EDUCACIÓN. LLUIS GONZÁLEZ

EN RESPUESTA A LA TUMBONA DE EUROPA
Estoy de acuerdo contigo. Y más. Creo posible que en algunos aspectos te quedes corto quizás debido a la necesidad de adecuar los escritos a los espacios como en toda revista que se precie.

He dedicado unos treinta y cinco años de mi vida a la educación. Desde por allí los setenta (no recuerdo exactamente qué año) hasta el 2010 en que me he visto forzado a jubilarme a causa de una enfermedad crónica e incapacitante. Primeramente en centros de educación especial para discapacidades intelectuales (los tontitos de aquella luminária del PP andaluz no?), en centros de acogida y residencias de protección de menores (atendí a unos 500 niños y niñas, la más pequeña de tres meses, abandonada, la mayor de 21 años, embarazada que daba su hija en adopción), formación en “búsqueda activa de empleo” para adultos en paro (vaya eufemismo de título) y profesor de educación secundaria como psicopedagogo. Con lo explicado pretendo decir que tengo una experiencia que creo puede avalar de sobras una opinión y que ésta merece ser tenida en cuenta, aunque sin ánimo, por supuesto, de sentar cátedra en ningún momento.


 Educación es una palabra muy gorda y creo que desde hace unos años se esta denostando en todos los sentidos y desde muchas perspectivas sobre todo (y casi evidentemente) políticas.

Desde un principio tuve claro que era para mi educar: potenciar todos los aspectos sensibles, emocionales y racionales de los seres humanos como individuos y como colectivos para que lleguen a ser personas pensantes, críticas, constructivas, participativas y respetuosas.

Hoy día y de forma alarmante a mi parecer ésta casi especie de declaración de principios ha quedado prácticamente borrada de los manuales e idearios.

Estoy de acuerdo en que en este país nadie escucha a los profesores. Pero esto no debe sorprendernos. Al fin y al cabo en España lo de disminuir a los demás es algo endémico, idiosincrático. ¿Y los niños? Qué decir de los niños. Sólo son los sujetos pacientes a ellos les toca callar, obedecer y no molestar.

Debemos empezar por nosotros mismos. ¿Los profesores escuchan a los profesores?

He tenido esta discusión con varios compañeros de profesión. Nunca nos pusimos de acuerdo y, al contrario, siempre me ha quedado la sensación (y desazón) de, no ya de incomprendido, sino de un “anda y que te jodan, no vengas a comerme el coco”. Es la discusión del papel que debe jugar el profesor en el aula, es decir en su relación con el alumnado.

La mayoría de aquellos con los que he trabajado refrendaban la opinión de que su papel es el de mero transmisor de conocimientos: Voy doy mi clase, ellos escuchan, hacen los ejercicios y el que asimile llegará a ser algo y el que no pues… alguien tiene que hacer las tareas más duras y asquerosas.

Por supuesto las cosas no funcionan así aunque les cueste aceptarlo y les duela en lo profundo de su ser porqué parece que al criticar este juego se esté dañando su imagen profesional.

Quién dice cómo funciona la dinámica relacional en el aula no es el profesor, sino el alumno. Éste, lejos del sujeto pasivo que se pretende es activo y muy activo. Y en todo momento.

El alumno sentado y silencioso está aprendiendo activamente del modelo que está representando para él su profesor: hay seres superiores a los que hay que obedecer. Los chicos y chicas que tenemos en el aula están aprendiendo siempre y constantemente. Eso no tiene vuelta de hoja y negarlo constituye una defensa para el profesional que se presenta ante ellos como autoritario y castigador.

Evidentemente no todos los profesores actúan así. Pero casi podríamos decir que es algo inherente a la profesión. Me explico: la mayoría de profesores de secundaria han pasado por la Universidad, tienen su título de Licenciado (puede que incluso de Doctor), no les gusta la enseñanza ni el contacto directo ni continuado con los adolescentes (estos seres tan repelentes que siempre te llevan la contraria), pero como en este país no hay plazas de trabajo para tanto universitario, cursan tres meses de preparación que les capacita para ser profesores y a enseñar, que es gerundio. Funcionario, sueldo seguro y bastante bueno, pocas horas de trabajo y seguridad una vez superadas las oposiciones. Aquellos que se preocupan en serio por llevar a cabo una buena labor proceden de primaria. Son maestros la mayoría que pasaron a secundaria al implantarse la LOGSE, logrando alguno de ellos titularse en alguna Licenciatura para poder acceder al segundo ciclo.

Los profesores se  quejan y con razón. Pero son muy poco autocríticos. Estoy hurgando en la llaga? Primero mejorar nosotros para poder exigir que el resto de las cosas también mejoren.

Desde los altos territorios políticos en los que se toman las decisiones que nos afectan a todos se potencian sistemas educativos que circulan a toda marcha en una dirección totalmente contraria a la indicaba al principio de mi escrito.

A la derecha no le interesan las personas pensantes, críticas, con ganas de actuar y de mejorar el entorno social  en el que viven, sino seres obedientes y silenciosos, como los alumnos en las clases, que sigan las órdenes que emanan de las jerarquías: patronos, encargados, capataces… y que sean sobre todo capaces de pasarse horas y horas llevando a cabo trabajos embrutecedores, alienantes en completo silencio y dando las gracias.

La educación tiene como fin último preparar individuos que ingresen en el tejido productivo sin ánimo de modificarlo. Carne de cañón lo llaman.

Cuando los socialistas implantaron la LOGSE (o decían que iban a hacerlo) parecía una buena idea. Leímos las bases en que se sustentaba. Sonaba a gloria. Ya hace tiempo que se dice que era una ley malísima pero mi pregunta es ¿Se implantó algo de la LOGSE en algún lugar de España? Los presupuestos siempre demasiado escasos dedicados a educación no lo permitieron. No caben por tanto críticas a la ley sino a los que tenían que desplegarla. Aunque claro, si nos cargamos la ley nos cargamos de paso  el ideario sobre la que se fundamentaba: igualdad, constructivismo, singularidad y muchos buenos etcéteras que seguramente nos podrían haber acercado a los resultados de los tan cacareados informes PISA y a la preciada Finlandia.

Desengañémonos. Los barones socialistas no tenían ninguna intención de aplicar estos fundamentos. Ellos adoran las jerarquías y el inmovilismo. 

Quedé anonadado cuando, en el ejercicio de mi profesión, llevando a cabo tareas como orientador vocacional, les preguntaba a los chavales/as en qué les gustaría trabajar después de acabar sus estudios. No llegaban al 5% aquellos que sabían con certeza a qué dedicarse. Es decir tenían una ilusión por la que luchar.  Al resto les daba absolutamente igual, a lo que fuera saliendo. Muchos preguntaban en qué profesiones se ganaba más dinero (y de forma rápida y sin necesidad de formaciones complicadas). Su modelo del que era la realización personal consistía en ganar mucho - comprar coche – salir y divertirse. Fin.

Esto, dentro de unos años se ha convertido para los mismos en: trabajo en el que no se encuentra ni el más mínimo placer, se hace a la fuerza y mal, emparejamiento por necesidad y atendiendo a aspectos superficiales de la pareja que por supuesto solo sirve para satisfacer las más egoístas necesidades de cada uno, las más inmediatas. Incapacidad de elaborar planes a largo plazo, los hijos se aparcan en guarderías, escuelas y actividades extraescolares, se ven dos horas diarias y crecen sin poder identificar los códigos del lenguaje afectivo.

¿Suena deprimente? Hasta hace poco los bares estaban llenos de hombres que retardaban la hora de llegar a casa cerveza tras cerveza. Chistes soeces y partidos de fútbol. La basura televisiva invade los hogares y los llena de basura emocional.

He visto con esperanza a gente de todas las edades acampando en la plaza del Sol de Madrid y en la de Catalunya en Barcelona. Chapeau pensaba. Hoy estoy esperando que el movimiento salga de su letargo invernal y he tomado conciencia de que el proceso va a ser largo y lento. Pero tampoco hay vuelta de hoja. El mundo necesita cambios radicales. Debemos echar el freno y retomar otra dirección. O esto o el mundo nos cambia a nosotros. Nos convierte en monstruos. El Gran Hermano nos va a convertir en zombies que deambulan de un lado a otro sin sentido con el único impulso de llenar el buche aunque para que esto ocurra, en última instancia tengas que roer al vecino de al lado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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