POLÍTICOS
PROFESIONALES, PROFESIONALES POLÍTICOS. BORJA VENTURA
Político, regularmente, se nace. Son más
bien pocos los que, desde una carrera profesional más o menos brillante, dan el
salto a la gestión pública y, en la mayoría de casos, no suele funcionar. Ahí
está la exministra González-Sinde, que venía del mundo del cine y se convirtió
en una de las políticas más denostadas de la pasada legislatura por su postura
sobre los derechos de autor. O César Antonio Molina antes que ella, que aparcó
su carrera literaria antes de tomar la cartera. O Manuel Pizarro, presidente de
Endesa cuando la OPA, fichaje estelar de Rajoy en las elecciones de 2008 y
finalmente un bluf político. Son sólo tres ejemplos recientes, pero hay decenas
más. Para triunfar, sin embargo, el camino de la militancia es el que mejor
funciona y, al terminar la etapa, un salto a la empresa privada ¿Tiene que ser
así?
Lo más normal para llegar a triunfar en
estos días en política es contar con una dilatada trayectoria como militante a
las órdenes del partido o, en los tiempos que corren, teniendo la formación que
mejor encaje en el momento oportuno. Lo primero funciona especialmente bien en
nuestro país, donde muchos de nuestros representantes han carecido de
trayectoria profesional porque han dedicado toda su vida a las siglas que
defienden. De la militancia precoz al paso por las Juventudes, de ahí a cargos
municipales menores y, si todo va bien, el salto al ruedo nacional. Al final el
peligro es ese, que defiendan las siglas más que al interés general.
O, directamente, sumar cargos políticos
hasta llegar a la primera línea de la política. El presidente del
Gobierno lleva desde 1983, con 27 años, empalmando cargos públicos:
presidente de Diputación, vicepresidente de la Xunta, diputado, miembro de la
Ejecutiva Nacional del PP, ministro, vicepresidente y ahora, tras años como
presidente de su partido, presidente del Gobierno. Aprobó la plaza de
registrador de la propiedad con 24 años y aún hoy figura como titular sin haber
ejercido a dedicación plena más que tres años.
Su antecesor siguió un camino
parecido: Zapatero se afilió al PSOE con 19 años y desde los 26
estuvo de diputado, además de añadir otros cargos como el de secretario general
del PSOE castellanoleonés, liderar el partido a nivel nacional o, después y sin
paso previo por Ministerio alguno, presidir el Gobierno.
El camino es el mismo para todos los que
han vivido en La Moncloa. Aznarempezó con 29 años como diputado y de ahí a
presidente de Castilla y León y de su partido hasta llegar a la presidencia del
Gobierno. González entró en el partido con 20 años, entonces en la
clandestinidad, y pasó a dirigirlo con 32 años; fue diputado desde los 35 años,
recién estrenada la democracia, y el presidente del Gobierno más longevo hasta
la fecha. Suárez ocupó cargos políticos desde los 26 años en el
régimen franquista, desde la secretaría general del Movimiento hasta ser
procurador, gobernador civil y ministro de Franco; ya en democracia fue
presidente del Gobierno y después siguió como diputado.
Todos los presidentes del Gobierno que
hemos tenido estudiaron Derecho en su día, sin duda la carrera con más
proyección entre los dirigentes públicos, y todos se dedicaron por completo a
la política. Y eso repasando sólo la lista de presidentes del Gobierno, que en
el archivo de diputados y senadores de nuestra joven democracia hay centenares
de ejemplos más. Los únicos altos cargos que ofrecen algo más de diversidad son
los ministerios, en ocasiones asignados a profesionales independientes asociados
a un partido determinado, o las secretarías de Estado, asignadas tanto a
personas de confianza como a gestores destacados en cada rama profesional.
La segunda opción, la de la formación
adecuada al momento, ha funcionado muy bien en el ámbito internacional si
vienes, por ejemplo, de Goldman Sachs. La vinculación del banco de inversión
con la Casa Blanca ha sido tal que dos secretarios del Tesoro, Henry
Paulson con Bush y Robert Rubin con Clinton, vinieron de allí:
el primero trabajó en la entidad entre 1974 y 2006 y el segundo, de 1966 a
1992.
También de Goldman llegó Robert
Zoellick, actual presidente del Banco Mundial, o los italianos Mario Draghi,
presidente del Banco Central Europeo, y Mario Monti, primer ministro italiano
que llegó al poder sin mediar elección alguna, entre otros altos cargos
políticos.
El ejemplo más cercano que hay en
nuestro país es el ministro De Guindos, exresponsable para Europa de Lehman
Brothers. Aquí entre los altos cargos se lleva más lo de ser funcionario y, por
concretar más, abogado del Estado: hay hasta quince en el Consejo de
Estado.
¿Qué es mejor? ¿Un político que sabe de
las intrigas políticas, con experiencia en las tripas de un partido desde su
juventud, o un profesional con su carrera y su especialidad que deja su
dedicación por un tiempo para aportar su conocimiento? ¿Un político profesional
muestra más vocación que uno ocasional? ¿Es al revés?
Las preguntas sobre cómo ingresar en
política no son las únicas, también hay muchas sobre cómo deben salir de ella
¿Deben renovarse sine die sus candidaturas, empalmando legislaturas en el
cargo? ¿Es legítimo que alguien que ha tenido responsabilidades políticas acabe
fichando como consejero de empresas a las que ha podido favorecer en el pasado
con sus decisiones? ¿Son sus nóminas, regularmente abultadas, un sueldo
aceptable mientras cobran su jubilación tras apenas unos años de
servicio en el caso de algunos cargos públicos?
Muchos dirigentes, al abandonar la
política, lo hacen con la cartera asegurada. Zaplana fichó por Telefónica,
Acebes entró en Bankia, González y Salgado cobran de Endesa, Aznar de Gas
Natural y News Corporation, Solbes cobra de Enel y Barclays, Narcís Serra
estaba hasta hace poco en Gas Natural y Caixa Catalunya, Piqué dirige Vueling,
Jordi Sevilla fichó por PriceWaterhouseCoopers, De Guindos vino de Lehman
Brothers, Imaz se fue a Petronor al dejar la política… La lista de
las relaciones de los expolíticos con las empresas es larga.
Algunos de ellos, además, dejaron la
política para dar el salto a la apacible empresa privada cuando todavía eran
jóvenes: María San Gil, expresidenta del PP vasco, dejó la militancia en
el partido por discrepancias con sus dirigentes cuando tenía 43 años. Josu
Jon Imaz tenía 44 años cuando cedió el testigo a Ibarretxe, que dejó la
actividad política con 52 años tras ser lehendakari. El exministro Ángel
Acebes dejó la carrera política con 50, los expresidentes Zapatero y Aznar con
51 cada uno, y los exministros Zaplana, Sevilla y Piqué con 52 años cada uno.
Otros se despidieron jóvenes, pero
seguramente con la idea de volver. Es el caso de Leire Pajín, que a sus 36 años
y siendo exministra sin haber trabajado fuera de su partido, anunció
que dejaba “temporalmente” la política para trabajar en cooperación,
aunque mantiene su cargo de vicesecretaria de organización del PSOE valenciano.
También José Blanco, pendiente de un caso judicial en su contra, podría
estar preparando su regreso como candidato a unas hipotéticas primarias en
el PSOE gallego tras dejar la primera línea de la actividad políticacon 49
años.
Entonces en qué quedamos ¿Deberían
trabajar hasta los 67 años para ganarse la jubilación que corresponde a los
políticos? ¿Es mejor que salgan antes para renovar cargos? ¿La política debería
ser cosa sólo de profesionales? ¿Deberían entrar más técnicos independientes?
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