MI BARRIO. DAVID FERRER.

MI BARRIO
Mi barrio ha cambiado, todo es diferente a cuando era niño: el paisaje, las calles, el campo, los vecinos… ha sufrido un cambio enorme desde hace pocos años, debido, supongo, a la evolución y al desarrollo, pero, ¿es éste el único motivo de que no reconozca nada de lo que me rodeaba cuando tenía 12 o 13 años?

No creo que sea así, sin duda el desarrollo en la Costa del Sol ha sido increíble en la última década, pero no creo que éste sea el motivo de que todo se haya perdido. Y cuando digo todo, me refiero no sólo a la calle en sí, con sus infraestructuras y demás, sino a las costumbres de los niños, que ya no juegan a los mismos juegos; a los lugares de encuentro de amigos, que ya apenas existen; o la familiaridad de la gente.

Mi barrio era un lugar tranquilo, algo apartado del resto del pueblo pero en el que se vivía muy bien. Estaba rodeado de campo, la mayoría era matorral, zonas verdes de “poco valor ecológico”, como dicen los políticos locales, pero que daba un toque especial, como de tranquilidad y bienestar.

Recuerdo que frente a la ventana de mi habitación había un gran campo de fútbol de tierra, no era gran cosa, pero allí di mis primeros pasos en el deporte junto a mi hermano, y allí se reunían cerca de 30 personas, niños y adultos, cada tarde para dar patadas al balón. Estaba rodeado de matorrales e higueras, alguna de las cuales tenían su propia historia. Es cierto que atravesar todo aquél campo para llegar al centro del pueblo era una molestia, sobre todo cuando llovía y se convertía en un barrizal, pero, aún así, tenía su encanto.

Todo eso desapareció de repente, primero fue una gran avenida en lugar del camino que se embarraba antes, “una gran ventaja para nosotros”, creíamos, ya que nos comunicaba mucho mejor con el resto del casco urbano. Pero pronto llegaron las máquinas a destruir el campo. Arrancaron las higueras y comenzaron a construir bloques de pisos de esos que se han puesto tanto de moda ahora, con sus patios interiores y con piscina. El campo de fútbol desapareció y en su lugar, al asomarme por mi ventana, veo una mole de ladrillo. Eso sí, nos pusieron una calle mucho más bonita y crearon, como no, más aparcamientos, que al tiempo resultaron ser muy pocos.

Ahora, alrededor de mi casa, sólo hay bloques, calles y algún que otro parque con bancos, nada que ver con el campo de fútbol y la tranquilidad de antaño. Decenas de familias han acudido a vivir allí, todos con sus vehículos, como no, y con su basura también. No existen zonas de juego para los niños, las plazas no son lugares para “dar pelotazos”, y el resto de vecinos se queja de esos niños tan molestos que en lugar de jugar podrían estar sentados y tranquilos, claro, pienso yo, si es que ya tienen 8 o 9 años, como es posible que estos niños no quieran pasar el tiempo sentados en bancos comentando sus quehaceres diarios…

Se han perdido las costumbres de cuando yo jugaba en la calle: los trompos y las canicas los niños y el elástico o el piso las niñas; los monopatines, el escondite, la patada a la botella y tantos otros juegos que llenaban nuestras tardes de alegría y heridas en las rodillas. Incluso la bici está cayendo en desuso en los jóvenes. Y es que la manera de pasar el tiempo libre ha cambiado mucho. Ahora los más pequeños tienen la tarde llena de actividades extraescolares creadas con el fin de cansar al niño para que no de por saco en casa después, antes, como mucho, tenías un deporte, pero nunca a las cuatro de la tarde, y volvías a casa sucio, cansado y sobre todo contento.

Recuerdo que quedarse una tarde encerrado en casa era todo un mundo, un castigo para muchos niños. Ahora el sueño de cualquier niño es quedarse toda la tarde sentado frente al televisor o el ordenador, jugando a la “Play” o viendo telebasura…

Y es que la sociedad ha cambiado mucho, cierto, pero habría que plantearse si para mejor o para peor. Porque hace tan solo 10 años los padres confiaban más en sus hijos y los dejaban salir y conocer el mundo por sí mismos, y ahora los niños que andan solos en la calle son considerados casi vagabundos y sus padres unos desalmados.

Mi barrio ya no es lo que era, a veces me cuesta recordar, cuando vuelvo a casa, cómo era todo antes de que llegase lo que ahora parece haber estado ahí toda la vida. Pero ninguna de esas nuevas calles guarda recuerdos de niños jugando en ellas, no hay pintadas de tiza en el suelo y no se ven grupos de amigos sentados en cualquier bordillo. Hemos eliminado todo eso por mejores avenidas y más casas, la sociedad del bienestar ¿es eso lo que siempre hemos querido?

David Ferrer


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