LA LIBERTAD ES EL PREMIO. PABLO BUJALANCE


LA LIBERTAD ES EL PREMIO
En una administración de lotería de mi barrio hay un cartel con un lema sugerente que reza así: "La libertad es el premio". Si hacemos caso a Sócrates y a Jesucristo, la libertad proviene de la verdad. Y la verdad sigue siendo, a estas alturas, el quid de la cuestión. Estos días me he acordado mucho (no tenía más remedio, imagino) del Ensayo sobre la ceguera de Saramago: cada revelación respecto a la ciénaga de la corrupción que se ha producido en la prensa estos días ha delatado, con más ahínco cada vez, que la posición del ciudadano que se busca la vida como puede frente a las administraciones públicas (ésas que, según la lógica invocada por la política, son merecedoras de su absoluta confianza) es la misma del ciego ante la oscuridad. Su única opción es la del crédulo: alguien nos dice que si pudiéramos ver observaríamos señales infalibles de recuperación y normalización, y no podemos más que tener fe. Pero la verdad apunta a otra cosa: al otro lado de la catarata, el desastre es aún más notorio. Más insalvable.
 

En la desposesión de esa verdad, por más que el lotero de mi barrio sea un idealista, la libertad es imposible. Durante la Transición se cantó a la libertad bien fuerte, a pleno pulmón, libertad sin ira, para la libertad sangro, lucho, pervivo. Pero ahora que podemos intuir que la verdad no era la que creíamos, sino otra muy distinta, también hay que admitir que esa libertad sigue vertida en alas de la promesa. Sí, claro, quisimos café y lo tuvimos, y también tuvimos libertad. Pero tal vez la sociedad española que alumbró el cambio democrático cometió el error de considerar que la libertad es un fin, cuando debe ser un medio. De poco sirve tener libertad si no podemos hacer nada con ella, si la disposición plena de nuestra voluntad de ciudadanos no se traduce en una acción política, participativa, capaz de mejorar nuestro entorno económico, social y cultural en la dirección que queremos.

La política sigue siendo así algo parecido a lo que fue en la dictadura: una cuestión paternalista que es mejor que resuelvan otros para que podamos juzgarlos como ineptos. No sólo se han mantenido desde el antiguo régimen los mecanismos viciosos que convierten el desfalco y el dinero negro en ley: también la definición del ciudadano como alguien ajeno al gobierno, alguien a quien ni le va ni le viene lo que ingresen sus señorías. Y así nos va. Si algo de verdad sale a relucir, habrá que aprovecharla para culminar lo que queda pendiente. La libertad es el premio. Pero hay que merecerla.
FUENTE MÁLAGA HOY

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