MAMOGRAFÍAS. ANTONIO LUCAS


MAMOGRAFÍAS

Escucho en una grabación a Miguel Arias Cañete, hoy ministro de Medio Ambiente quemado sin arder, echando al aire algunas soflamitas a medio camino entre la originalidad perversa y la manía irreparable. En ellas expresa su rechazo a la mano de obra inmigrante por falta de cualificación y denunciaba la barra libre de «mamografías» que, según él, dispensaba a los extranjeros nuestro servicio público de salud. Son declaraciones de 2008. Viejas, dirán. Y sin embargo, tan vivas. Algunos de los que hoy están al mando del naufragio ya entrenaban entonces para el día en que corriese turno. Y aquí los tienen. Con sus ideas inmutables. Coherentes. Firmes. Justas. Para muchos de ellos la inmigración sale cara. Y punto.


La exclusión de los sin papeles de la atención sanitaria rompe el principio de universalidad. Igual que el envío de la factura del paciente a su país de origen quiebra el sentido de gratuidad. Es decir: un paso más en el desfalco de la sanidad pública gracias a la crisis, que cien años dure. Pero habrá que reconocer un día que muchos inmigrantes son el efecto de la sombra larga que arrojaba nuestra luz rosada y cruel. Ahora miles de ellos (como miles de nosotros) andan varados en la puta calle. Y a la humillación de ser ya pobres con zócalo de mendigo hay que sumar la desasistencia, el desprecio, la condición de espantable pájaro humano por vía de la supresión de un derecho principal: la sanidad. Somos formidables.

Cuando a un hombre (y hablamos en este asunto de más de 150.000) se le niega la asistencia sanitaria se le está reclutando subrepticiamente para el terror o para la muerte. Es así de solemne. Así de miserable. No se trata de que lo ilegal sea igual a lo legal. Pero cuando se habla de gente enferma no hay más ilegalidad (moral) que aplicarle su chabolizada condición, su limbo, su régimen caído, su nada. Si el propósito es mejorar el rendimiento del sistema de sanidad pública habrá que experimentar en otras toperas: las tiranías de las empresas farmacéuticas, la gestión de los recursos públicos, la transparencia del gasto. No hagamos patria cruel, no confundamos los derechos humanos con la caridad aftershave, ni establezcamos una nueva xenofobia de paisano.

Más de 1.000 profesionales de la medicina se han negado con su firma a acatar el Real Decreto que deja sin cobertura sanitaria a los sin papeles. Normal. El cascabel de esta crisis ya resulta demasiado cabrón.

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