DARLE
A LA BOTELLA
Ana Botella es una señora como Dios
manda que ha hecho una carrera política en virtud de dos circunstancias
principales: arrimarse a la sombra de su marido, primero, y a la de Gallardón,
después. Hay mujeres que se han hecho a sí mismas y luego hay otras que
prefieren que les den el trabajo hecho, como en los viejos y buenos tiempos
bíblicos. Por eso heredó el cargo de alcaldesa como quien hereda una dote,
feliz trasvase de poderes en que se corrió un puesto en todo el organigrama del
PP, de ministro a alcaldesa hasta llegar al conserje. Así se crea trabajo en
España.
Unos abucheos multitudinarios a Ana
Botella no son noticia, la noticia sería lo contrario, pero es verano, no hay
mucho de qué hablar aparte de tierra quemada y de bomberos quemados, y de
repente aparece esta señora que tiene el don de abrir la boca para repartir
sabiduría a manos llenas. Todo el mundo recuerda aquella formidable
extrapolación antropológica en que equiparaba a los homosexuales con peras y manzanas,
o su defensa de la Cenicienta como ejemplo supremo de conducta femenina, ya que
aguantaba humillaciones y castigos en silencio, cristianamente. Igual que la
alcaldesa, que hay que ver lo que tiene aguantado, la pobre. Y luego, en un
momento en que los madrileños estábamos a punto de morir ahogados por una
plasta de humo, Ana Botella salvó a la capital mediante el sencillo milagro de
llevarse los aparatos de medición a la Casa de Campo: los niveles de
contaminación bajaron de golpe y todos respiramos aliviados. Ella quería
llevárselos más lejos todavía, a La Gomera quizá, para traer todas las mañanas
a la capital un poco de aire del Atlántico, pero le dijeron que no iba a colar;
al final no lo hizo y fue una suerte porque habrían acabado carbonizados, como
los bomberos de Madrid, que son unos desagradecidos que no saben la suerte que
tienen.
Esos bomberos (que cobran una millonada
por estar mano sobre mano todo el día para luego ir un par de veces al mes a
jugar con la manguera o a bajar a un gato de un árbol) no saben el esfuerzo que
supone trasladarse a la peluquería con todos los escoltas y encima encontrar
aparcamiento para toda la comitiva, con lo caro que se ha puesto el ticket de
la hora. Eso sí que es heroísmo: ir a saludar a la Virgen de la Paloma, oír
misa y luego tomarse unas tapas en pleno centro, aguantando la solanera y el
mal humor de la chusma, esa gentuza ignorante que ni siquiera sabe la vidorra
que se pegan los bomberos a costa del contribuyente.
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