PÓNGALE
UN ENCHUFE
Cuando a Umberto Eco se le ocurrió
distinguir entre apocalípticos e integrados, quizá se le olvidó incluir una
tercera categoría que podría llamarse la de los enchufados, aunque ésta ha
existido desde siempre. Desde que le diera por anunciar una Segunda
Modernización, sin tener muy claro cuándo había concluido la Primera, la Junta
de Andalucía ha mostrado un especial empeño en promocionar una imagen de la
comunidad perfectamente adaptada a las últimas novedades tecnológicas.
Para
ello, no dudó en patrocinar programas en la televisión pública desde los que
instruir en el manejo de los cacharros, y así, en Andalucía, todos los abuelos
tienen un Iphone, los niños llevan portátiles a la escuela y todo el mundo
distingue entre una tableta y una tabla de embutidos.
El decano de la Facultad de Ciencias de
la Educación de la UMA, Francisco Murillo, reflexionaba sobre el asunto en
materia educativa en una entrevista publicada el domingo en este periódico:
consideraba que la llegada de 5.000 portátiles a las aulas andaluzas ha supuesto,
sobre todo, un escaparate para la Consejería del ramo, por más que los
profesores menos dados al reciclaje los empleen para hacer los dictados de toda
la vida. En el mismo diario el consejero de Cultura, Luciano Alonso,
promocionaba como uno de sus primeros proyectos la rebaja en el IVA de los
libros electrónicos hasta su equiparación a los de papel, del 18% al 4%,
siguiendo el espíritu de François Hollande y de Toni Cantó, que ya exigió la
medida para toda España como diputado de UPyD; pero lo cierto es que en
Andalucía, como en el resto de España, la venta de libros electrónicos es aún
testimonial, así que la incidencia de la medida no dejaría de ser anecdótica.
Hacer política de las nuevas tecnologías es como dar ventaja a la liebre:
siempre se irá por detrás. Pero también permite intervenir en los asuntos
públicos y quedarse sólo en el paquetito. Muy mono, pero sin nada dentro
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