UNIDAD CIUDADANA
Hace ya
cinco años que la crisis empezó a mostrarse con todo su vigor y que los
economistas más críticos comenzamos a advertir de lo que se venía encima. Desde
entonces hemos venido analizándola, haciendo propuestas constantes y señalando
sus peligros y las circunstancias más favorables que había que tratar de crear
para poder hacerle frente mejorando en la mayor medida de lo posible el
bienestar de las personas. En un artículo que publiqué el 10 de septiembre de
2007 exponía la que me parecía que la verdadera naturaleza de la crisis y decía
que había alternativas pero que no podrían llevarse a cabo “si los ciudadanos
no son capaces de negar el estado de cosas actual, de imponer su voluntad sobre
la de los mercados en donde gobiernan los poderosos y para ello es preciso no
solo que sean conscientes de la naturaleza real de estos problemas económicos
sino que tengan el poder suficiente para convertir sus intereses en voluntades
sociales y éstas en decisiones políticas” (Diez ideas para entender la crisis
financiera, sus causas, sus responsables y sus posibles soluciones). Mensajes
parecidos, si no idénticos, divulgaron otros economistas, asociaciones,
sindicatos y organizaciones de todo tipo.
Pero a pesar
de saber desde el principio lo que iba a suceder y de disponer de suficiente
información y de conocer las alternativas, lo cierto es que no se ha conseguido
articular la fuerza social y política suficiente para frenar los recortes
sociales y el desmantelamiento de la democracia.
Es cierto
que se han llevado a cabo experiencias novedosas y rompedoras, como el 15-M o
los movimientos de indignados en otros lugares del mundo, que ha habido más
unidad de acción que nunca, que el número de personas que acude a actos,
conferencias, seminarios, reuniones en plazas, manifestaciones, etc. es mucho
más elevado que antes de la crisis. Y creo que igualmente es cierto (o al menos
yo lo percibo) que hay un “deseo” de que la respuesta social vaya a más, de
involucrarse y de ayudar a que cuajen alternativas que pongan fin a lo que está
pasando.
Hemos
avanzado, es verdad pero no lo suficiente. No podemos olvidar que vivimos en
situación de emergencia, que muchos de los cambios que está llevando a cabo el
Partido Popular (y que empezó a aplicar antes el Partido Socialista) pueden ser
irreversibles durante muchos años, y que no hemos sido capaces de evitar casi
ni una sola de las grandes agresiones a los trabajadores, a los sectores
sociales más débiles o a la ya de por sí débil democracia que tenemos. Que ni
siquiera han cesado los desahucios, que la pobreza sigue aumentando, que
cierran miles de pequeñas y medianas empresas perdiéndose con ellas miles de
puestos de trabajo,… y que, muy posiblemente, todo eso no ha terminado, ni
muchísimo menos.
¿Por qué no
avanzamos?
Por eso que
creo que es fundamental preguntarse por la razón de la impotencia, de la
incapacidad para movilizar a toda la gente necesaria y sobre lo que se debería
hacer para ser más efectivos frente a la agresión que tanta gente sufre y
rechaza.
A mi juicio,
la primera razón es que el neoliberalismo ha creado condiciones muy idóneas
para multiplicar el número de personas que no se defienden a sí mismas porque
el paro, la deuda, el trabajo precario, la pobreza, la doble jornada de las
mujeres o la exclusión amedrentan a quienes los sufren. Ha creado seres humanos
individualistas, que se aíslan, que actúan ensimismados, sin apenas capacidad
para mirarse en los demás para descubrir que cada uno de nosotros es también el
otro o la otra de alguien. Han destruido los lazos solidarios y, por tanto, se
hace muy difícil que se den la coalición y el compañerismo
En mi
opinión, las corrientes progresistas, o simplemente opuestas a todos estos
fenómenos de explotación y de deshumanización, no han sabido hacer frente a
este nuevo tipo de sociedad y de seres humanos.
Por eso creo
prioritario que todos estos sectores opuestos a lo que está pasando hablen y se
dirijan de otro modo a la gente, con pedagogía y no desde la abstracción
ideológica, para que puedan entender su discurso alternativo no solo los
convencidos sino la gente humilde, la inmensa mayoría de la sociedad,
enseñándole cómo le roban los bancos, las eléctricas, los políticos corruptos,
cómo le mienten los grandes medios de comunicación, por qué le quieren quitar
el médico del seguro para ponerle otro de pago o por qué dicen que hay que
hacer recortes en aras de una falsa austeridad. Y llevando eso a un programa de
acción política alternativa muy elemental, de justicia económica, de auténtica
democracia, de independencia frente a potencias extranjeras y de castigo de los
culpables.
La segunda
causa de nuestra impotencia es la desunión. Es inconcebible que los sectores
que están enfrentándose a la agresión neoliberal no logran ponerse acuerdo.
¿Como es posible que ahora mismo estén funcionando en España, cada uno por un
lado, los sindicatos, las mesas de convergencia, las asambleas constituyentes,
el Foro Cívico de Anguita, la cumbre social, los socialistas de izquierda, la
convocatoria social de Izquierda Unida y otros partidos progresistas, el 15-M,
las Mareas, el Partido X, más alguna otra plataforma que quizá no conozca,
cuando en realidad todas proponen prácticamente lo mismo, es decir, frenar las
agresiones que se están produciendo, evitar los recortes de derechos sociales y
hacer que la crisis la paguen quienes la han provocado?
Es
imprescindible que dejemos de lado lo que nos diferencia para hacer frente a un
enemigo común, sobre todo, cuando también es un hecho que todos contemplamos al
mismo enemigo: el capital financiero, los bancos, las grandes corporaciones
empresariales, los grupos políticos, mediáticos, judiciales, etc. que los
apoyan, y algo a lo que llaman democracia pero que no lo es.
Es
impostergable promover ya la más amplia unidad ciudadana, de las plataformas,
sindicatos, partidos, movimientos, organizaciones y personas que están en
contra de la agresión que se viene realizando contra “los de abajo” para apoyar
un acción unitaria de respuesta y de cambio.
Finalmente,
no avanzamos porque quienes se enfrentan a las agresiones y recortes de
derechos no terminan de articular una respuesta política efectiva capaz de
frenarlas. Para conseguirlo no basta con organizar respuestas fuera de las
instituciones. El poder “de la calle” es
insustituible pero también insuficiente. Los poderes que hoy día nos oprimen se
quedan tan anchos si salen millones de personas a la calle un domingo y el
lunes pueden seguir en el parlamento y el gobierno elaborando y aplicando sus
leyes.
Tenemos que
salir a la calle pero también tenemos que llevar la voluntad de la gente a los
parlamentos y llegar al gobierno. Tenemos que ocupar el Congreso pero de
verdad, haciendo que entren en él docenas de parlamentarias y parlamentarios de
nuevo tipo para denunciar el poder oculto de banqueros y patronales que no se
presentan nunca a las elecciones, para bloquear las agresiones legales que
hacen desde allí y para promover y asegurar que se hagan otras más favorables
para los trabajadores, para las gentes humildes, para la naturaleza, y para los
pueblos más pobres del planeta.
Hay que
meter al menos a 150 o 200 diputados y diputadas en el Congreso como auténticos
representantes de la calle y de una nueva mayoría ciudadana. La inmensa mayoría
de los que están allí no nos representan y se pueden echar fuera si nace un
sujeto político que sea “otra cosa”, de nuevo tipo, participativo, sometido a
la voluntad colectiva y ajeno a los vicios de las viejas burocracias
partidistas, si se organizan candidaturas ciudadanas con elecciones primarias
de candidatos, con estatuto del diputado o diputada que contenga sus derechos
económicos, políticos, los periodos de mandatos, el procedimiento de
revocación, etc. y si no se forman como una simple sopas de letras sino como expresión
de la movilización y del empoderamiento de la gente en la calle.
Propuestas
Los
promotores de todas las plataformas que se han ido creado en estos últimos
tiempos para hacer frente (estoy seguro de que con la mejor voluntad) a esta
agresión deben acordar su disolución para promover la creación desde las bases
de un nuevo espacio unitario de encuentro y movilización que recoja las
actividades de todas las anteriores, que se abra en la mayor medida de lo
posible a toda las sociedad y que obligue a que dimita un gobierno que incumple
su programa y que es incapaz de solucionar los problemas de España.
Se debe
elaborar y proponer un programa de mínimos que plantee la desobediencia civil
ante tanta injusticia, que señale todo aquello por donde no estamos dispuestos
a pasar y ofrezca alternativas.
Y hay que
llamar y al mismo tiempo auto convocarse para que la gente se organice desde la
base para generar una auténtica red de ciudadanía comprometida y activa,
protagonista de la vida política, que culmine en la preparación de nuevos
modelos de candidaturas en todas las provincias con el objetivo de estar
preparados para participar en las próximas elecciones con protocolos de
actuación que salvaguarden la democracia deliberativa (que no tiene por qué
entenderse como galimatías asambleario), la participación efectiva, elecciones
primarias y que garanticen un nuevo modo de ejercer la representación
ciudadana.
Finalmente,
es muy importante que quienes promuevan estas acciones sean conscientes de que
sus propuestas no deben hacerse pensando solo en las mujeres y hombres de
izquierdas o de sus misma sensibilidad ideológica o política sino para toda la
sociedad.
De hecho, es
materialmente imposible que las reformas urgentes que hoy día necesita España
se puedan llevar a cabo solo por lo que tradicionalmente se sitúa en el campo
de la izquierda. Hay sectores sociales y miles de personas que no tienen por
qué sentirse ideológicamente identificados con los planteamientos filosóficos o
políticos de quienes somos de izquierdas, pero que coinciden totalmente con las
propuestas de regeneración y reconquista de los derechos que planteamos: que
quieren que se pidan responsabilidades, que no se permita robar, que se combata
la corrupción, que se garantice la financiación a la economía antes que los
privilegios de la banca privada, que se facilite la creación de empresas y de
empleo eliminando nuestra dependencia de las grandes multinacionales y grupos
bancarios, que las instituciones se corresponsabilicen con el cuidado de los
dependientes a través del gasto social o que se respete el medio natural por
encima de todo.
Por eso es
igualmente fundamental que ese nuevo sujeto político se abra a otras opciones
que desean salir del régimen caduco de una transición que mantuvo prácticamente
intacto el poder de los grupos oligárquicos y que ha ido degenerando la vida
política y la democracia poco a poco. Hay que buscar y conformar alianzas
amplias para regenerar nuestra sociedad y para avanzar hacia una
institucionalidad diferente y plena y realmente democrática.
Me parece
que todo esto es urgente y que para ponerlo en marcha solo hace falta que las
personas normales y corrientes quieran comprometerse y actuar como lo que son,
dueñas de sus destinos. En Sevilla y en otros puntos de España nos hemos
empezado a auto convocar personas de diversas procedencia y sensibilidades que
queremos cambiar y fomentar la unidad ciudadana. ¿Por qué no intentarlo cada
vez con más gente y en más lugares?
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