EDUCAR PARA VALORAR
Gran parte de la población andaluza vive en la actualidad en núcleos urbanos o en aglomeraciones en torno a las grandes ciudades.
Este hecho, con todo lo que desgraciadamente conlleva de apropiación del territorio, hace que el entorno donde desarrollamos nuestra vida sea cada vez más complejo y habitualmente inhóspito.
En este sentido, me gustaría destacar dos elementos que ponen en valor a una ciudad o pueblo como lugar habitable donde alcanzar el máximo bienestar. El primero de ellos radica en la forma en que el núcleo urbano ha mantenido su imagen y los restos que el pasado y la historia le ha legado. El segundo, es definir como se relaciona una población con su entorno tanto físico como humano.
Teniendo en cuenta ambos parámetros asistimos a un progresivo deterioro del contexto en el que vivimos. Y en este quebranto, lento pero continúo, nos encontramos con que poco a poco vamos perdiendo elementos de referencia del lugar que nos rodea. A estas cuestiones no son extrañas políticas especulativas por parte de las administraciones y grandes empresas. Políticas que con la falsa imagen del “Progreso” nos van hurtando lenta pero inexorablemente el espacio y los elementos de la memoria que hacen diferente un lugar a otro. Recordemos la idea del antropólogo Marc Augé que señalaba la existencia de los “no lugares”, que eran aquellos espacios anónimos en los que, cada vez más habitualmente, vamos desenvolviendo nuestra vida.
De esta forma vemos, como en nombre de una supuesta modernidad, se destruyen los restos del pasado que le daban singularidad a nuestras ciudades y pueblos, aquellos que nos permitían tender un puente entre las generaciones de nuestros padres y abuelos con la de nuestros hijos, y que nos daban la imagen colectiva y singular del lugar donde vivimos.
Todo esto, desgraciadamente, recuerda a las políticas urbanísticas de hace 40 o 50 años que todos creíamos desaparecidas para bien. Las muestras en este sentido son innumerables y las tenemos en mente en cualquier lugar de nuestra geografía. Pero también vemos, por ejemplo, como va desapareciendo el comercio tradicional, ya todos compramos en las mismas tiendas prácticamente los mismos productos, que son muy similares en Sevilla, Málaga o Madrid.
Todas las preguntas que nos podemos hacer ante estas cuestiones se pueden resumir en una: ¿es posible detener esta continua destrucción de nuestro entorno o es parte de nuestra forma de ser, destruir lo que otros hicieron en un intento de perpetuarse? En el fondo la cuestión es saber si nuestros gustos y nuestra forma de interpretar el mundo es respetuoso con el legado humano y natural que hemos recibido.
Evidentemente sería absurdo negar que en toda época y lugar se ha ido destruyendo para ir creciendo, pero en la actualidad los avances tecnológicos y deseos de riqueza –no siempre lícitos- han hecho que se destruya en demasía y con una ausencia total del respeto. Esto es más grave si tenemos en cuenta que nos preciamos de vivir en una época y en una sociedad que presume de moderna y de respetuosa con su pasado. Ni siquiera voy a plantear o aludir a toda la extensa normativa y legislación que existe en este sentido y que, es evidente, normalmente no se cumple.
Podemos intentar plantear una visión optimista de la cuestión y ver que existen medios para ir logrando, al menos en parte, que se reflexione sobre esto. En primer lugar, señalaríamos la importancia que poseen los diversos movimientos ciudadanos que son los únicos que en el fondo pueden intentar frenar tanto desmán.
En Andalucía existen cada vez más asociaciones y agrupaciones preocupadas por el medio ambiente o el patrimonio, tanto a nivel local como con una visión más amplia y global. Estos movimientos con sus movilizaciones y denuncias ante la opinión pública son los que pueden lograr un efecto mayor a fin de que se conozca todo lo que hemos perdido y, lo que es más importante, todo lo que podemos perder.
Pero también se puede observar que el gran problema es la falta de sensibilidad de la población en general. Y ante esto sólo podemos actuar a través de la educación. El papel del sistema educativo es fundamental para que el alumnado sea consciente de la fragilidad del entorno en que vivimos y de los elementos patrimoniales de todo tipo que lo conforman. Es cierto que esto es un aprendizaje transversal pero se echa de menos materias específicas sobre esta cuestión. Recordemos que lo que se conoce se termina apreciando y por lo tanto defendiendo; de ahí la importancia de la difusión tanto en el medio escolar como ante la población en general.
Con estas líneas no he pretendido otra cosa que poner a debate una serie de cuestiones: memoria colectiva, patrimonio, medio ambiente, etc. que considero fundamental proteger y cuidar como el bien más preciado que poseemos. Su propia existencia es la que nos permitirá crecer como pueblo y como sociedad cada vez más libre y consciente de sus obligaciones.
José Manuel Baena Gallé
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