EXILIO. ABEL GAVIRA.


Exilio
Hace ya muchos años, tengo yo más de ochenta, pero todavía lo recuerdo como si hubiese ocurrido esta tarde. Salíamos todos de Cataluña hacia Francia, llovía a mares y los coches que nos llevaban no podían pasar por la carretera por problemas en los caminos y porque los "moros" nos buscaban por todos lados.

Era una pena ver a don Antonio, muy desmejorado y muy demacrado, ir andando apoyado en su hermano, y a pocos metros su pobre madre, mucho más desmejorada y con la cabeza que ya no la tenía en su sitio.

Esperábamos más ayuda, creíamos que los franceses o ingleses o rusos vinieran a ayudarnos, pero lo único que aparecieron fueron cuatro gatos que venían desde fuera a luchar con ideas, pero los alemanes e italianos tenían bombas y aviones.La caravana de todos los que salimos pasó de Valencia a Cataluña y de ahí a Francia buscando que no nos mataran, los comentarios sobre la gente a las que cogían eran atroces.

Don Antonio siempre había creído que al final todo se reestablecería, con su alma de poeta decía que una invasión bárbara y carnicera nunca podría vencer a los designios de un pueblo. Yo le había escuchado varias veces antes hablar con absoluto amor sobre el pueblo, no como mezcla de gente sin caras, sino como personas individuales que juntos buscaban avanzar. Don Antonio tenía una voz y una personalidad noble y afable. Daba tanta lástima verlo así, mucho más viejo de lo que era en realidad.

A pesar de todo, con ayuda de su hermano, tiraba como podía, se giraba varias veces para no perder de vista a doña Ana, su madre, que era acompañada por su nuera y sus nietas. Pero la noche antes de cruzar la frontera creo que fue cuando a don Antonio, al gran poeta, se le heló la sangre y dejó de creer en su propia victoria y en la del resto.Habíamos llegado a una estación de trenes casi derruida y decidimos hacer noche allí, ya que era muy tarde y llovía a cántaros. Los más jóvenes acomodamos el lugar con todo lo que encontramos y haciendo uso de la imaginación para que la gente pudiera dormir y descansar para avanzar mucho más al día siguiente y cruzar por fin la frontera, aún sin saber qué nos esperaba en el país vecino.

Después de medio arreglarlo todo y de que la mayoría se fuera a dormir o a intentarlo, unos cuantos hombres salimos de la estación y esperamos fuera a que vinieran los últimos de la caravana para ayudarles a entrar o con el equipaje. Mientras tanto, encendimos unos cigarrillos y pusimos a funcionar una radio ya bastante estropeada que uno de nosotros llevaba para saber las noticias por si teníamos que correr hacia otro lado o seguir el camino previsto, ya casi toda España había caído y éramos como hormigas escapando de una cruel bota militar.

Uno de los últimos en llegar a la estación fue don Antonio, venía muy cansado, arrastrando los pies casi por la inercia, pero iba avanzando, detrás iban su madre apoyada en su nieta mayor y su hermano y su cuñada con una niña a cuestas cada uno. Y ahí fue cuando de pronto, la radio sintonizó una señal y, aunque al principio se escuchaba difícilmente, luego fue mejorando hasta oírla casi perfecta.

 No sabíamos quien hablaba, pero parecía alguien recitando un poema. Escuchamos todos con atención y yo pensé que quizá al pasar don Antonio justo en ese momento, le alegraría escuchar una poesía, quizás incluso fuese suya. Pero no fue así, lo que se escuchaba en la radio era un poema inspirado en las tropas que, según decía, "había devuelto el alma a España", era un poema hecho para cantar las alabanzas de aquellos que nos echaron de nuestras tierras.

Y fue justo ahí cuando don Antonio dejó de arrastrar los pies, se quedó paralizado un momento y todo lo que llegó a decir antes de echar a correr hacia la radio fue: "Es Manuel, es Manuel" con un tono descreído y quejumbroso.Inmediatamente se lanzó como un gato sobre la radio y la apagó antes de que su madre pudiese escuchar algo. Luego se fue hacia ella que levantó la vista, miró y sonrió y la agarró del brazo y despacio, muy despacito y volviendo a arrastrar los pies, la llevó dentro de la estación donde tenía ya una improvisada cama preparada.
Abel Gavira Segovia

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