EL
ESCARABAJO
Imaginaos que os convertís en un
escarabajo, un escarabajo pelotero. Un bicho negro, con aires de señor mayor
que anda ayudado de un bastón. Con un caparazón duro, estriado, sin brillo,
cubierto siempre de polvo y con un aspecto algo endeble a la par que
resistente. Con un cuerpo duro pero con unas patitas ligeras y estrechas. Tan
frágil ante un pisotón y a la vez tan fuerte como para ser lanzado sin
paracaídas.
Sois en estos momentos una pequeña
mancha negra, un detalle minúsculo dentro de un escenario de mayores
magnitudes. Un escarabajo que poquito a poco se acerca a una pequeña aldea,
situada en medio del campo, sin saber muy bien el por qué, os vais adentrando
por las cuatro calles de esta aldea. Puede que sea sólo el resultado de una
incesante búsqueda, puede que sea consecuencia de un vagar sin rumbo... quién
sabe. El caso es que andáis ya explorando una de las casas del pequeño pueblo.
Los olores os atraen. Buscáis comida.
Todo está oscuro pero no importa demasiado cuando cada paso se mide en
milímetros y no resulta muy complicado colarse por cualquier rendija. Sólo hay
que buscar, buscar y pasar alguna estrechez.
Buscando-buscando parece que vuestras
patitas escalan porcelana, bordean precipicios y siempre que podéis vais
avanzando de la forma más segura posible, salvando los pequeños saltos,
estirando las patitas, pero otras veces os sentiréis en la necesidad de dar un
salto al vacío sin saber si pronto encontraréis una base donde apoyaros o si os
deparará una fuerte caída.
Pero... ¿qué pasa? ¿Qué sucede? Por más
que intentáis avanzar no lográis moveros de otra forma que no sea en círculos y
cuando intentáis ascender, irremediablemente retrocedéis a más velocidad.
¡Habéis caído en una fuente de porcelana, resbaladiza, demasiada honda y en la
que se apilan otras fuentes y platos! ¡No hay forma de salir!
Os pasáis horas y horas bordeando el
interior, tanteando la base del recipiente que a su vez contiene, pero es
inútil: demasiada pendiente, demasiado liso y parece imposible tratar de
escalar por su lado convexo.
Os pasáis horas y horas intentando
trepar por la fuente de porcelana. Una patita hacia delante y una milésima de
segundo después la fuerza de la gravedad os arrastra de nuevo más atrás de
vuestra posición inicial. Lo intentáis a lo largo de todo su diámetro. Una y
otra vez. No hay manera. No hay ni una fisura ni una pequeña rugosidad que os
permita sosteneros ni un segundo y estirar la otra patita.
Habéis estado merodeando por esa misma
casa días y días y no ha habido movimiento alguno que indicase otra cosa más
que es una casa vacía, cerrada, sin personas que la habiten. No hay salida.
Seguir intentándolo parece sólo una forma de malgastar esfuerzos pero ¿qué otra
cosa podéis hacer? Esperar la muerte no parece estar en vuestros genes.
Pasan días (la verdad es que no tengo ni
idea de cuánto puede vivir un escarabajo) y no cesáis en el empeño. Una y otra
vez. Subís y bajáis por el tobogán. Las fuerzas ya flaquean.
De repente se oyen ruidos, parece que
alguien ha venido a echarle un vistazo a la casa o a pasar unos días en ella.
Abre la alacena donde os encontráis y empieza lentamente a trastear con los
cacharros cercanos.
Nadie lo diría, pero se ha abierto una
puerta a la esperanza. Quizás haya suerte. O quizás no sea sólo cuestión de
suerte:
Nuestra posible salvadora resulta ser
una joven a la que le resulta imposible dormir. Está sola en la vieja casa y su
imaginación no hace más que jugarle malas pasadas. En el silencio de la noche y
con los sentidos en estado de alerta el oído se agudiza y hay un leve sonido
que no para de repetirse. La alacena se encuentra pegada a su cama y es fácil
identificarla como el origen de ese sonido.
Su imaginación vuela: puede ser un
murciélago atrapado, puede ser un ratoncito juguetón, también puede ser un
pajarillo de los que a veces se cuelan no se sabe muy bien por dónde y por
supuesto también cabe la opción de que sea un pequeño escarabajo cuyo ruido
atemoriza más que otra cosa.
La oscuridad, la soledad, el silencio y
el ruido incesante imponen, pero sabe que no podrá pegar ojo hasta que ponga
fin al asunto. Ninguno de los animales imaginados le asustan tanto como para no
poder hacerles frente. Se pone manos a la obra y poco a poco va sacando
cazuelas, cacerolas, escurridores y demás cacharrería. Cada montón de cacharros
que saca lo aparta bien lejos y pega el oído para anticiparse a un posible
susto.
Va llegando al final y ya tiene
identificadas las fuentes de porcelana como la trampa en la que se haya ese ser
por descubrir. Suena como si fueran las mismas fuentes que chirriasen en
granitos de arena. De una en una va
levantándolas y separándolas. Observándolas por ambas caras y manteniendo los
brazos lo más alejados posibles de su cuerpo y rostro.
Ya sólo queda una. Levanta y respira.
Finalmente es un escarabajo.
Está cansada. Quiere dormir y no quiere
que su última imagen antes de irse a la cama sea algo desagradable. Complacida
por haberle hecho frente a sus miedos y por poder acostarse sin haberse llevado
un gran susto decide ser indulgente con el escarabajo, al que lanza a la calle
por la ventana.
¿Cuestión de suerte sólo? NO CEJÉIS EN
EL EMPEÑO
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