminar a alguien por el color de
su piel era normal en algunos lugares de la tierra; discriminar a la mujer también era normal y
lo es
aún en algunas naciones y en determinadas religiones.
¿Hay que continuar así tan
solo porque “así ha
estado durante siglos y nunca ha habido problema” o pensamos que
la Humanidad y las creencias pueden evolucionar? Creo que la
respuesta es clara, porque de lo contrario aún estaríamos
en Atapuerrca, o el cristianismo seguiría en las catacumbas.
Habíamos hecho una pregunta:
¿Por qué no hay sacerdotisas en la Iglesia Católica?
¿Por qué se niega el sacramento del sacerdocio a la mujer?
Como es natural,
la Iglesia Católica, como cualquier institución,
tiene su historia y sus normas. Con el debido respeto,
vamos a intentar conocer esas normas.
Según me comenta un eminente catedrático de Teología:
no se debe identificar el Vaticano con la Iglesia ni la tradición apostólica
con la ley. El Derecho en general,
es algo más que un código de cualquier conjunto de normas escritas,
máxime cuando se trata de encauzar el espíritu y las creencias.
También es cierto que los centralismos y absolutismos,
sean laicos o religiosos, suelen crear un orden jurídico a su
medida,
elaborando leyes escritas dimanadas de sus órganos legisladores conforme al
aparato jurídico del que se han dotado a sí mismos.
Este principio es básico para entender muchas cosas.
El investigador que se acerca a este
tema queda un tanto desconcertado. El desconcierto surge
de la aparente contradicción entre la
teoría y la práctica; entre los elogios a la mujer y la no
aceptación de la misma para recibir las ordenes sagradas.
El Papa Juan XXIII
popularizó el deseo de “aggiornamento”
de la Iglesia, es decir, de que se actualizara
o se pusiera al día. Y mucho se consiguió con el Concilio.
Puede constatarse el aprecio y dignidad de la mujer en dos
textos:
uno,
muy esperanzador de Pablo VI en uno de sus discursos:
«en el cristianismo, más que en cualquier otra religión,
la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad,
del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes
aspectos
(...);
es evidente que la mujer está llamada a formar parte de
la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que
acaso no se hayan todavía puesto en evidencia todas sus virtualidades».
Luego,
se podría profundizar algo más.
El otro texto,
es
toda una carta Encíclica de Juan Pablo
II,
titulada precisamente “La Dignidad de la Mujer”
que se inicia con el mensaje final del Concilio Vaticano II,
que decía: «Llega la hora, ha llegado la hora en
que la vocación de la mujer se cumple en plenitud,
la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia,
un peso,
un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso,
en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda,
las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la
humanidad no decaiga». Hay teólogos que
piensan que no se han extraído las enseñanzas ni las conclusiones de
estos textos. Sin embargo ni la audacia ni el riesgo han entrado
nunca en las categorías de la Iglesia.
De todos modos,
si
la Iglesia dice tener en tanto aprecio
el papel de la mujer, pero no
ha concedido el sacramento del sacerdocio a ninguna
mujer antes y no lo hace ahora, será por alguna poderosa razón.
Parece innecesario advertir que, en la medida que la
Iglesia Católica es una institución religiosa, tanto su origen
como su actuación, escapan en parte a los parámetros de
investigación puramente humanos. La mayoría no
disponemos de otros. Pero puede haber algo que escape a las
categorías esencialmente analíticas o racionales. La razón y la
fe son dos vías que no tienen por qué excluirse, pero tampoco
coincidir exactamente. Conocemos muchas más cosas que las que
podemos demostrar. Así que admitiendo otros niveles de
realidad distintos al físico social, los datos,
en resumen, son:
El argumento de la Tradición:
Basándose en que según costa
históricamente, Jesús fue un varón y que además, no eligió a
ninguna mujer como apóstol, ni confió a la mujer autoridad
especial
según los libros sagrados, la Iglesia respeta los hechos y
los acata. Sobre esa piedra se asienta y no se mueve.
Su decisión se mantiene inalterable más
allá de las modas y se sostiene en citas bíblicas,
en documentos y en la Tradición. Los llamados Padres de
la Iglesia no cambiaron. En consecuencia,
dicen,
no es que la Iglesia haya impuesto una ley, sino al contrario;
se declara sin autoridad para actuar por encima de lo establecido por Cristo.
Su conclusión pues es,
que según la Biblia y la
tradición, no es que excluya a la mujer,
sino que no se la incluye. En la práctica
viene a ser lo mismo, con un matiz suave:
es que no puede. La Iglesia no tendría autoridad para
dar el sacerdocio (conocido como ordenación)
a ninguna mujer. El mismo Papa
Juan Pablo II, lo dejó claro en su carta
“Ordinatio Sacerdotalis” (1994):
“Con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia,
que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia,
en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos
(cf.
Lc
22,32),
declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de
conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este
dictamen debe ser considerado como definitivo por todos
los fieles de la Iglesia."(O.S.
#4).
Se añade el argumento de fe:
Pese
al carácter “definitivo”,
de vez en cuando surgen entre los católicos el debate
acerca de si conviene
o no que se inicie la ordenación de mujeres como sacerdotisas,
tanto por la carencia real de sacerdotes varones, como por el
creciente papel de la mujer en la sociedad y por
el aumento del número de comunidades de
fieles
que no disponen de ninguno y no están en igualdad de condiciones con las que
disponen de él. Pero ese amago de debate,
se corta de raíz (o por lo menos se intenta).
De hecho, el
25
de octubre de 1995, la Congregación para
la Doctrina de la Fe, en respuesta a una consulta del
episcopado estadounidense, señalaba que la enseñanza
anteriormente descrita, ha sido considerada
“infalible por el Magisterio ordinario y universal de la Iglesia”.
Con otras palabras, si es “infalible”,
es una verdad segura y sin error. Es definitiva,
cualquier consulta no va a hacerla cambiar de criterio.
No se ha proclamado la infalibilidad de forma solemne sobre este aspecto nunca;
por lo que “infalible” parece darle un
carácter de “intocable”.
Riesgo de excomunión.
Cualquier intento de saltarse esa
normativa, en la práctica se va a encontrar con la otra línea
roja:
el riesgo de “excomunión”.
Para la Iglesia no puede discutirse que sólo el varón
representa adecuadamente a Cristo-varón. Es un aviso,
tanto para obispos, como para sacerdotes y fieles,
que se puedan prestar a saltar esa norma. De
hecho
el Joseph Ratzinger (el Papa actual)
ya
excomulgó en 2002 a siete mujeres siendo aún Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe.
Resumiendo:
nos encontramos con: a) unos argumentos
bíblicos, de tradición y magisterio,
casi invariables durante veinte siglos; b)
con una doctrina y una praxis cuasi-dogmáticas (infalible)
y
c)
con la amenaza de exclusión (excomunión)
de la Iglesia a quien afirme o actúe de forma contraria.
Con esos parámetros avanzar y evolucionar en esta cuestión es muy difícil.
Los dirigentes no han cuestionado “el estatus”
para dar entrada a la mujer. Visto desde fuera,
lejos de abrirse a la autocrítica sobre la igualdad y a la realidad del
crecimiento social, parecen más bien hacer un ejercicio de
autocomplacencia.
No cabe la menor duda,
de
que en la Iglesia Católica hay personas muy capacitadas,
y que si algún día tiene que cambiar, tendrán la inspiración
y la valentía de hacerlo. Estoy seguro que la mayoría de los
sacerdotes y obispos son excelentes. Pero a
día de hoy, se diga lo que se quiera a favor de
la mujer, la realidad respecto al sacerdocio,
es poco proclive a una evolución desde dentro. Si como digo,
algún día las cosas cambian, no será sin carisma y sin
esfuerzo
(y aquí incluyo a la mujer).
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