INCENDIO. EDUARDO JORDÁ


LOS INCENDIOS DE VALENCIA

Anteayer, mientras celebrábamos la victoria de la selección nacional de fútbol, un piloto de helicóptero murió mientras intentaba apagar un incendio en los montes de Cortes de Pallás, en Valencia. Poco después se estrelló otro helicóptero y sus dos ocupantes sufrieron heridas muy graves. No quiero quitarle importancia a lo que han hecho los jugadores de la selección y el gran Vicente del Bosque: su fútbol es bello, valiente y modesto, porque no se basa en las figuras individuales sino en el esfuerzo compartido de todos los jugadores, desde el primero hasta el último (y a mí me conmueve, por ejemplo, el caso de Arbeloa, el jugador menos brillante pero también el más sacrificado).


Pero ahora pienso en esos pilotos accidentados, y en todos los bomberos y guardas forestales que estaban luchando contra un incendio mientras medio país festejaba una victoria futbolística como si estuviéramos participando en una despedida de soltero, y se me ocurre que somos injustos con esos empleados públicos a los que nadie agradece nunca lo que hacen. Nadie les recortará el sueldo a los futbolistas ni a los ejecutivos de la Federación Española de Fútbol, pero en cambio sí que se les recorta el sueldo a esos trabajadores anónimos que intentan defender el bien común -y los bosques son uno de nuestros mayores bienes- en las condiciones más difíciles y más adversas. Sólo una pregunta: ¿cuánto ganaba el piloto de helicóptero muerto? ¿Y cuánto gana un directivo de cualquier empresa pública que nadie sabe para qué sirve? ¿Y cuánto gana un ejecutivo de cualquier televisión autonómica sin apenas audiencia? Ahí lo dejo.

El piloto de helicóptero muerto en el incendio era andaluz y estaba destinado en Aragón, aunque podía haber estado destinado en Galicia o en Cataluña o en el País Vasco. Probablemente le gustaba el fútbol y hubiera preferido estar celebrando la victoria de la selección, pero le tocaba estar haciendo su trabajo y murió haciendo su trabajo. No sabemos si se hubiera puesto la bandera española o la valenciana o la aragonesa, o si no le gustaban las banderas porque consideraba que cada uno de nosotros es un individuo aislado que sólo tiene que responder de sus actos ante su propia conciencia. Pero todo eso da igual. Lo importante es que ese hombre, igual que sus compañeros, no se escaqueó ni intentó escurrir el bulto para que alguien más tuviera que hacer su trabajo. Estuvo en su sitio, donde le tocaba, haciendo lo que tenía que hacer, aunque es muy probable que hubiera preferido hacer otra cosa. No sé si hará falta decirlo, pero son las personas como este piloto, con su trabajo y su entrega silenciosa, las que salvan a los países que están al borde de la quiebra, aunque nadie repare nunca en ellas.

PUBLICADO EN MÁLAGA HOY

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