El cementerio de Santo Toribio de Teba
(Málaga, 4.300 habitantes) a los pies del imponente castillo de la Estrella,
del siglo X, es un reflejo funerario de las dos Españas. En el centro del
recinto, tras pasar el arco de medio punto de la entrada, destaca un conjunto
formado por una docena de tumbas. Las lápidas, de mármol blanco, son de agosto
y septiembre de 1936. En ellas se puede leer el nombre del difunto y la
siguiente inscripción: “Vilmente asesinado por los enemigos de Dios”. Otras
sepulturas hacen referencia a los “sin Dios” o a las “hordas marxistas”.
Veinte metros al sur del ordenado
panteón de las víctimas pertenecientes al bando nacional, un grupo de
arqueólogos trabaja en la que se considera la segunda mayor fosa común de
simpatizantes republicanos de la Guerra Civil y del franquismo. A ella fueron
arrojados 125 vecinos de Teba entre octubre de 1936, cuando las tropas de
Franco entraron en el pueblo, y 1949, último año registrado en el archivo
municipal. Ya se han recuperado 35 cuerpos.
La fosa mide unos 25 metros de largo por
dos de ancho. Con la ayuda de una navaja y de una pequeña brocha, los
arqueólogos delimitan con paciencia los cadáveres. El mimo que ponen en su
trabajo contrasta con la brutalidad con la que los fusilados fueron enterrados,
unos encima de otros sin orden ni concierto. “En otras fosas, como en el
cementerio de San Rafael de Málaga [la mayor fosa común abierta hasta ahora,
con 4.300 cadáveres] los cuerpos estaban alineados. Aquí están apiñados sin
control ni miramientos. No sé si por las prisas o por el propio odio de quienes
los mataron”, describe Cristóbal Alcántara, uno de los arqueólogos que
participa en la exhumación, emprendida por la Asociación para la Recuperación
de la Memoria Histórica de Antequera y Comarca con una subvención de 60.000
euros.
Los asesinos no se molestaron en
registrar a sus víctimas, y entre los restos humanos se han hallado numerosos
objetos personales, como mecheros, monedas o medallas de la Virgen del Carmen,
patrona de la localidad.
Al igual que sucedió durante la llamada
Reconquista en la Edad Media, Teba, a unos 60 kilómetros al norte de Málaga
capital, estaba atravesada por una de las líneas del frente sur de la Guerra
Civil. El 23 de febrero de 1937, cuando el frente ya se había roto y las tropas
de Queipo de Llano ya habían entrado a sangre y fuego en la capital, sucedió lo
que en el pueblo se conoce como “la noche de los ochenta”.
Esa noche, los falangistas vaciaron las
dos cárceles improvisadas en las que habían ido encerrando a los vecinos
—ferroviarios, maestros, peones camineros— que regresaron al pueblo confiados
en las proclamas que prometían perdón a quienes no tuvieran delitos de sangre.
En grupos de diez, los fusilaron en las tapias del cementerio y los tiraron a
la fosa. Entre los 83 asesinados esa noche había tres mujeres. “Una de ellas,
de 22 años estaba embarazada de siete meses. Su delito fue sacar la bandera
republicana el 1 de mayo”, cuenta José Camarena, un vecino de Teba que trabaja
en la excavación.
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