Abres una mañana el periódico y te encuentras de pronto con que es el Día del Español. Vaya. Me parecería bien si cada año se tratara de un español en concreto. Por ejemplo, este año bien hubiera podido ser el día de Xabi Alonso. Lo encontraría incluso justo y necesario. Nuestro deber y salvación. Pero no. Lo de “el español” se refiere al idioma. La celebración del español siempre desemboca en declaraciones cursilísimas que igualan a académicos y artistas.
La prensa nos recuerda el número de habitantes del planeta que lo hablamos y los famosos ponen la guinda eligiendo su palabra favorita. Dicen, “amor”, “ternura”, “madre” o “solidaridad” y se quedan tan frescos. Si me preguntaran a mí diría que mi palabra favorita es “evidentemente”. Es un adverbio que te da como un aire de dominar el asunto, aunque no tengas ni puta idea. Y si se trata de escribir columnas, con cinco “evidentementes” colocados de manera estratégica tienes escrito un artículo. Es una palabra que suelo recomendar a los columnistas que empiezan.
La celebración del idioma español siempre desemboca en declaraciones cursílimas
En el Día del Español siempre hay una entrevista con Concha Buika. La única razón que se me ocurre es que dicha cantante da mucho juego. El titular de este año de la entrevista obligada con Buika en el dichoso Día del Español ha sido: “Yo desterraría del diccionario la palabra culpa”. Esto no es nuevo. Por desgracia, yo tengo un cerebro programado para almacenar información inútil, y puedo asegurar que semejante titular ya lo dio Buika en el verano de 2006. Tiren de hemeroteca.
Escriban Concha Buika en el servicio de documentación de este periódico y les saldrá una entrevista inaudita que el amigo Juan Cruz hizo a Buika y a Fernando Trueba. Al alimón. Cuando estoy triste, cuando pienso que todo se derrumba, busco esa pieza de museo y en la soledad de mi habitación propia me parto. La filosofía de Buika es (evidentemente) contagiosa, y ahí están esos dos dándole vueltas a la historia de la humanidad. Trueba dice: “La humanidad se jodió el día en que Moisés se subió al monte y bajó cargado de leyes”, a lo que Buika añade: “Pero ¿qué hacían los seres humanos antes de que bajara Moisés? Estaban follando, bebiendo, de puta madre”. Hablan de tribus del sureste asiático que son guays porque no existe la palabra “padre”; de jóvenes africanas (en general) que cuando están calientes y no encuentran varón se lo hacen con otra tía; aseguran que la homosexualidad y la heterosexualidad no existen. Con el corazón lo digo, recomiendo su lectura al menos una vez al año (coincidiendo con el Día del Español) porque se aprende de sexo, de historia, de filosofía, de religión y, sobre todo, de la célebre culpa, esa palabra que, según la cantante, habría que desterrar, porque, según la misma cantante, a esta vida hemos venido a gozar y ¡a jugar! Vaya, lástima que se nos joda la diversión con la muerte, la enfermedad, los celos, el sufrimiento de los seres queridos, la prima de riesgo, el paro o la preocupación por los otros.
En realidad, la teoría de Buika deriva de algunas ideas expresadas de manera más articulada por algunos intelectuales, pero en esencia forma parte del mismo disparate. Creer que la “culpa” es un sentimiento religioso, por mucho que la Iglesia católica haya manoseado el término, es (evidentemente) una tontería, porque los únicos que carecen de culpa son los psicópatas, dado que la culpa, cuando no es enfermiza, es consecuencia de la compasión y la empatía con el que sufre. Lejos de mí afirmar que todo aquel que salga en el periódico en el dichoso Día del Español diciendo que hay que desterrar la palabra “culpa” sea un psicópata. En lo absoluto. Solo digo que es una bobada repetida por muchos y sobre la que (evidentemente) no se reflexiona como se debiera.
Es curioso que después de leer la tradicional entrevista con Buika que desde hace ya ocho años da el pistoletazo de salida al verano, mi esposo me enviara por riguroso e-mail, aunque trabajamos pared con pared (cuánto une la Red), la reseña de un libro sobre los psicópatas de andar por casa. Me lo manda con una nota: “Mira, en este artículo te dan la razón”. Y sí, me dan la razón. Llevo años obsesionada con la idea de que hay psicópatas integrados, psicópatas que no matan, pero manipulan, tergiversan, anulan y utilizan sin escrúpulos a las personas que les rodean, y que, aunque solo sea por la relativa frecuencia con la que nos encontramos alguno, puede afirmarse que acaban siendo más peligrosos que los infrecuentes psicópatas asesinos.
El libro se llama Almost a psicopath (Casi un psicópata) y, en realidad, trata sobre esos seres humanos que causan daño al prójimo sin sentir remordimiento alguno. Todos hemos sufrido a alguno de estos elementos en nuestra vida. En alguna ocasión ha sido un compañero de clase, o un jefe, o un vecino. ¿Qué hacer cuando la mala suerte nos coloca demasiado cerca de uno de esos individuos? Si está en nuestra mano, dicen los autores Schouten y Silver, alejarnos. Si se trata de alguien de quien nos sentimos responsables, llevarlo a un especialista para reducir, que no curar, el mal.
El caso es que cuando leí en el titular del periódico que había que desterrar la palabra culpa pensé: una de dos, esto es una bobada sin más o, peor aún, este es el signo de los tiempos.
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