DARLE A LA BOTELLA. DAVID TORRES


DARLE A LA BOTELLA
Ana Botella es una señora como Dios manda que ha hecho una carrera política en virtud de dos circunstancias principales: arrimarse a la sombra de su marido, primero, y a la de Gallardón, después. Hay mujeres que se han hecho a sí mismas y luego hay otras que prefieren que les den el trabajo hecho, como en los viejos y buenos tiempos bíblicos. Por eso heredó el cargo de alcaldesa como quien hereda una dote, feliz trasvase de poderes en que se corrió un puesto en todo el organigrama del PP, de ministro a alcaldesa hasta llegar al conserje. Así se crea trabajo en España.


Unos abucheos multitudinarios a Ana Botella no son noticia, la noticia sería lo contrario, pero es verano, no hay mucho de qué hablar aparte de tierra quemada y de bomberos quemados, y de repente aparece esta señora que tiene el don de abrir la boca para repartir sabiduría a manos llenas. Todo el mundo recuerda aquella formidable extrapolación antropológica en que equiparaba a los homosexuales con peras y manzanas, o su defensa de la Cenicienta como ejemplo supremo de conducta femenina, ya que aguantaba humillaciones y castigos en silencio, cristianamente. Igual que la alcaldesa, que hay que ver lo que tiene aguantado, la pobre. Y luego, en un momento en que los madrileños estábamos a punto de morir ahogados por una plasta de humo, Ana Botella salvó a la capital mediante el sencillo milagro de llevarse los aparatos de medición a la Casa de Campo: los niveles de contaminación bajaron de golpe y todos respiramos aliviados. Ella quería llevárselos más lejos todavía, a La Gomera quizá, para traer todas las mañanas a la capital un poco de aire del Atlántico, pero le dijeron que no iba a colar; al final no lo hizo y fue una suerte porque habrían acabado carbonizados, como los bomberos de Madrid, que son unos desagradecidos que no saben la suerte que tienen.

Esos bomberos (que cobran una millonada por estar mano sobre mano todo el día para luego ir un par de veces al mes a jugar con la manguera o a bajar a un gato de un árbol) no saben el esfuerzo que supone trasladarse a la peluquería con todos los escoltas y encima encontrar aparcamiento para toda la comitiva, con lo caro que se ha puesto el ticket de la hora. Eso sí que es heroísmo: ir a saludar a la Virgen de la Paloma, oír misa y luego tomarse unas tapas en pleno centro, aguantando la solanera y el mal humor de la chusma, esa gentuza ignorante que ni siquiera sabe la vidorra que se pegan los bomberos a costa del contribuyente.

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