LA FUERZA DE UN ALCALDE.
La fortaleza de ánimo era una de las virtudes que debían coincidir en el Príncipe ideal dibujado por Nicolás Maquiavelo. Al margen de la injusta mala prensa que tiene este pensador florentino del Renacimiento, para cualquiera es evidente que un gobernante debe elevarse por encima de las dificultades para hacer realidad aquellos anhelos de su pueblo, muchas veces ni siquiera expresados por éste de forma literal.
Cuando Miguel Ángel labró su David, no fue el pueblo quien solicitó tal empeño, sino las autoridades de aquella joven república las que impulsaron el proyecto que serviría para cohesionar y enorgullecer a la ciudad de cara a los desafíos de su tiempo. Cuando es el pueblo el que solicita una actuación, todo debería ser mucho más fácil. El problema es cuando intervienen otros factores que nublan la intuición del gobernante y en último término su oído y juicio. No sé cual de ellos terminó afectando a don Francisco de la Torre, pero hoy quisiera escribir sobre la más que evidente debilidad de espíritu de nuestro alcalde.
El jueves 24 de julio apareció en el diario Sur de Málaga la noticia de un nuevo desmán urbanístico en la ciudad (en plena crisis inmobiliaria ) que consiste en la construcción de un hotel, más de 600 viviendas, comercios y una escuela (esto último para despistar), en la finca Arraijanal, en el extremo occidental del término municipal, allí donde hace años se diseñó una marina deportiva y que desde el 83 ya planteaba usos de carácter turístico. A cambio de la aprobación de este proyecto, las arcas municipales se embolsarán veintiocho millones de euros, destinados a diferentes infraestructuras tales como el soterramiento de la línea de alta tensión de “Los Ramos” o la red viaria que tendrá que acompañar, como es lógico, el aumento residencial en la propia zona de Arraijanal.
La delegación de Medio Ambiente tendrá mucho que decir al respecto y les aseguramos que las dificultades del Ayuntamiento para llevar el proyecto adelante serán muy serias. Junto a ello, durante la pasada campaña electoral el Ministerio de Medio Ambiente anunció la expropiación de la franja más cercana al litoral y se dejó abierta la posibilidad de comprar el total de la parcela. La lucha política, más que la lucha de las ideas, está servida. Por cierto, muy buena la defensa del PP, que para legitimar el proyecto argumenta que fue aprobado en su época por el PSOE apareciendo ya en el citado Plan General, como si a un servidor, que no tiene carnet ni de uno ni de otro, eso le tranquilizara.
La finca de Arraijanal , encajonada entre el mar, la autovía de la Costa del Sol, el barrio de Guadalmar y el campo de golf, es el único tramo del litoral municipal de Málaga sin urbanizar. Ante este espacio, sin duda una de las últimas oportunidades para cualificar dignamente la fachada marítima de la capital (las otras son la Térmica y la zona de la Araña y la fábrica de cemento) caben dos lógicas alternativas: urbanizarla o dejarla como zona verde periurbana. Otra posibilidad sería dejarla como está, como a algunos nos hubiera gustado que se hiciera en los Baños del Carmen, aunque no estoy tan seguro de que sean casos similares. En cualquier caso, no estaría mal que por una vez el territorio venciera a la ciudad y no al contrario.
Elijan ustedes la que más les guste. Desde luego una es más intervensionista, y la otra más ecológica y sostenible. Crear un parque supondría llevar a cabo un proyecto de gran envergadura ecológica: liberar el territorio de la invasión edificatoria y ganar un espacio lúdico al aire libre de carácter marítimo-terrestre, que sería un centro de atracción no sólo de la capital sino de toda su área metropolitana. Cabe también la posibilidad de que algún día el campo de golf se reconvierta en parque público, con lo que la unión a este espacio de Arraijanal transformaría esta suma en el mayor área verde de la ciudad, con el añadido de que se hallaría junto al mar y muy cerca de otra zona clave por su atractivo natural e histórico: la desembocadura del Guadalhorce.
La otra opción, la más intervensionista, sería más dañina para el medio ambiente, pero no necesariamente un atentado contra los intereses de la ciudad, siempre y cuando prevalecieran los espacios dotacionales de interés especial. Equipamientos de los que carece Málaga y que marcan la diferencia entre una gran ciudad y una ciudad que aspira a ello. Pienso, por ejemplo, en un acuario, un museo marítimo o un planetario, que son aspiraciones de la ciudad y que de hecho aparecen como tales en su plan estratégico.
Su ubicación en Arraijanal supondría una solución equilibrada entre la urbanización a toda costa (nunca mejor dicho) y la protección integral, ya que dichos equipamientos siempre pueden ir acompañados de grandes áreas verdes, según el modelo del futuro Museo del Transporte en el antiguo campamento Benitez. Precisamente este enclave debería ser la pieza de vanguardia en el engranaje mayor del denominado “Plan Bahía”.
Lástima que el Ayuntamiento se quede en lo de siempre, en los burdos apartamentos de lujo que han hipotecado de por vida la Costa del Sol, un gueto residencial más que no aporta nada nuevo a la ciudad, excepto la propina de los millones de euros que taparán unos agujeros que de todas maneras, más tarde o más temprano, se taparían.
Cabría al menos el consuelo de pensar en un barrio funcionalmente autosuficiente (que no exigiera permanentes desplazamientos con el resto de la ciudad y que generara vida propia) de carácter marítimo y con arquitectura de calidad, pero, ¿quién se cree esto en nuestra ciudad? Impedir estos propósitos desarrollistas, más propios de la España tardofranquista que de un país moderno y europeizado, supondría un sacrificio económico y jurídico enormes (porque esos suelos tienen un dueño) al que Málaga parece que va a renunciar. Quizás nos falte esa fortaleza de ánimo, esa ambición que otras ciudades evidencian.
No dudamos de que lo que se busca es un bien para la ciudad, y esto, dicho así, no deja de ser encomiable, pero también es cierto que dicho bien se busca a muy corto plazo. No dudamos en principio del voluntarismo del alcalde. Su objetivo es mejorar hoy la situación económica del Ayuntamiento, pero su actitud es tanto más sorprendente por cobarde y “prevaricadora”, metafóricamente hablando.
No creo que sea necesario explicarle algunas rudimentarias nociones de utilitarismo al alcalde, porque como ustedes, como yo, seguro que sabe que los intereses económicos concretos e inmediatos de una ciudad, de una sociedad, no tienen porqué coincidir con los intereses generales de la misma. Denominemos a estos últimos “intemporales”, en el sentido de que son buenos en sí mismos por encima de consideraciones espurias e inmediatas. Es por esto que hablo de un alcalde corto de miras, ya que se instala en un particular “carpe diem”.
Por supuesto esta sincronía del beneficio y el momento está motivada por la mentalidad exclusivamente contemporizadora de la política. Hay que aprovechar los cuatro años de mandato no para mejorar la ciudad, sino para ganar otros cuatro años más. ¿Y para qué doblar esos años? Para triplicarlos y cuadruplicarlos si es posible. Todo cambia y es inmediato, pero todo debe permanecer y eternizarse: un bis a bis entre Heráclito y Parménides. Aprovechar el instante para mantenerse en el poder. No miréis al futuro porque en el tiempo que tarda en recogerse la cosecha, otro puede robaros el cortijo. Por todo ello el alcalde se ha plegado, cual frágil florecilla, a la presión de los factores políticos y económicos, soslayando los intereses de la ciudad.
Lo lamentable es que esta filosofía no es un hecho puntual que se ha manifestado en Arraijanal de manera aislada, sino que recorre, cual Nilo en el desierto egipcio, el cuerpo del nuevo Plan General de Ordenación Urbana, por cierto, aprobado con la feria de agosto en puertas, sin ningún apoyo, y tras múltiples modificaciones que hubieran requerido una nueva exposición pública.
Recurrimos al dicho de siempre: “Pan para hoy y hambre para mañana”. Y algunos nos entristecemos porque vemos como nuestra ciudad, con este gobierno, se hace cada día un poco más vulgar, más zafia, menos diferente y a la vez menos competitiva que el resto de las ciudades. Sobre todo, menos interesada en el bienestar de sus ciudadanos. A los que añoramos una ciudad con espacios libres, espacios para la cultura y entornos eficientes, dotada de belleza y racionalidad, nos produce desolación esta forma de entender la ciudad.
Afortunadamente, esa fortaleza de ánimo de la que el alcalde ha carecido en Arraijanal, nos impulsa, desde este humilde rincón, a intentar hacer de Málaga la utopía que merecemos.
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