FUN
FUN FUN
No es que en literatura haya temas intocables, pero
para tocar algunos hay que tener una osadía -o una ignorancia- verdaderamente
notables. Es el caso de la caza de ballenas,
del amor por las nínfulas, de la metamorfosis de un ciudadano en
insecto. Es el caso también de la Navidad. Se diría que tras la novela breve y
magistral de Dickens, con ese hallazgo genial del fantasma que hace viajar al
pasado y al futuro al tacaño Scrooge, la
costumbre de escribir cuentos de navidad no es más que un hacer dedos para
obtener un cheque. Son cientos los cuentos de navidad que se habrán escrito
desde que Dickens escribió el suyo, y a pesar de la estatura alcanzada por
Dickens no puede decirse que el género carezca de obras maestras.
Me acuerdo
ahora mismo de dos: Una Navidad de Truman Capote y el Cuento de Navidad de
Auggie Wren de Paul Auster, que acaban de reeditar con ilustraciones. Me gustan de ellos el hecho de que, aunque
cumplan con el inevitable requisito del género de resultar edificantes, lo
hacen de una manera sutil. Y emocionan sin llegar al dramatismo de La vendedora
de fósforos, el también inevitable cuento de Navidad de Andersen. El de Paul
Auster ni siquiera es un cuento de navidad, o es el anticuento de Navidad:
parte del encargo del New York Times al autor de que escriba un relato
navideño, y el autor no tiene idea de cómo encarar el encargo y le va con sus
cuitas a su estanquero, que será el encargado de contarle un espléndido y
conmovedor cuento de Navidad que no tiene nada de navideño.
El género, ya digo, por su necesidad de ser
edificante, fue virando si no desde el principio sí ya con el total descaro de
nuestros días, hacia la literatura infantil, donde, como se sabe, se mueve
bastante dinero, una de las menos inocentes virtudes del periodo navideño,
donde las tarjetas de crédito hace mucho que sustituyeron a la bondad y los
deseos de paz y amor de antaño como protagonista esencial de la fiesta. ¿Cuándo
empezaron a escribirse cuentos de Navidad? No lo sé a ciencia cierta, supongo
que el primero fue Mateo, que es el que cuenta la venida al mundo de Jesús y la
visita de los Reyes Magos, aunque resulte mucho más descriptivo y afinado
Lucas. Pero tranquilos, no sólo de cuentos navideños más o menos delicuescentes
vive la navidad: también están los poemas. Villancicos se han escrito para
empapelar el Everest, pero hay dos libros que, cumpliendo con el requisito de
celebrar la llegada al mundo del Salvador, cumplen también con el requisito de
ser auténtica poesía: me refiero a Retablo sacro del Nacimiento de Luis
Rosales, y a Onze nadals i un cap d'any de J.V. Foix.
J.V: Foix
Este último es una perfecta combinación de tradición
y vanguardia. Foix, poeta casi secreto durante años, acostumbró a partir del
año 48 a enviar a sus amigos un christmas primorosamente editado con un grabado
de algún artista amigo. Cuando tuvo una docena -las 11 navidades y el fin de
año del título- sus amigos le insistieron para que los recopilara en un
volumen, y eso hizo, logrando uno de los mejores ejemplos de cómo hacer poemas
navideños sin rebajarse a la ñoñería y la delicuescencia, con un lenguaje
riquísimo, unas rimas exactas del, según le gustaba denominarse a si mismo,
investigador en poesía que siempre fue.
Pero si me tengo que quedar con un solo poema
navideño, no tengo dudas, sobre todo por su insolente actualidad, a pesar de
haber sido escrito en el año 72 y por ser uno de los muy contados poemas
publicados por su autor, Rafael Sánchez Ferlosio. Es, naturalmente, un
villancico a la contra, erigido sobre la palabra sagrada que es acaso una de
las pocas palabras que todavía puede uno decir de vez en cuando para mantener
la pureza que, se supone, viene a renacer en estas fiestas. La palabra no.
Porque, al fin y al cabo, según la tradición, quien nace el 25 de diciembre, es
un revolucionario, y el villancico de Ferlosio pone de manifiesto que su
fortaleza radica en esencia en su capacidad para decir precisamente lo que el
niño de su villancico dice, contra toda delicuescencia más o menos emotiva:
somos pura contradicción, y para contradicciones ninguna más evidente que la
que conviven en el espíritu de la
navidad y en aquello en lo que la navidad ha quedado: fun fun fun. Es un villancico
punkie. Y aquí lo dejo para empezar esta Biblioteca en Llamas:
Nazca el niño
negativo,
nadie, nunca, nada, no.
Si amanece la arrogancia
de la fuerza y el valor,
niño débil y cobarde,
niño noche y deserción.
Si relumbran los fusiles
de la blanca afirmación,
niño oscuro, niño inerme,
niño niebla y evasión.
Nazca el niño negativo,
nadie, nunca, nada, no.
Si los médicos prescriben
la alegría y la salud,
niño triste, niño enfermo,
sin niñez ni juventud.
Si en el quicio de la carne
la palabra se escindió,
niño niño, niño niña,
niño luna, niño sol.
Nazca el niño negativo,
nadie, nunca, nada, no.
Si a la luz de la justicia
toda culpa se aclaró,
niño bueno, niño malo,
sembrador de confusión.
Si la lógica decide
de la verdad y el error,
niño cierto, niño falso,
blanco de contradicción.
Nazca el niño negativo,
nadie, nunca, nada, no.
Si entre la carne y el verbo
imposible fue el amor,
niño nadie, niño nunca,
niño nada, niño no.
FUENTE:
EL MUNDO
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