LA DERECHA ESTÁ SERVIDA
No todo el mundo cree de Perogrullo el argumento de que, a lo largo de los siglos, sean los movimientos genéricamente llamados progresistas los que han hecho avanzar la Humanidad. Tras la Revolución Francesa ese progresismo de herencia jacobina ha sido la seña de identidad de la izquierda política, en la amplitud de su propio espectro, desde el comunismo hasta la socialdemocracia, pasando por la confusa familia anarquista.
Todo avance sobre las normas de convivencia existentes supone siempre la ruptura con lo establecido lo cual, inicialmente, produce una inevitable convulsión social que suele consumir a sus incitadores. Ya se sabe que la revolución devora a sus hijos para que, una vez concluido el festín y con el campo despejado, la derecha eleve a categoría institucional lo que ayer mismo consideraba anatema.
Creo que el argumento más inteligente que puede esgrimir la derecha para la propia legitimación de su espacio político es justamente ése: una vez atemperada la intimidación con que en la sociedad irrumpe lo nuevo, aquí está el pensamiento conservador para transformarlo pausadamente en ley; la izquierda, vienen a decir, está para las aventuras, porque de la sensatez ya nos encargamos nosotros. Simplificando aún más, la autoría del progreso se ha dilucidado siempre entre los iluminados que proponen y los prudentes que disponen. (Esto ha sido así incluso con los casos más difíciles de argumentar como, por ejemplo, los fascismos europeos del siglo pasado, que pretendían compensar su matonismo ideológico con guiños sociales destinados a la clase obrera, inspirados en las mismas proclamas de la II Internacional).
Esta primacía de la sensatez, este prestigio de la eficacia en la aclimatación de las rupturas sociales, parece entrañar un vínculo natural entre el ejercicio del poder y la derecha, como si uno fuera el biotopo propio de la segunda o viceversa. Si esto es así- y nos tememos que lo es- cuando a la izquierda le toca gobernar encara el poder con un plus de dificultad que la derecha no tiene: primero en alcanzarlo, que requiere de unas circunstancias excepcionales, y segundo en mantenerlo, pues siempre la izquierda será vista como una intrusa, apremiada a desalojar la finca por trastocar el orden “natural” de las cosas. Así pasó con Felipe y más aún con Zapatero.
Ante esa dificultad suplementaria, la responsabilidad de la izquierda en el mantenimiento del poder no es sólo política sino, muy especialmente, moral. Si se sabe lo que cuesta abrirse paso democráticamente con ideas innovadoras, si se sabe lo arduo que es anteponer el beneficio social a la implacable dictadura de los mercados, si se sabe la intensa carga ideológica que acompaña el voto de la izquierda, si se sabe la jauría que desde el primer momento van a desatar contra ella los que tienen un sentimiento patrimonialista del país…hay que ser algo más que un torpe para defraudar lo que, en su origen, debiera estar sustentado más en el romanticismo de las ideas que en el cálculo de los intereses.
Está claro que este bipartidismo actual tiene en común con el de la Restauración de Cánovas y Sagasta el hecho de instituirse como una fabulosa agencia de colocación sometida a la alternancia del poder, con enchufados y cesantes según la dirección del viento. Pero, afortunadamente, no todo el mundo se inscribe en esas categorías. Entre los insuficientes miles de votos que, según los presagios demoscópicos, va a obtener el PSOE en la próximas elecciones, no todos son de cesantes o funcionarios vitalicios de una canonjía autonómica o municipal.
Hay muchos militantes sin graduación y simpatizantes huérfanos que han estado contemplando atónitos cómo sus votos servían para amparar los desafueros de unos desnortados o las disputas por huertecillos de poder entre unos caciques de pueblo. Si se cumplen las encuestas, ellos van a ser los grandes perdedores de noviembre, no los dirigentes, pues la partitocracia española, con atinado espíritu gremial, ha creado para ellos una superestructura a salvo de descalabros electorales, en cuyo entramado se escenifica la gran farsa de la confrontación política para mantener vivo el negocio del guiñol.
¡Que viene la derecha! es el espantajo con el que los dirigentes de izquierda gustan de amedrentar a sus electores cuando truena Santa Bárbara, tras olvidarse de ellos mientras gobernaban. Pues bien, conspicuos dirigentes de la izquierda española, la derecha no es que haya venido, ¡es que la han traído ustedes!... encantados de pasarle el molesto testigo de un país deprimido y conscientes de que, en tiempos de crisis, el verdadero talento político consiste en perder, única forma de conservar un coche oficial sin responsabilidades.
Probablemente desde la derecha alguien acabe haciendo un razonamiento similar y tampoco le guste el sesgo ultraliberal, tronante y cainita que con trompetería de órgano catedralicio se anuncian esta vez los presuntos vencedores. El que también ocurra esto en la derecha no será más que el enésimo atisbo de ese tercer país que intuyó el recuperado Chaves Nogales, el país que apareció como un rutilante espejismo en la Transición y el que hoy, insensatos de uno y otro lado han puesto todo su empeño en borrar, mandando al destierro a un buen número de apátridas desalentados.
1 comentario:
Voto útil-estratégico en contra de ese bipartidismo:
el estudio del voto por provincias
http://yoquieroyactuo.blogspot.com/
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