LA DESESPERACIÓN
El sacrificio mayor que se está pidiendo
a los españoles en esta crisis política y económica es la falta de esperanza.
La pérdida de derechos, los recortes, el deterioro de sus vidas cotidianas
forman una telaraña espesa, una parálisis, más que un camino en dirección a la
dignidad. El descrédito social de la política tiene como causa primera la falta
de orgullo de la propia política, su incapacidad para dar respuesta a la
agresión que los poderes financieros han desatado contra la soberanía civil y
la democracia.
En la desesperación de la gente no sólo
pesan los males de la corrupción, el sectarismo de las siglas y las sucesivas
mentiras electorales. Influye además, y sobre todo, la constatación de que la
política no sirve para organizar y decidir el rumbo de la convivencia.
Sometidos a poderes globalizados y sin fronteras democráticas, el desprestigio
de los políticos responde en el fondo más al patetismo de su impotencia que a
su maldad.
La soberbia forma parte de ese
patetismo. Las apariciones del expresidente Felipe González son un espectáculo
de soberbia cuando echa las culpas a sus sucesores, ya sean del PP o del PSOE,
y no consigue reconocer un error propio en su gestión, ni en la cadena de
privatizaciones que desencadenó al confundir la modernidad con las leyes del
mercado y las reformas laborales, ni en la construcción suicida de una Europa
sin Estado, es decir, sin política, fiscalidad común y Banco Central. Es la
Europa que ha puesto nuestra economía real en manos de los especuladores. Visto
desde fuera, resulta increíble que el ex presidente no sienta una parte de
responsabilidad en la humillación actual de la política y en la presencia
dominante de la mentalidad neoliberal.
La idea de un gran pacto de Estado entre
el PSOE y el PP para salir de una situación difícil forma parte de esta
soberbia, poco dispuesta a diagnosticar las causas reales de nuestro naufragio
en la crisis. No se trata sólo de que el barco tenga problemas en la tormenta.
Es que no hay tampoco ni botes salvavidas ni recursos para responder a la
emergencia. Y esta debilidad se debe entre otras cosas al acomodo ideológico
del PSOE en el turno bipartidista favorecido por una Transición pactada. El
final del camino: una democracia neoliberal cada vez con menos derechos y con
más derechas. No creo que tengan razón los que dicen que el PSOE y el PP son
los mismos perros con distintos collares. Aunque sus cúpulas se hayan entendido
con facilidad, sus bases sociales son diferentes. Se trata más bien de otra
cosa: son distintos perros con el mismo collar.
Para recuperar la esperanza y el orgullo
político es imprescindible que los ciudadanos españoles rompan ese collar.
Hasta que no se consiga una nueva mayoría social, en la que deben participar
las bases sociales del PSOE, es lógico que el gran Pacto se entienda como una
versión actualizada del gran Reparto. Hoy por mí, mañana por ti.
La responsabilidad del PSOE en el
predominio del sistema neoliberal español, más allá de errores concretos, ha
sido la forma general del entender su papel como mecanismo de seguridad para
integrar el descontento de los sectores populares y las clases medias en unas
costuras política cada vez más estrechas y sometidas a las élites económicas.
Las anécdotas biográficas sirven con frecuencia para encarnar los horizontes
políticos. Al oír a Felipe González no sabemos bien si recibimos las palabras
de un socialista, del consejero de una gran multinacional o del amigo íntimo de
uno de los grandes millonarios del mundo.
Más que un gran pacto entre el PSOE y el
PP, hace falta la configuración de una nueva mayoría social capaz de sellar un
nuevo pacto de defensa entre la política, los sectores populares y las clases
medias españolas que están siendo agredidas de un modo cruel por las élites
financieras del mundo. Sólo de este modo la política volverá a recuperar su
orgullo, abandonará el patetismo de su impotencia y volverá a generar
esperanza.
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