NOCHE DE VERANO. ABEL GAVIRA.


NOCHE DE VERANO
Esa noche fuimos los cinco a la Feria de ese pequeño pueblo de Málaga, que no era muy grande pero era la única en la que todos coincidíamos en tener libre el día siguiente. Así que allá nos fuimos.

Llegamos a las cinco de la tarde para aprovechar e ir a la playa, estábamos un poco hartos de nuestras costas y queríamos bañarnos en sitios distintos. Además, apetecía muchísimo porque el calor ya era sofocante, Julio iba creciendo a pasos agigantados y en la zona, según nos relató el dueño de un kiosco, hacía más de diez años que no caía ni una gota, por lo visto era el pueblo con mayor sequía en toda Europa. Parece ser que incluso habían solicitado agua a las provincias colindantes, pero cuando supieron que más de la mitad se utilizaba para regar campos de golf, cortaron el grifo (nunca mejor dicho).


En fin, a lo que iba, que pasamos una muy buena tarde de playa y, además, había un montón de mujeres bastante bien, a esas zonas van gentes de mil lugares distintos. Allí en la playa ya empezaron estos a decir que si la mitad de ellas fueran a la Feria, iba a estar genial, que verás tú como triunfaban ... Yo iba a mi bola, ya sabes que no estoy ahora para historias, no estoy para líos ni rollos, solo quería ir de sitio en sitio y pasármelo bien, pero los demás si que iban de caza, tú ya me entiendes.



Nos duchamos en las duchas de la playa y nos vestimos como pudimos, con la bronca correspondiente entre J. y V. porque uno le había arrugado la camisa al otro y bueno, las tonterías de siempre.
A las 9 o así nos fuimos a la Feria y decidimos comer allí. Parecía que la noche iba a refrescar pero no fue así, los 38º de por la tarde habían bajado solo a 36º, y para colmo nos dijeron que desde hacía tres años habían empezado los cortes del suministro de agua por culpa de la sequía, tenían solo dos horas para coger agua para el resto del día, de 7 a 9 de la noche. Por eso, ni en los bares ni en los puestos daban vasos de agua, tenías que comprar la botella de litro y medio porque para las diez de la noche ya se habían gastado las botellas pequeñas.

Un poco malhumorados por el calor y la falta de agua, R. y N. nos animaron al resto diciendo que el rebujito nos iba a salvar la vida esa noche. Así que casi a las 11 nos fuimos a la caseta con la lengua como un zapato y yo jurando abandonar mi abstemia consciente esa noche para no morir deshidratado. Entramos en varias casetas pero no nos gustaba o bien la música y bien el ambiente, incluso la que parecía tener más gente había contratado a una orquesta cuya cantante se empeñaba en imitar a Bisbal y sonaba bastante peor.

Por fin, encontramos una casetilla por el ruido de Mala Vida de Mano Negra, y tanto V. como yo decidimos que esa iba a ser la mejor. Los otros entraron reacios pero a los cinco minutos ya estaban todos convencidos, V. por el rebujito, N. por la música heavy que ponían de vez en cuando, R. y J. por la cantidad de chicas guapas que había y yo, pues porque se estaba bien y los demás se estaban divirtiendo entre jarras, solos de guitarra imaginarios o frases como "por alguien así perdía yo la cabeza", dichas lo suficientemente suaves para parecer un comentario y lo suficientemente altas para que se enterase la susodicha.

Todo parecía que iba bien, todo menos el calor que no dejaba de sentirse. Incluso en la caseta habían ideado, según le contó una chica a J., una especie de "microclima" que echaba vapor de agua, pero acababan calentándose los tubos y el agua que desprendía no ayudaba. Así que por fin, decidieron quitar el techado de la caseta y dejar a la gente bailando al aire libre, cosa que no dejaba de ser una imagen bastante preciosa, sobre todos en días despejados de poniente.

La música era muy variada y muy buena, nos lo estábamos pasando en grande, pero en una de las canciones me entró el ataque de "morriña" y decidí sentarme en una silla de plástico que quedó vacía, N. se empeñó en sentarse conmigo pero le dije que no pasaba nada, que era que me hacían daño los zapatos. La tristeza se me pasó al rato, viendo a todos mis amigos hacer el tonto y reírse de lo lindo, pero aún no me apetecía volver a bailar ahí con todo el mundo y decidí mirar a la gente mientras bailaban y sudaban por el calor tan increíble que parecía una profecía.

Y de pronto, la música cambió radicalmente, no a mejor ni a peor, empezó a sonar una música extraña que parecía que la gente de la zona conocía y los de fuera no extrañaban, pero a mí me dejó pensando un buen rato qué tipo de música era, sonaba a algo antiguo, a una especie de música de mucho tiempo atrás.

De golpe, mi vista pasó de mis amigos a una chica morena, tenía que ser de la zona por su pelo negro rizado y sus ojos grandes y oscuros, que parecía conocer muy bien esa música. No sé cómo, pero me quedé prendado de ella, no solo porque me parecía atractiva, sino porque noté que no podía apartar la vista de ella y de sus movimientos. Bailaba sola, no vi que la acompañase alguien y según me iba dando cuenta, parecía que conocía la música que sonaba perfectamente, se movía como solo se podía mover alguien con esos ritmos. Llevaba un simple vestido negro con flores rojas estampadas y un collar de perlas falsas negras que movía con las manos.

Embobado en su danza, no advertí que mucha gente de la caseta empezó a correr y a ponerse pegados a las paredes mientras se agolpaban a la salida. Un trueno fortísimo había tapado la música de golpe y la lluvia que habían olvidado en la zona cayó como si hubiese estado retenida por una presa. Mis amigos corrieron también hacia un lateral de la caseta y me llamaban a gritos mientras se reían de mi estaticidad, hasta que dejaron de preocuparse por mí. No los escuchaba, no sé si por la lluvia o porque la chica seguía bailando bajo la lluvia mientras el vestido iba ajustándose más y más a su cuerpo dejando ver sus curvas simples y sabias y su pelo rizado se extendía como si hubiese sido regado.

Paralizado en la silla, me dejé mojar por el agua durante lo que duró la tormenta. Veinte minutos después, la gente empezó de nuevo a entrar en la caseta a recoger sus cosas pero no volvieron a poner la música, la tierra de albero del suelo de la caseta se había anegado por completo. A la chica le perdí la pista entre el gentío. Nosotros decidimos volvernos a casa y me tocó llevar el coche, no había llegado a beber.
Abel Gavira Segovia

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