GALLARDÓN
YA NO LES MOLA
Hace unas semanas, la prensa recogía la
noticia de que una joven administrativa, Ángela Bachiller, podía convertirse en
concejal vallisoletana merced a uno de esos corrimientos tan frecuentes en las
listas electorales. La noticia lo era porque Ángela padece el síndrome de Down.
Un caso, límite si se quiere, de una política de integración cuya sola
posibilidad ya nos hace mejores. Mejor sociedad y mejores personas.
Decisiones como esa de Valladolid, que
vienen a mitigar el estigma de la discapacidad, no hacen sino recoger el
espíritu del convenio de las Naciones Unidas sobre los derechos de las personas
disminuidas al que se acogía el ministro Gallardón al anunciar los criterios
que informarán la nueva ley del aborto que su departamento prepara. Porque en
la actualidad, y como una más de esas contradicciones tan españolas entre
ideales confesos y prácticas sociales, lo que está sucediendo es que aquellos
fetos en los que se detecta alguna forma de discapacidad están siendo
eliminados de forma sistemática y despiadada, pues en ellos se permiten plazos
de interrupción mucho más amplios que en el resto. Eso explica que ya se haga
casi imposible ver niños con síndrome de Down en nuestras calles.
El mero anuncio del posible fin del
"aborto eugenésico" ha hecho bramar contra Gallardón a la pintoresca
coalición que en España, en estas materias, forman la derecha pagana y
ultraliberal con el feminismo radical, el progresismo enraizado en la cultura
de la muerte, la izquierda clásica y la boyante industria abortera. Se esté a
favor o en contra del aborto, lo que debiera estar fuera de discusión para
alguien que se proclamara de izquierdas, es que a un discapacitado no debería
aplicársele nunca, por el hecho de serlo, la discriminación absoluta que supone
un menor derecho a la vida que a los no discapacitados. La hipocresía nunca ha
sido un problema para sus partidarios, pero este asunto revela que para muchos
el aborto no sólo se ha convertido ya en derecho indiscutible, sino más bien
absoluto, incluso por encima de la igualdad entre las personas, supuesto motor
ideológico de la izquierda.
A estas alturas, en España no podemos
soñar con una izquierda coherente, auténtica defensora de los más débiles, pero
estas incongruencias son las que están terminando de cavar su tumba ética y
doctrinal. Si para Nietzsche el ideal de vida femenina se resumía en un
"él quiere", para la izquierda abortista no hay más principio ni ley
que el "ella quiere". Lo demás es religión o literatura.
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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