VERTICAL-HORIZONTAL. SERGIO RUIZ MATEO.


Vertical-HorizontalLa ciudad de Málaga es un lugar peculiar. Un caos enorme apenas rectificado por un ambiguo orden; confusión y contradicciones permanentes. Pero todo ello no deja de ser el recetario tradicional de la idea que todos tenemos de ciudad. ¿Qué son Nueva York y Londres? ¿Qué fueron Babilonia y Roma, sino desorden y desconcierto? La condensación del mestizaje en el espacio. Y a esa idea responde nuestra ciudad con problemas y soluciones propias, lo cual no deja de ser mas que la interpretación de lo global desde lo local.

Como toda confusión, esta se esparce a todos los niveles. En Málaga la sentimos en su urbanismo (¿Acaso hay urbanismo en Málaga? ...preguntaría algún malicioso), en su identidad (lo cual es beneficioso para que ésta no se empobrezca), y en las opiniones de la ciudadanía acerca precisamente de su idea de lo que es y debe ser la ciudad.

Un episodio más de un fenómeno típicamente malagueño (la histeria colectiva que el urbanismo y la idea de ciudad generan en los ciudadanos) tuvo lugar tiempo ha con la información al público del avance del Plan General de Ordenación Urbana. Me refiero concretamente a la polémica en torno a la conclusión del paseo marítimo de Poniente. Según apareció en la prensa, buena parte de la ciudadanía de la zona se puso en contra de este proyecto, que incluye cuatro torres o rascacielos, una gran plaza con pretensión de convertirse en la nueva Plaza de la Marina y un edificio singular con posible uso institucional europeo.

Ciertamente, quizás este debate ha quedado desfasado ante el nuevo proyecto de las llamadas torres Repsol, que daría para otro artículo y donde habría que criticar no ya la altura, sino la idoneidad de la ubicación, dando lugar a un debate diferente. Pero merece la pena recordar este hecho, porque da una idea de las inquietudes urbanísticas de la ciudad.

Algunos vecinos nada tienen contra el maná de la vieja o joven Europa, pero sí y mucho contra la altura de los tres edificios mencionados. Resulta curioso, en una ciudad con una torre difamatoria frente a nuestra singular acrópolis; resulta curioso, sin duda, estos remilgos más propios de personajes de Hitchock, en una ciudad con una mole que eclipsa a la catedral; resulta curioso, en fin, en una ciudad donde la barrera visual que supone el barrio portuario (léase la Malagueta) divide sensorialmente al centro de la ciudad este.

Naturalmente esto tiene una causa: el miedo de la ciudadanía a una metedura de pata más en el plano urbanístico. Nadie se pondría como gato panza arriba si los políticos y urbanistas de la ciudad hubieran sido tradicionalmente sensatos. Nadie estaría con la escopeta cargada si siempre hubiera reinado la racionalidad. Sensatez y racionalidad, qué palabras tan anheladas (y extraviadas) en Málaga.

Sin embargo, en esta ocasión, es de agradecer que el alcalde fuera firme en su decisión, (recuerdo un episodio parecido, en el que un sector de Huelin, sin duda a la última en las vanguardias artísticas, se oponía con virulencia a la maravillosa escultura de Miquel Navarro, y el alcalde estuvo a punto de retirarla). Como dice el PGOU, la Térmica es la última oportunidad de Málaga para poseer un verdadero centro de carácter urbano, propio de nuestro tiempo, un soplo vital de referencia metropolitana.

A los que se oponen diría que la altura no debe ser nunca impedimento. Sólo la falta de calidad debe parar los proyectos. Tendría sentido oponerse (y podríamos encontrar decenas de argumentos para rebatirlo) en ciudades con decidido perfil horizontal, ciudades de pleno carácter monumental o ciudades de dimensiones pequeñas, pero no en Málaga, donde incluso la falta de suelo hace más ecológico el edificio alto que el bajo.

Entiéndase que no estoy a favor del rascacielo como norma general, proyectable a todo el territorio y a todos los ambientes; ese no es nuestro modelo. Pero sí del rascacielo como hito simbólico y referencia del espacio. La Giralda, por ejemplo, es un rascacielos de ladrillo con una filigrana renacentista en su cumbre. La Torre Eiffel, el faro de Alejandría, la Torre de Babel... Todos ellos edificios paradigmáticos, asimilados por la tradición y enriquecidos conceptualmente hasta ser convertidos en totems por la memoria colectiva.

Todos ellos edificios en altura. Lo paradójico del asunto es que muchos de aquellos que se oponen luego se quedarán fascinados ante la torre de Nouvel de Barcelona, o alabarán las torres de su Puerto Olímpico. Acudirán a la Castellana a ver las torres Kio y se preguntarán por qué en Málaga Calatrava no ha hecho una torre como la de Malmö.

Imagínense por un momento la visión del atardecer en nuestra ciudad: desde el paseo marítimo, a la altura de Tabacalera, se contempla una visión suave de líneas horizontales y paralelas dibujadas por las cornisas de los nuevos edificios. Al fondo, imponentes, signos de la prosperidad y la singularidad, resurgiendo del perfil sereno y monótono, cuatro torres se alzan para acentuar la longitud de la costa, confundiéndose con el cielo, comunicando lo terrenal con lo etéreo -misión de toda altura-, transformando la arquitectura en escultura y en forma simple, en belleza. Imaginen a Ferrater, a Calatrava o a quien prefieran diseñando el perfil y el cielo de Málaga y piensen que lo que hoy puede ser rechazado mañana será símbolo de nuestro tiempo.
Sergio Ruiz Mateo


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