CONTRA
TODOS
Retroceso en los derechos laborales,
retroceso en los derechos sociales y retroceso político. Impugnación de la
autonomía local y autonómica, hachazo a la pluralidad y pérdida de soberanía
nacional. No está mal el menú anunciado por Rajoy. Se diría que es su menú
póstumo. Después de las medidas diabólicas sobre la argamasa social, la
demonización de los funcionarios, el ataque a la economía doméstica, la finitud
institucional y el descrédito de la política –¿total, para qué sirven los
concejales?–, el presidente se ha transubstanciado en una masa cadavérica. Otra
vez la crisis. Sólo el político que ha logrado esfumarse del tablero en tiempos
de bonanza permanece en el tránsito dorado. La crisis, por ejemplo, está
tamizando el aura de Zaplana.
Paradojas de la vida. Sólo faltaría que
oficiara ceremonias memorialísticas en el club Siglo XXI para constatar el
baile irónico de los tiempos. A los políticos que entierra la tempestad
económica, como a Camps y Zapatero, no hay quien los salve. Se marcharon sin
percibir que a su sombra rugía la tragedia: no dispusieron diques de
contención, ni diseñaron gestos retóricos para cambiar el imaginario colectivo.
El problema de Camps no es Gürtel, es la crisis. Ni se enteró.
Rajoy ha entrado muy temprano en la
extensa nómina de los muertos vivientes pese a su mayoría absoluta. Para
constituirse en una prolongación de Zapatero, tampoco había por qué dar tanto
la lata. Sobre Rajoy se ha depositado la metástasis del Estado nacional
–gobierna al dictado de Europa y los mercados– y de su partido parte la
involución del Estado autonómico que infecta a una ciudadanía en busca de
culpables. Buen caldo de cultivo. A las exequias autonómicas se ha sumado Duran
Lleida, para sorpresa de las dolçaines y las quatribarrades locales. Reducción
de la España autonómica a tres nacionalidades. Lo «otro», que se amalgame con
Madrid. Un tratamiento químico estilo monarquía absoluta.
¿Hay alguna involución más que anotar en
el vil catálogo? Se pierden derechos del trabajo, se pulverizan conquistas institucionales,
se criminaliza a política y se ahoga a las familias. ¿Qué hay qué hacer? ¿Sacar
el santo?
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