‘Toda persona tiene derecho a un nivel de vida
adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en
especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica, y los
servicios sociales necesarios.
Tiene asimismo derecho a los seguros en
caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de
pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su
voluntad’, artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
–El índice de miseria en nuestro país
alcanza ya el 26,4%, un 15,5% más que hace cinco años, según datos publicados
esta semana.
–La desigualdad de renta entre las
familias españolas aumenta. La brecha entre ricos y pobres ha alcanzado su
nivel más alto.
–A nivel mundial el 1% de la población
posee el 43% de la riqueza total. El 10% controla el 83% de la riqueza.
–La élite económica mundial evadió al
menos 16,7 billones de euros entre 2005 y 2010 (la cifra más pesimista eleva la
cantidad a 25,6 billones), según un informe de Tax Justice Network publicado
esta semana.
–Unos 6,3 billones de esos capitales
evadidos pertenecen a 92.000 personas, es decir, al 0,001% de la población
mundial, lo que significa, según el informe, que la desigualdad es mucho más
elevada de lo que suelen mostrar los cálculos habituales.
–Según datos publicados esta semana por
el Centro de Investigaciones del Congreso estadounidense, en 2010 la mitad de
la población estadounidense tenía apenas el 1,1% de la riqueza del país (en
2007 poseía el 2,5%, así que aquí también se confirma que los pobres son cada
vez más pobres). Según ese mismo informe, el 10% más rico poseía el 74,5% de la
riqueza en 2010.
Los de arriba pretenden que nos creamos
que es normal que el 1% de la población posea el 43% de la riqueza mundial. Que
asumamos que otro mundo no es posible. Que este modelo es la panacea, el
devenir lógico de la Historia, la inevitable ordenación de la riqueza y las
personas. Que lo que está pasando se debe a un abuso excesivo ejercido por unas
cuantas ovejas descarriadas. Nada que no pueda arreglarse con unas reformas
destinadas a apaciguar la voracidad del modelo, en sí sensato, saciable y poco
avaricioso.
Pretenden que solo sepamos pensar un
modo de vida, en el que conviene callar y agachar la cabeza, asumir que en
cierto modo los de arriba tienen derecho a explotarnos un poco, a humillarnos
de vez en cuando, a ganar mucho más que nosotros aunque sea a costa de nuestro
trabajo.
Pretenden que soñemos un solo sueño con
un único objeto de deseo alimentado por tantos medios de comunicación: el
poder, el dinero, la posición social, y por tanto, el triunfo. Todo un mundo
inaccesible, hermoso, de marca, de élite. Quieren que queramos estar dentro.
Que defendamos las jerarquías y el establecimiento de categorías humanas
inferiores y superiores definidas en función de la situación económica y
social. Tanto tienes, tanto vales.
Pretenden que creamos que este modelo es
puro y preciso como una partitura de Mozart. Que funciona solo, que se corrige
a sí mismo. Que el curso natural del capital nos hará cada vez más ricos y
felices porque el dinero llama al dinero y cuanto más hay, más consumimos y por
tanto más riqueza generamos.
Pretenden que confiemos en un modo de
organización económica y social que no tiene entre sus objetivos la consecución
de la justicia social y la redistribución de la riqueza, necesarias para que el
mundo sea un lugar mejor, más habitable. Pretenden que, aún así, creamos que se
enriquecen por nuestro propio bien. Lo que importan son los datos globales, la
riqueza total. Y esta aumenta. Cada vez más se concentra en menos manos, pero
aumenta. Y eso es lo que importa.
Pretenden que asumamos que algunos
derechos recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos son
utópicos, imposibles. Que no podemos permitírnoslos.
Pero cada vez más personas identifican
las tripas de la farsa actual y creen que hay que revolver el orden existente
para trabajar por el bien de todos y no solo de unos pocos. Para poder decir a
nuestros hijos: “Intentamos detener aquella locura”.
Los de arriba podrán perpetuarse y
enrocarse en el poder. Tienen mecanismos para hacerlo. Manejan los medios, el
dinero, las grandes organizaciones. Pero lo que están perdiendo a marchas
forzadas es la credibilidad. Descubierto el trampantojo, la mentira se diluye.
Cuando se localiza el disfraz, ya no hay representación creíble. Y así, la
estafa no podrá ser eternamente sostenible.
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