EL
SISTEMA PRODUCTIVO
Antonio Gomariz pide mi opinión sobre la
respuesta que el diputado de IU, Alberto Garzón, emitió el día 19 ante una
pregunta relativa al decrecimiento en una entrevista virtual incluida en
publico.es. La pregunta en cuestión decía así: “Hay voces cualificadas que
parecen demostrar la inviabilidad material de este sistema productivo. ¿Por qué
IU no se atreve a dar el paso abogando por el decrecimiento en vez de dar
recetas puramente capitalistas para salir de la crisis creciendo más?’. La
respuesta de Alberto fue la siguiente: “No existen las recetas ‘puramente
capitalistas’ más allá del discurso nominalista.
El viaje del nominalismo y la abstracción hacia el contenido y lo concreto es
muy difuso. Una banca pública o las empresas públicas rompen con la lógica
capitalista y sin embargo también son defendidas por posiciones
socialdemócratas en muchos casos. La economía no son discursos, sino hechos.
Por eso el decrecimiento tampoco es
exacto. El decrecimiento es por hoy más una filosofía que un programa concreto, y si el PIB
no mide el bienestar económico tampoco
mide el malestar económico. En este punto estoy más de acuerdo con propuestas como las de Oscar
Carpintero o José Manuel Naredo. Y creo
que es compatible con un programa como el de IU”.
Lo primero que debo hacer es romper una
lanza en provecho de mi amigo Alberto Garzón, que a buen seguro tiene cosas más
importantes de las que ocuparse que de lo que yo pueda divagar al respecto.
Hace años, cuando los medios me sometían a entrevistas como la padecida por él
--mi declive intelectual impide que eso mismo ocurra ahora--, ya tuve la
oportunidad de percatarme de que uno se veía obligado a responder con mucha
prisa, y con escasas posibilidades de detenerse a pensar. En esas condiciones,
seguro que Alberto está poco satisfecho de su respuesta. Me parece que quiso
elaborar un guión de lo que debía ser su razonamiento pero, a falta de tiempo
para más, lo dejó en eso, en un mero guión en el que no faltan los argumentos
filosofantes, las presuntas paradojas, las invocaciones alusivas de algo --lo
que preconizan Carpintero y Naredo-- de lo que el lector con certeza no tiene
mayor conocimiento y, en suma, la ambigüedad de una frase, la última, en la que
el verbo en singular aconseja concluir que, pese a todo, está diciendo que lo
del decrecimiento es compatible con el programa de IU (el plural habría vinculado ese programa con las propuestas de
Carpintero y Naredo).
Me parece, de cualquier modo, que Garzón
elude la consideración de lo que IU
preconiza en relación con estas cuestiones. Asumiré de buen grado que está
disculpado --disciplina obliga-- y me limitaré a señalar lo que pienso yo. En
el último programa electoral de IU había, en lo que hace a la crisis ecológica,
dos elementos claramente diferenciables. En las declaraciones de cariz general
se incluía un texto que cabe entender, sin quebranto, que era una declaración
de intenciones en provecho del decrecimiento (mucho más rotunda, por cierto,
que cualquier toma de posición asumida por Equo). Pero en el resto del programa
las previsibles consecuencias de esa declaración eran imperceptibles: la
propuesta ‘material’ de la coalición bebía casi siempre del discurso
productivista y desarrollista de la izquierda
tradicional. Si alguien quiere sostener que la mezcla de lo primero y de lo
segundo era un progreso, aunque menor, con respecto al pasado, no le quitaré la
razón.
Esa combinación de retórica
decrecentista y práctica productivista no era muy sorprendente en una fuerza
política que, a mi entender, y pese a las buenas intenciones de una parte de su
militancia, sigue anclada en el discurso
y en los valores de la socialdemocracia tradicional. Su proyecto no es otro que la keynesiana defensa
de los Estados del bienestar --la idea,
por cierto, de que la banca pública rompe con la lógica del capitalismo me produce cierta
perplejidad-- frente a las agresiones
neoliberales. Si a eso agregamos que en la mayoría de los lugares mantiene pactos de gobierno, de una u
otra naturaleza, con el Partido
Socialista y que se niega a romper amarras con un mundo, el de los sindicatos
mayoritarios, que está a mil leguas de nada que huela a conciencia ecológica, tendremos, me temo, un
balance general que justifica la reconfortante presencia retórica de perspectivas rupturistas, la lamentable dureza
material de políticas que no levantan el vuelo y la llamativa ausencia de
cualquier guiño dirigido a proyectos que se vinculen con la autogestión y la
socialización.
Agrego una observación relativa a la
mención que Alberto realiza de la interpretación,
nada afable, que Naredo hace --me olvidaré ahora de mi buen amigo Oscar
Carpintero-- de la propuesta del decrecimiento (en realidad hay varias propuestas del
decrecimiento, en plural, algo que los
críticos de éste suelen obviar). Se ha convertido en una suerte de código ritual entre personas que --creo--
prefieren no entrar al trapo. Esquivaré ahora lo que en otras circunstancias
merecería atención: quienes invocan a Naredo en este terreno preciso suelen
olvidarse por completo de él en todos los demás. Más relevante me parece el
hecho de que, cuando he demandado de esas personas una explicación sobre las
tesis que Naredo defiende en relación con el decrecimiento, nadie ha conseguido
hilvanar ninguna frase bien construida: se habla de lo que se intuye que dice
José Manuel, como si se tratase de un
oráculo. Confesaré yo mismo que me cuesta mucho trabajo entender la
argumentación de Naredo, para a continuación puntualizar que esa argumentación me parece
moderadamente contradictoria en su
dimensión --permítaseme la pedantería-- metadiscursiva:
Naredo nos dice, por un lado, y contra todas las evidencias, que el término
‘decrecimiento’ es muy poco afortunado en la medida en que asusta al ciudadano
común, para a continuación asestarnos una prolija explicación en la que, de la
mano de complejísimos gráficos y sesudas fórmulas, no parece que tenga en mucha
consideración a ese ciudadano común cuyos derechos acaba de esgrimir.
Termino. Mucho me gustaría que Alberto
Garzón, que sé que no es en modo alguno
hostil a lo que significa la propuesta del decrecimiento --otra cosa son los detalles en los que ésta
pueda concretarse--, le trasladase a
Cayo Lara un consejo de amigo: que la próxima vez que se tope con la palabra ‘crecimiento’ decida
mostrar alguna cautela en lo que se refiere a las maginarias virtudes de aquél. Así IU estaría
rompiendo, por añadidura, con uno de los elementos centrales de la miseria que
el sistema, con razonable éxito, nos impone. Y se alejaría, de paso, de una
ficticia salida de la crisis como la que defiende François Hollande en Francia.
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