LA HISTORIA DE RIGOBERTO. IGNACIO RODRIGO CASQUERO.

DEPORTE Y VALORES
Rigoberto tenía nueve años. Desde muy pequeño había destacado por sus cualidades físicas, que le habían permitido ganar alguna que otra medalla en el colegio. Su profesor de Educación Física le recomendó a sus padres que le apuntaran a algún deporte para que siguiera desarrollando esas cualidades, y estos, ante la posibilidades de que en un futuro su “niño” pudiera ser una de esas estrellas del deporte que salen en la tele comiéndose unas natillas, anunciando unas zapatillas o explicando a la “masa social” por qué le regaló un osito de peluche a una famosa presentadora de televisión, no dudaron un momento.


Las dos únicas disyuntivas eran elegir a qué deporte y a qué club lo apuntarían, pero pronto encontraron la solución. El padre había jugado al baloncesto de pequeño y quería que su hijo siguiera la tradición; además los médicos le habían dicho que Rigoberto tenía posibilidades de llegar a los dos metros. En cuanto al club, lo principal era que “el chaval esté en el club que más gane”, pensaba el padre, y lo apuntaron en el C. B. Todopoderoso. Desde el principio, Rigoberto destacó entre sus compañeros; todos se querían parecer a él y pronto fue llamado para formar parte de la selección de su comunidad. Poco a poco, Rigoberto se fue envolviendo en un ambiente en el que el baloncesto y la competitividad era lo principal, tanto en su vida como en la de su propia familia.

Sus padres ya no le preguntaban por cómo le iba en el colegio, si había hecho los deberes o si sabía lo que era una oración yuxtapuesta. Incluso ya no hablaban con él sobre lo que quería ser de mayor, de sus preocupaciones e inquietudes. Ganar el partido del fin de semana y ser el mejor del equipo se había convertido en lo más importante para todos. A Rigoberto no le bastaba con entrenar dos horas diarias, sino que tenía que soportar por la noche las “sabias” charlas de su padres sobre cómo debía jugar para aprovechar su altura. Los años iban pasando, y Rigoberto seguía ganándolo todo con el Todopoderosos; ligas, campeonatos de Andalucía, Torneos, e incluso un subcampeonato de España, mientras que en los estudios cada vez le iba peor, pero eso no importaba.

Su padre seguía insultando a los árbitros y a los rivales cuando hiciera falta, a pesar de que su “niño” tenía ya 15 años, y todavía seguía creyendo que Rigoberto le quitaría algún día de trabajar. Pero en los años siguientes, su club comenzó a fichar a niños de otras ciudades, más fuertes, más altos y mejores que él, y Rigoberto no entró en el equipo. “Ya no nos sirves”, le dijo su entrenador. Al padre casi le da un soponcio, “pero si mi hijo ha sido siempre el mejor”, le dijo al entrenador, no entendiendo cómo todo se había acabado de pronto. De golpe y porrazo, la realidad llamó a las puertas de la vida de Rigoberto y su familia. Su “niño” de 19 años había acabado su carrera deportiva antes de lo esperado (por ellos, claro) y se encontraba muy retrasado en sus estudios. Ahora debía recuperar el tiempo perdido asistiendo a clases particulares, mientras que sus amigos jugaban al baloncesto en el campo que había en el patio del bloque. Rigoberto ya no anunciaría natillas en la tele.

Moraleja: Si tengo un niño, espero no convertirme en un padre de Rigoberto y que sigan existiendo lugares para jugar a baloncesto donde llevar a mi niño, si es que quiere jugar al baloncesto, para que pueda disfrutar del baloncesto como lo que es: un deporte, sin que se le inculquen los valores de competitividad y del resultado por encima de cualquier cosa que se les están inculcando a cientos de “Rigobertos” y “Rigobertas” en muchos de los clubes y colegios en la actualidad.
Ignacio Rodrigo Casquero

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