LA
RAZÓN Y EL FÚTBOL
El gran psiquiatra e intelectual andaluz
Carlos Castilla del Pino me dijo, hace años, que "la razón no sirve para
cambiar comportamientos, sólo para construir puentes o edificios"; le
discutí tal aseveración y me respondía con ejemplos que lo confirmaban. Se me
quedó grabado y, de vez en cuando, me viene a la memoria.
El fútbol en general y determinados
partidos en particular, evidencian hasta límites insospechados cómo en
ocasiones la racionalización no es posible, algo que, por otra parte, pasa con
otras muchas cosas, incluidos los mercados.
No es fácil escribir de lo que ni sé ni
me gusta, lo confieso, e incluso me asusta hacer alguna crítica que moleste,
porque veo tanto entusiasmo colectivo que no querría enfadar a nadie. Ningún
otro deporte concita tanta euforia. No es un fenómeno reciente, sino que
siempre, a diferente escala, se ha producido.
Antes hablábamos de la alienación de las
masas: con Franco, todos los unos de mayo, para evitar manifestaciones,
televisaban un partido de fútbol; había héroes nacionales, aunque fueran
extranjeros, cuyos nombres nos sabíamos todos/as de memoria, aficionadas o no.
Hay espacios deportivos, mayoritariamente futboleros, en todos los medios de
comunicación, no sólo en los especializados. No imaginamos un mundo sin fútbol,
algo tendrá sin duda que a mí se me escapa.
Sé que hemos hecho"una gesta
ganando dos eurocopas y un mundial, que la selección española encarna grandes
valores de compañerismo y bien hacer, que el entrenador es un hombre listo y
bueno, y no sé cuántas cosas más. Que la selección une a todos los españoles,
sin distinción de raza, sexo o religión, que nunca la bandera de España ha
ondeado tanto como estos días en los que juega La Roja, que era un calificativo
con significado político peligroso, y que hoy es un talismán para la gente de
este país, inmerso en una cruel depresión económica, que ha sido feliz unos
días en los que, sin duda, lo necesitaba mucho.
Todo esto lo sé y es verdad, pero hay
algo que no me encaja: todo lo que se organiza antes y, sobre todo, después del
partido por la ciudadanía: no entiendo que a miles de kilómetros se pinten las
caras, se envuelvan en la bandera y den saltos y saltos de alegría hasta altas
horas de la madrugada, que se congreguen en las fuentes públicas, que asalten
las estatuas y le rompan la cabeza, que los reciban como héroes nacionales, que
el Príncipe heredero, el presidente del Gobierno, séquitos incluidos, vayan a
un partido a un país con el que tenemos problemas políticos, mientras, por otro
lado, arde un trozo de esta España en ruinas. La razón no sirve tampoco para el
futbol.
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