LA REFORMA SANITARIA DE OBAMA
La aprobación de la reforma sanitaria de
Barack Obama por parte del Tribunal Supremo hubiera sido imposible en España. Y
no porque aquí los jueces no tienen nada que decir de una ley más allá de
aplicarla y condenar a los que la vulneren, sino por nuestra cultura política y
el funcionamiento de las instituciones.
Veamos. El Tribunal Supremo USA estaba
dividido en dos mitades al respecto y su presidente fue el que desempató a
favor de la reforma. Ahora bien, se trata de un magistrado conservador,
designado por Bush con la oposición frontal en su momento del propio Obama,
impulsor ahora de esta extensión de la sanidad a todos los ciudadanos
norteamericanos (para disgusto de muchos de ellos, que reniegan del seguro
obligatorio).
Esto es lo que entre nosotros resulta
impensable. ¿Un juez nombrado por el PP que vota la postura que defiende el
PSOE o un juez designado por los socialistas que se pronuncia tal y como
conviene a los populares? Imposible. Como digo, esto es ajeno a una cultura
política como la nuestra, atravesada de un partidismo que no respeta la
independencia de las instituciones ni la autonomía de ejercicio de quienes las
encarnan.
En teoría sí. En teoría los órganos de
extracción parlamentaria están siempre compuestos, según ley, por profesionales
de reconocido prestigio en el ámbito sobre el que van a intervenir con sus
dictámenes, informes vinculantes o no y decisiones. En la práctica no ocurre
así. En la práctica las instituciones funcionan como miniparlamentos, en los
que cada miembro actúa y vota como quiere el partido que lo nombró o propuso.
Esto vale para el Consejo General del
Poder Judicial, el consejo de administración de RTVE y los consejos
autonómicos, el Tribunal Constitucional (con una excepción en este caso, la del
magistrado Manuel Aragón, que confirma la regla) y otros organismos. Cuando el
Constitucional, por ejemplo, se dispone a debatir el recurso del PP contra la
ley del matrimonio homosexual, sale un periódico anunciando cuántos de sus
integrantes estarán a favor del recurso y cuántos en contra, y no se
equivocará. ¿Y saben qué es lo peor de todo esto? Que los elegidos lo aceptan
sin rechistar. Que leen sus nombres seguidos de un paréntesis con las siglas de
un partido determinado y ninguno rectifica esa identificación. Ellos mismos,
los prestigiosos profesionales de los que habla la ley, se desprestigian con su
comportamiento.
Por eso tardan tanto en cubrirse las
vacantes que se producen en cada institución y se prorrogan indebidamente los
mandatos en otras: porque los partidos no se ponen de acuerdo, se vetan y
mercadean con los nombres. No, aquí un juez conservador del Supremo nunca
respaldaría la reforma sanitaria de alguien como Obama.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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