ESCONDEN LOS TÍTULOS
Jamás imaginé que a los 30 años iba a estar así...». Tania León tiene un sueldo de tres cifras, un piso que recuerda al de Gran Hermano -comparte dúplex con cuatro personas- y un trabajo donde su licenciatura le sirve como mucho para torear a algún pasajero picajoso. Es psicóloga y muy simpática. Quizás le ha servido algún café en el bus de lujo entre Santiago de Compostela y Madrid en estos dos últimos años y medio.
Tania nació en una sociedad que lo prometía todo, pero no dijo cuándo. Y el chasco ha sido morrocotudo. Por si acaso, ha dejado de hacer cuentas y planes. «¿Para qué? Tengo muy claro que para trazar un proyecto de vida estable es indispensable tener un empleo estable y eso lo veo ahora casi imposible. ¿Pareja? ¿Hijos? La crisis afecta de forma transversal a nuestras vidas. Sin estabilidad laboral lo demás es ciencia ficción». La situación de sus compañeros de página es similar. Todos son europeos y sobrecualificados para la labor que desempeñan. Manolis Ouranos es un ingeniero metido a cocinero en medio del naufragio heleno. Ve las aguas tan negras que los euros que rasca en ese fogón del centro de Atenas los invierte en cursos de cocina.
Francesco Foglia, italiano, lleva dos años barriendo las calles de Roma. Imposible investigar, el sueño de este doctor en química industrial. Daria Vitasovi estudió siete años Filosofía y Ciencias de la Religión: lleva cuatro preguntándose por semejante desbarajuste económico en la barra de un bar de Zagreb. Los primeros pasos nunca han sido fáciles, la precariedad siempre ha rondado a la vuelta de la esquina. Salarios bajos, jornadas interminables, temporalidad. Pero la crisis se ha cebado con los jóvenes, que sufren el paro con saña. El ministro francés de Trabajo, Michel Sapin, lo acaba de llamar, en la reunión del G-20, «fatalidad estadística». Un eufemismo para recordar que en el viejo continente los parados jóvenes duplican al resto.
Esconden los títulos
El aumento del desempleo juvenil es proporcional al de las titulaciones. No son exageraciones, sino los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística: la cifra de españoles matriculados en algún máster se multiplicó por cinco de 2007 a 2010, pasando de 16.700 a 83.700. «Total, para luego esconderlo». Tania jamás se ha quitado galones del currículo, pero sí una amiga bióloga. «Tanto en un súper como en una tienda de chuches le dijeron lo mismo: 'con esos títulos te vas a ir en cuanto puedas. Lo siento, no te contratamos'».
Nuestra psicóloga reconvertida en azafata por la tragedia financiera pertenece a ese grupo de personas que saben darle la vuelta al calcetín cuando no hay para jabón y siguen caminando. «Mira, yo no tengo el trabajo soñado, pero no es malo. Me deja tiempo para seguir formándome. No paro de hacer cursillos. En el fondo no estoy tan mal». Pero sí lejos de los años que disfrutó en un proyecto de la Universidad de Santiago de Compostela con niños con problemas de hiperactividad y conducta. Hablaba con los educadores, enseñaba a los padres, ayudaba a los chavales a desarrollar sus habilidades.
De ahí, a servir banquetes en bodas y bautizos, meses interminables en la tienda del aeropuerto de la capital gallega, el autobús... Hace poco, una amiga la invitó por Facebook a colaborar en un reportaje que preparaba la agencia Reuters. Consistía en retratar a la generación mejor preparada y menos esperanzada. Tania es abierta. Pero no conoce a Manolis, Francesco, Daria, ni al resto de chicos que participaron y no caben aquí. Todos buscan su lugar en la vida en un momento donde en realidad hay más soledad y menos oportunidades, aunque estén enchufados a la red.
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