CON LAS MANOS EN LIMASA
Bajo el
paraguas de la hegemonía moral de la izquierda, la huelga siempre ha tenido
buena prensa, inspirada por aquellas escenas de Eisenstein alternando la
masacre de trabajadores con escenas de ganado sacrificado bajo el mensaje de
Lenin animando a la ‘unidad de acción’. El mundo a veces ha progresado con
huelgas; desde la Revuelta de Haymarket al 14D de 1988. Pero eso le cuadra a
Limasa como un traje de Agatha Ruiz de la Prada a la Madre Teresa de Calcuta.
Los trabajadores del servicio de basura no han luchado por conquistar derechos,
rompiendo el dique de la injusticia social, sino por proteger un convenio
privilegiado que, además del sueldo de aúpa que ya firmarían muchos
profesionales cualificados, les riega la nómina con pluses de antigüedad, de
nocturnidad, de actividad, de festivos trabajados, un nosequé extrasalarial, un
fondo social de cuatrocientos pavos, ayudas de Navidad o de familia,
nosecuántos por año trabajado en caso de jubilación ¡y puestos hereditarios! y
además cinco pagas extra, una de motivación contra el absentismo. Para una
sociedad abrasada por la crisis, releer esas regalías acaba con cualquier duda.
Este conflicto no entraba en el capítulo de la ‘lucha obrera’ sino del chantaje,
con la sociedad como rehén. Un teórico del sindicalismo dijo que “todas las
huelgas son justas”, pero esta era una farsa desde el primer día.
Los
trabajadores de Limasa saben que el chantaje a la ciudad con la Semana Santa al
final sale a ganar. Esa sensación de impunidad les ha llevado a tensar la
cuerda del arco. El pacto del lunes ya era un buen acuerdo, pero han apostado
al órdago de sellarse la congelación salarial para probar al alcalde. Era una
coartada leonina ante una sociedad ya cansada que sufre tajos en sus nóminas a
machetazos. Pero ese farol llevaba cartas marcadas a sabiendas de que el
alcalde no es un negociador duro, sino acostumbrado a ceder anteponiendo la paz
social al rigor. Kennedy recomendaba “no negociar nunca desde el temor”, y al alcalde
a menudo le ha perdido el miedo al desorden cediendo cláusulas como las que
avergüenzan a la ciudadanía al ver el convenio de Limasa y otros servicios
municipales. Así que De la Torre hizo muy bien plantándose esta vez sin
vacilación; y los ‘servicios máximos’ en el centro acabaron por desbaratar la
maniobra. Pero esta lección debería servir para el futuro; de lo contrario, el
chantaje se repetirá la próxima
primavera, a un mes del Domingo de Ramos.
No se trata de exaltar el procedimiento de Thatcher con los mineros de
Gales, a los que estranguló un año para cerrarles todo, sino racionalizar de
una vez ese convenio delirante. Oír a trabajadores definir Limasa como “empresa
familiar” lo dice todo. Es de locos. Al final han ido demasiado lejos hasta dejarse
pillar con las manos en Limasa.
FUENTE: EL MIRADOR
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