DE LAS BALAS DE TEBA A LA IGNOMINIA DE
MAUTHAUSEN
Un agujero de veinticinco metros de
largo, casi en línea recta. Las palas se callan, el cementerio se reconcilia
con el canto de los pájaros. Cerca de la última hilera de tumbas de cal, Andrés
Fernández, arqueólogo, ajusta la cámara para captar la hondonada en toda su
longitud. Con ese gesto comienza el final de los trabajos de exhumación de la
fosa común de Teba, que han permitido recuperar los restos de 151 personas, 26
más de las que se pensaba cuando comenzó la investigación, en la última semana
del pasado febrero.
Se trata, ya oficialmente, de la segunda
excavación más voluminosa de las que se han completado en España, después de la
de San Rafael, en Málaga. Las conclusiones, que ultima el equipo de Fernández,
director del proyecto, señalan a una represión brutal, con episodios como la
Noche de los 80, en la que fueron aniquiladas un total de 84 personas. Los
cuerpos de todos ellos han sido encontrados en el centro exacto de la fosa, que
ha sido vaciada y catalogada con depósitos individuales para cada uno de los
restos.
En el lugar donde reposaban los
fusilados se percibe ahora una escala de tierra. No es difícil advertir una
nueva dimensión del vacío y del silencio. Teba, devastada por la Guerra Civil,
encuentra la respuesta definitiva a las preguntas que han estado persiguiendo a
buena parte de sus familias desde 1937. A diferencia de San Rafael o
Alfarnatejo, los arqueólogos han confirmado directamente la pista sin necesidad
de auscultar nuevos franjas del terreno, lo que ha revertido en la rapidez y en
la eficacia de una exhumación que también gana la consideración de modélica,
ajena a las polémicas que rodearon la aprobación de la ley de memoria
histórica.
Juan Fuentes, coordinador de los
trabajos, elogia la meticulosidad de los arqueólogos y habla de una
recuperación especialmente sensible por dos aspectos: la siniestra relación
entre el número de víctimas y la población total de Teba–a los aniquilados en
el cementerio se suman los trasladados en San Rafael, documentados por el
historiador Francisco Espinosa– y la cantidad de descendientes directos, que
tiene su relación en la juventud de muchos de los ejecutados, que no llegaban a
los 25 años.
Más de cuarenta personas han seguido la
excavación en calidad de hijos de los fallecidos; muchos de ellos desde fuera
del país Fuentes recuerda a un vecino de Washington, que ha estado en
permanente contacto telefónico desde que comenzó el proyecto.
La masacre de Teba, reconstruida por los
investigadores, que han contado con un equipo de diez voluntarios, se
diferencia de la de otras localidades de la provincia por la confluencia de
circunstancias que avivaron la enemistad en los años anteriores a la guerra; la
historiadora Maribel Brenes habla del apodo de Rusia chica que distinguía
popularmente al pueblo y, sobre todo, de los sucesos de 1934, marcados por días
de revueltas, huelgas y violencia.
Los cuerpos recuperados en el cementerio
fueron asesinados, en su mayoría, entre febrero de 1937–la Noche de los 80
discurrió entre el y 24–y septiembre de 1936, al inicio de la guerra. En la
primera oleada, con las balas de las tropas fascistas en el aire, miles de
vecinos emprendieron la huida; algunos se resguardaron en las fincas de
Casarabonela, otros alcanzaron el frente o huyeron hasta la frontera con Francia.
Después de la toma de Málaga, en 1937, muchos hicieron caso de la falsa
aministía dictada por el bando de Franco, que anunciaba indultos para aquellos
que no hubieran cometido delitos de sangre.
Los historiadores describen una caravana
de familias a la entrada del pueblo. Había, incluso, vecinos que habían dado
marcha atrás desde la carretera de Almería. No hubo perdón. A partir del 12 de
febrero, las casas fueron convertidas en cárceles improvisadas. Comenzó el
baile sórdido de los nervios, de las delaciones. Hasta que llegaron los
primeros paseos al cementerio, situado a un kilómetro del pueblo. «La mayoría
de los fusilados no estaban señalados políticamente. Los que habían tenido
protagonismo habían huido», explica Brenes.
Fuentes completa el inventario de
víctimas; mujeres detenidas por haber bordado una bandera, jóvenes a los que se
había visto en manifestaciones. «Ninguno tenía delitos de sangre», indica. En
la Noche de los 80, fueron aniquilados en grupos de diez. Una sucesión de
ejecuciones en mitad del silencio de la madrugada. Fernández cuenta que en los
primeros estratos de la tierra comenzaron a surgir proyectiles. Los cuerpos, al
igual que en San Rafael, yacían arrojados sin ningún tipo de planificación
previa, alineados en posturas caprichosas. Muchos de los restos presentan
signos de violencia; los intentos de huida, de rebelión, se tradujeron en saña
y huesos rotos.
Adiós al anonimato
La investigación, promovida por la
Asociación por la Memoria Histórica de Antequera, ha logrado, además, restaurar
los nombres y apellidos de cada una de las víctimas. Ya no hay anonimato en el
camposanto, donde los cuerpos se mezclaban con las raíces de los pinos. Quedan,
eso sí, otros puntos del recinto en el que se aventura el enterramiento de
fusilados, aunque en una época posterior al fin de la guerra. Son miembros de
las partidas de maquis que merodeaban en la zona, que fueron arrasadas sin la
mediación de ningún tipo de proceso. En 1949 la imagen de España había cambiado
y Franco no quería que trascendiese la existencia de guerrilla. Se les
consideraba bandoleros.
La historia negra de Teba marca también
las fases de la represión nacional. Una de las hipótesis a las que se refiere
el equipo es la explicación a la datación de los cadáveres encontrados en la
fosa. La entrada de los nacionales, y su sanguinaria reacción, no significó el
fin de las represalias en Teba, sino un nuevo modo para llevarlas a cabo. A
partir de 1937, los nacionales quisieron envolver las ejecuciones con una mayor
cubierta judicial, una pantomima, sin garantías legales, pero que probablemente
significó el traslado de los ejecutados a las cárceles y, posteriormente, a San
Rafael, donde fallecieron más de 4.000 personas.
Una vez finalizada la exhumación, las
familias se plantean la posibilidad de identificar los cuerpos, que dependerá
de los requerimientos económicos. De momento, los investigadores, con Andrés
Fernández a la cabeza, han intentado extremar la precisión a través de los
métodos arqueológicos. Se ha estudiado la ubicación de las víctimas y los datos
disponibles de las ejecuciones con el objetivo de recabar la máxima información
de cada uno de los restos, que ya descansan en cajas individuales. La ley
establece la búsqueda de una sepultura identificativa y conjunta, en caso de
que no prosperen los exámenes de ADN. Será, de cualquier modo, la última fase
de unos trabajos esperados durante setenta y cinco años. «La única manera de
cerrar heridas es abrir las fosas y por fin se ha hecho», sentencia Fuentes.
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