Estoy de acuerdo contigo. Y
más. Creo posible que en algunos aspectos te quedes corto quizás debido a la
necesidad de adecuar los escritos a los espacios como en toda revista que se
precie.
He dedicado unos treinta y
cinco años de mi vida a la educación. Desde por allí los setenta (no recuerdo
exactamente qué año) hasta el 2010 en que me he visto forzado a jubilarme a
causa de una enfermedad crónica e incapacitante. Primeramente en centros de
educación especial para discapacidades intelectuales (los tontitos de aquella
luminária del PP andaluz no?), en centros de acogida y residencias de
protección de menores (atendí a unos 500 niños y niñas, la más pequeña de tres
meses, abandonada, la mayor de 21 años, embarazada que daba su hija en
adopción), formación en “búsqueda activa de empleo” para adultos en paro (vaya
eufemismo de título) y profesor de educación secundaria como psicopedagogo. Con
lo explicado pretendo decir que tengo una experiencia que creo puede avalar de
sobras una opinión y que ésta merece ser tenida en cuenta, aunque sin ánimo,
por supuesto, de sentar cátedra en ningún momento.
Educación es una palabra muy gorda y creo que
desde hace unos años se esta denostando en todos los sentidos y desde muchas
perspectivas sobre todo (y casi evidentemente) políticas.
Desde un principio tuve claro
que era para mi educar: potenciar todos los aspectos sensibles, emocionales y
racionales de los seres humanos como individuos y como colectivos para que
lleguen a ser personas pensantes, críticas, constructivas, participativas y
respetuosas.
Hoy día y de forma alarmante a
mi parecer ésta casi especie de declaración de principios ha quedado
prácticamente borrada de los manuales e idearios.
Estoy de acuerdo en que en este
país nadie escucha a los profesores. Pero esto no debe sorprendernos. Al fin y
al cabo en España lo de disminuir a los demás es algo endémico, idiosincrático.
¿Y los niños? Qué decir de los niños. Sólo son los sujetos pacientes a ellos les
toca callar, obedecer y no molestar.
Debemos empezar por nosotros
mismos. ¿Los profesores escuchan a los profesores?
He tenido esta discusión con
varios compañeros de profesión. Nunca nos pusimos de acuerdo y, al contrario,
siempre me ha quedado la sensación (y desazón) de, no ya de incomprendido, sino
de un “anda y que te jodan, no vengas a comerme el coco”. Es la discusión del
papel que debe jugar el profesor en el aula, es decir en su relación con el
alumnado.
La mayoría de aquellos con los
que he trabajado refrendaban la opinión de que su papel es el de mero
transmisor de conocimientos: Voy doy mi clase, ellos escuchan, hacen los
ejercicios y el que asimile llegará a ser algo y el que no pues… alguien tiene
que hacer las tareas más duras y asquerosas.
Por supuesto las cosas no
funcionan así aunque les cueste aceptarlo y les duela en lo profundo de su ser
porqué parece que al criticar este juego se esté dañando su imagen profesional.
Quién dice cómo funciona la
dinámica relacional en el aula no es el profesor, sino el alumno. Éste, lejos
del sujeto pasivo que se pretende es activo y muy activo. Y en todo momento.
El alumno sentado y silencioso
está aprendiendo activamente del modelo que está representando para él su
profesor: hay seres superiores a los que hay que obedecer. Los chicos y chicas
que tenemos en el aula están aprendiendo siempre y constantemente. Eso no tiene
vuelta de hoja y negarlo constituye una defensa para el profesional que se
presenta ante ellos como autoritario y castigador.
Evidentemente no todos los
profesores actúan así. Pero casi podríamos decir que es algo inherente a la
profesión. Me explico: la mayoría de profesores de secundaria han pasado por la
Universidad, tienen su título de Licenciado (puede que incluso de Doctor), no les
gusta la enseñanza ni el contacto directo ni continuado con los adolescentes
(estos seres tan repelentes que siempre te llevan la contraria), pero como en
este país no hay plazas de trabajo para tanto universitario, cursan tres meses
de preparación que les capacita para ser profesores y a enseñar, que es
gerundio. Funcionario, sueldo seguro y bastante bueno, pocas horas de trabajo y
seguridad una vez superadas las oposiciones. Aquellos que se preocupan en serio
por llevar a cabo una buena labor proceden de primaria. Son maestros la mayoría
que pasaron a secundaria al implantarse la LOGSE, logrando alguno de ellos
titularse en alguna Licenciatura para poder acceder al segundo ciclo.
Los profesores se quejan y con razón. Pero son muy poco
autocríticos. Estoy hurgando en la llaga? Primero mejorar nosotros para poder
exigir que el resto de las cosas también mejoren.
Desde los altos territorios
políticos en los que se toman las decisiones que nos afectan a todos se
potencian sistemas educativos que circulan a toda marcha en una dirección
totalmente contraria a la indicaba al principio de mi escrito.
A la derecha no le interesan
las personas pensantes, críticas, con ganas de actuar y de mejorar el entorno
social en el que viven, sino seres
obedientes y silenciosos, como los alumnos en las clases, que sigan las órdenes
que emanan de las jerarquías: patronos, encargados, capataces… y que sean sobre
todo capaces de pasarse horas y horas llevando a cabo trabajos embrutecedores,
alienantes en completo silencio y dando las gracias.
La educación tiene como fin
último preparar individuos que ingresen en el tejido productivo sin ánimo de
modificarlo. Carne de cañón lo llaman.
Cuando los socialistas
implantaron la LOGSE (o decían que iban a hacerlo) parecía una buena idea. Leímos
las bases en que se sustentaba. Sonaba a gloria. Ya hace tiempo que se dice que
era una ley malísima pero mi pregunta es ¿Se implantó algo de la LOGSE en algún
lugar de España? Los presupuestos siempre demasiado escasos dedicados a
educación no lo permitieron. No caben por tanto críticas a la ley sino a los
que tenían que desplegarla. Aunque claro, si nos cargamos la ley nos cargamos
de paso el ideario sobre la que se
fundamentaba: igualdad, constructivismo, singularidad y muchos buenos etcéteras
que seguramente nos podrían haber acercado a los resultados de los tan
cacareados informes PISA y a la preciada Finlandia.
Desengañémonos. Los barones
socialistas no tenían ninguna intención de aplicar estos fundamentos. Ellos
adoran las jerarquías y el inmovilismo.
Quedé anonadado cuando, en el
ejercicio de mi profesión, llevando a cabo tareas como orientador vocacional,
les preguntaba a los chavales/as en qué les gustaría trabajar después de acabar
sus estudios. No llegaban al 5% aquellos que sabían con certeza a qué
dedicarse. Es decir tenían una ilusión por la que luchar. Al resto les daba absolutamente igual, a lo
que fuera saliendo. Muchos preguntaban en qué profesiones se ganaba más dinero
(y de forma rápida y sin necesidad de formaciones complicadas). Su modelo del
que era la realización personal consistía en ganar mucho - comprar coche –
salir y divertirse. Fin.
Esto, dentro de unos años se ha
convertido para los mismos en: trabajo en el que no se encuentra ni el más
mínimo placer, se hace a la fuerza y mal, emparejamiento por necesidad y
atendiendo a aspectos superficiales de la pareja que por supuesto solo sirve
para satisfacer las más egoístas necesidades de cada uno, las más inmediatas.
Incapacidad de elaborar planes a largo plazo, los hijos se aparcan en
guarderías, escuelas y actividades extraescolares, se ven dos horas diarias y
crecen sin poder identificar los códigos del lenguaje afectivo.
¿Suena deprimente? Hasta hace
poco los bares estaban llenos de hombres que retardaban la hora de llegar a casa
cerveza tras cerveza. Chistes soeces y partidos de fútbol. La basura televisiva
invade los hogares y los llena de basura emocional.
He visto con esperanza a gente
de todas las edades acampando en la plaza del Sol de Madrid y en la de
Catalunya en Barcelona. Chapeau pensaba. Hoy estoy esperando que el movimiento
salga de su letargo invernal y he tomado conciencia de que el proceso va a ser
largo y lento. Pero tampoco hay vuelta de hoja. El mundo necesita cambios
radicales. Debemos echar el freno y retomar otra dirección. O esto o el mundo
nos cambia a nosotros. Nos convierte en monstruos. El Gran Hermano nos va a
convertir en zombies que deambulan de un lado a otro sin sentido con el único
impulso de llenar el buche aunque para que esto ocurra, en última instancia
tengas que roer al vecino de al lado.
1 comentario:
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