SERGIO RUIZ MATEO. INMIGRACIÓN


INMIGRACIÓN

Sara es senegalesa. Cuando partió de su tierra olvidó llevar una maleta consigo. No pasó a recoger ropa limpia, ni ordenó un neceser con artículos de higiene personal. Tampoco sacó sus ahorros del banco. Se sentó en la playa y no se preocupó de comprobar si tenía guardado el billete del viaje.
Ser inmigrante tiene sus ventajas: en el cayuco no hay revisor.

Lo único que portaba era un cúmulo inmenso de proyectos, rebosante de sueños e imágenes estereotipadas. Y es que el equipaje de los ilusos es ligero. Desafortunadamente, como cualquier otro equipaje, puede ser robado. Sabía que su destino no era el Jardín del Edén, pero era un lugar en el que las oportunidades se multiplicaban para aquellos dispuestos a trabajar y a sacrificarse duro por un objetivo. Ella tenía el suyo, y cualquier cosa era mejor que quedarse en su tierra sin hacer nada, sin un empleo, sin un trozo de tierra que cultivar o sin un pedazo de futuro que llevarse a la boca. Para ello, estaba dispuesta a jugarse la vida en el trayecto.

El problema de Sara es que emigró en un tiempo equivocado. En el pasado, los hombres transitaban la tierra libremente, las fronteras eran difusas, y los “papeles” se reducían a las aptitudes y necesidades de las personas. Abraham no tuvo que legalizar su situación para entrar en Canaán, y por mucho que los indios consideraran la presencia española de “irregular”, nada les impidió a éstos construir un imperio. Los europeos fuimos desde tiempos inmemoriales expertos en migraciones, pero Europa hoy se ha hecho más vieja, y por lo que se ve más cínica. La reciente Directiva Europea de Retorno lo confirma.

Aprobada el 18 de junio de este año, la directiva permite a los países miembros retener hasta en 18 meses a los inmigrantes sin papeles que esperan su orden de expulsión. Para detenerlos e internarlos no será necesaria una orden firmada por un juez sino que servirá un simple trámite administrativo, con la condición, eso sí, de que luego sea refrendada por un juez en menos de 72 horas.

Uno de los aspectos más graves y que ha levantado más polémica es la posibilidad que contempla la directiva de internar a los inmigrantes en cárceles comunes en caso de que los centros de internamiento se vean colapsados. Las autoridades europeas han contemplado este caso porque son conscientes de que al casi criminalizar la inmigración “ilegal” las infraestructuras de los estados miembros se verán desbordadas. Es evidente que cuanto más crece una estructura punitiva más debe hacerlo la represora. Ante un problema tan complejo como el de la migración, Europa busca la opción fácil que tranquiliza al ciudadano celoso de su empresa, empleo y paz social, esto es, aislar físicamente y ocultar al indeseado visitante.

Se argumenta que esta legislación viene a solventar un vacío existente en algunos países de la Unión: Gran Bretaña o Dinamarca, por ejemplo, no poseían un límite real. En España la ley es mucho más benévola con el inmigrante y por ello no se verá afectada, ya que mejora los mínimos marcados.

En cualquier caso esta directiva, en cuanto condiciona a los estados nacionales para elaborar leyes, marcará una dirección injusta e inhumana. Injusta porque no requiere la sentencia de un juez e inhumana porque no respeta el derecho universal de libertad. Desafortunadamente, por mucho que traten de justificarla algunos parlamentarios españoles (entre ellos los socialistas, que apoyaron a los populares, liberales y nacionalistas, y que actuaron contra los postulados del partido socialista francés), el documento está más cercano a la filosofía Berlusconi (criminalizar al inmigrante y considerar la inmigración ilegal como delito) que a un acuerdo para mejorar las condiciones del inmigrante.

Es también una directiva hipócrita porque se elabora ahora que las modernas economías occidentales han entrado estrepitosamente en crisis. Es sabido que las cíclicas hecatombes capitalistas acaban pagándose por las masas más desfavorecidas. Los partidos conservadores exigirán ahora su recetario más tradicional: recortes salariales, flexibilidad del mercado laboral y austeridad presupuestaria (en gasto social, se entiende). En materia de extranjería es evidente que lo que viene es el freno a la inmigración. De forma que Europa, ahora que no los necesita, está dispuesta a recibir incluso con la cárcel a aquellos que, como en España, han contribuido a un periodo de crecimiento económico y del bienestar sin precedentes.

Los menores también podrán ser internados, con lo que se les impedirá beneficiarse de derechos ya reconocidos en diferentes convenios. Habría que preguntarse, con este panorama, si también se les mandará a la cárcel en casos determinados. Podrán ser expulsados aunque no se garantice su reagrupación familiar, ya que se permitirá que se hagan cargo de ellos tutores no familiares o en último término las instituciones del país de origen. Como ven, se trata al niño como un paquete problemático del que hay que librarse a toda costa.

Estas líneas no pretenden ser una apología de la inmigración ya que ésta no debería ser un proceso sometido a juicio, precisamente por su propia entidad de realidad. No nos conduce a nada juzgar nuestra necesidad de aire o el hecho de que debido a la ley de la gravedad la manzana de Newton caiga desde el árbol. Las migraciones son consustanciales al ser humano.

De hecho, empezamos a ser humanos cuando un homínido se irguió sobre sus piernas y comenzó a andar. Las pisadas de un homínido primitivo en Laetoli, como una de las primeras evidencias de humanidad, son una hermosa ilustración de este concepto que había de convertirnos en un “Homo migratorius”, si se me permite la expresión.

Pero igualmente es propio del ser humano imponer reglas artificiales, ritualizar y estructurar cualquier fenómeno natural o del pensamiento que afecte a la vida de los hombres y mujeres. Los movimientos transfronterizos no escapan a ello, máxime cuando la propia existencia de fronteras y estados son expresión de este ansia humana por formalizar lo inmaterial, en este caso, la pertenencia a un grupo y la supuesta propiedad del mismo sobre el territorio que ocupa en virtud de otra retahíla de liturgias y legitimidades varias.

En Europa siguen sin darse cuenta de que en la actual situación de desigualdad mundial, la inmigración seguirá siendo un hecho inevitable. Intento no ser demagógico, pero es indispensable, para solucionar los problemas que la migración pueda cuasar en el primer mundo (y utilizo la palabra “problema” conscientemente, puesto que como fenómeno múltiple, la migración conlleva beneficios y conflictos) atajar el origen más que sus manifestaciones. Tan sencillo y tan extremadamente complejo como eso. Busquen las causas y actúen en consecuencia. Lo contrario sí que es demagógico, porque se actúa parcheando, violando derechos y aplazando las soluciones para acallar a algunos sectores de la población durante algún tiempo más, de manera que el problema se va agigantando.

La intención del ministro Corvacho, manifestada recientemente, de cesar las contrataciones en origen, por ejemplo, va en esta línea, ya que lo que se consigue es que esos trabajadores no contratados sigan viniendo, pero como ilegales, de manera que no se solventa el problema sino que se agrava. Parece que la solución es que no vengan más extranjeros, señalándoles implícitamente a ellos como causantes de la crisis o más sensibles al desorden y al abismo antisocial.

Quizás sea estúpido recordar al ministro que lo mejor que puede hacer es luchar contra el desempleo y aumentar los puestos de trabajo. Así habrá para unos y para otros, nacionales y foráneos. Posiblemente endeudarse y fomentar las inversiones del estado, por mucho que les pese a los liberales, no sea mala idea. Puede que retomar a Keynes ayude más que limitar la inmigración.

La acción del ministro, como la misión de la directiva, se justifica en las máximas del libre mercado, la ley de la oferta y la demanda. Al aumentar el paro se piensa que hay que reducir la mano de obra y limitar su excedente. Por eso se actúa con los más débiles. Pero pensemos por un momento. ¿Encontraríamos justificable impedir a los jóvenes que intentasen acceder al mercado laboral? ¿Sería lógico penalizar nuevos nacimientos para evitar un crecimiento de la población que luego demandaría empleos? Como esto es imposible se prefiere frenar una de las fuentes, hasta ahora permitida, de trabajadores: la inmigración.

Hoy Sara languidece en un centro de Internamiento para inmigrantes, y nada de lo que le rodea es suyo, ni siquiera sus ilusiones, tan lejanas ahora y tan infantiles, que cuando se recuerda soñándolas le parecen las fantasías de otra persona. Ahora no sabe si quiere quedarse o volver. Quizás, además del equipaje, Sara se perdió a sí misma en el viaje, y lo único que desea es volver a ser libre, puesto que de una cosa sí está segura: emigrar para buscar un futuro mejor no es delito. El sino del ser humano es construir su propio destino y ella está empeñada en fabricar el suyo.

 

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