MAMOGRAFÍAS
Escucho en una grabación a Miguel Arias
Cañete, hoy ministro de Medio Ambiente quemado sin arder, echando al aire
algunas soflamitas a medio camino entre la originalidad perversa y la manía
irreparable. En ellas expresa su rechazo a la mano de obra inmigrante por falta
de cualificación y denunciaba la barra libre de «mamografías» que, según él,
dispensaba a los extranjeros nuestro servicio público de salud. Son
declaraciones de 2008. Viejas, dirán. Y sin embargo, tan vivas. Algunos de los
que hoy están al mando del naufragio ya entrenaban entonces para el día en que
corriese turno. Y aquí los tienen. Con sus ideas inmutables. Coherentes.
Firmes. Justas. Para muchos de ellos la inmigración sale cara. Y punto.
La exclusión de los sin papeles de la
atención sanitaria rompe el principio de universalidad. Igual que el envío de
la factura del paciente a su país de origen quiebra el sentido de gratuidad. Es
decir: un paso más en el desfalco de la sanidad pública gracias a la crisis,
que cien años dure. Pero habrá que reconocer un día que muchos inmigrantes son
el efecto de la sombra larga que arrojaba nuestra luz rosada y cruel. Ahora
miles de ellos (como miles de nosotros) andan varados en la puta calle. Y a la
humillación de ser ya pobres con zócalo de mendigo hay que sumar la
desasistencia, el desprecio, la condición de espantable pájaro humano por vía
de la supresión de un derecho principal: la sanidad. Somos formidables.
Cuando a un hombre (y hablamos en este
asunto de más de 150.000) se le niega la asistencia sanitaria se le está
reclutando subrepticiamente para el terror o para la muerte. Es así de solemne.
Así de miserable. No se trata de que lo ilegal sea igual a lo legal. Pero
cuando se habla de gente enferma no hay más ilegalidad (moral) que aplicarle su
chabolizada condición, su limbo, su régimen caído, su nada. Si el propósito es
mejorar el rendimiento del sistema de sanidad pública habrá que experimentar en
otras toperas: las tiranías de las empresas farmacéuticas, la gestión de los
recursos públicos, la transparencia del gasto. No hagamos patria cruel, no
confundamos los derechos humanos con la caridad aftershave, ni establezcamos una
nueva xenofobia de paisano.
Más de 1.000 profesionales de la
medicina se han negado con su firma a acatar el Real Decreto que deja sin
cobertura sanitaria a los sin papeles. Normal. El cascabel de esta crisis ya
resulta demasiado cabrón.
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