CARTA A JOSÉ MARÍA AZNAR
Carta
abierta a José Mª Aznar publicada en El Mundo el 12 de abril de 2003 (el mismo
día que llegó el cadáver de José Couso a Madrid) Hemos vivido días de
intensidad y dolor y usted no ha estado a la altura de las circunstancias e
incluso nos ha ofendido con su comportamiento. Perdone, señor Presidente del
gobierno, que empiece con tal descarnada frase que siento en lo más profundo de
mi ser. Desde el martes 8 de abril no hago más que pensar en cómo empezar esta
carta abierta para no herir su susceptibilidad.
Como usted
bien sabe, ese día la cruel actuación de las tropas estadounidenses que
asaltaban Bagdad costó la vida a tres periodistas, entre ellos el cámara de
televisión José Couso. Me alegro de escribirla después de muchas horas y días
de reflexión. En caliente, a veces, podemos golpear con las palabras más de lo
que quisiéramos. Usted ha visto las imágenes como cualquier español. Se han
repetido hasta la saciedad en todas las televisiones. Ha visto el recorrido del
proyectil disparado por un carro de combate contra el hotel Palestina. Ha visto
la desesperación en el rostro de mis compañeros mientras intentaban reanimar a
los periodistas alcanzados. Pero no ha visto cómo varios compañeros de José
Couso arriesgaban sus vidas buscando desesperadamente sangre en diferentes
bancos de Bagdad.
Señor
Presidente, ¿por qué se ha mostrado tan frío con el sufrimiento que afecta a
toda una profesión? ¿Cómo ha sido capaz de esperar 48 horas para tender un
mínimo puente de encuentro con los dolientes? ¿Por qué ese escueto encuentro
pareció más una decisión forzada que la plasmación de una necesidad sincera? Quiero
pensar que usted fue muy mal aconsejado por sus asesores. Que le hicieron creer
que en pocas horas se iba a diluir el resentimiento y que las aguas volverían a
su cauce. ¡Qué pena! Perdió usted una buena oportunidad de resarcirse públicamente
cuando está viviendo horas bajas. Hubiera podido organizar una reunión con una
comisión de periodistas que cubren las actividades diarias de su gobierno.
Hubiera podido prometer que haría todo lo que estuviera en su mano para aclarar
lo ocurrido el fatídico martes 8 de
abril. Hubiera quedado muy bien y hubiera ganado tiempo al menos durante unos
días o semanas.
Porque el
plante de la totalidad de los medios de comunicación españoles y muchos
internacionales ha sido consecuencia directa de su descorazonador desplante.
Desplante ante el dolor y la humillación. Porque es humillante que George Bush,
Donald Rumsfeld y sus generales no se hayan disculpado oficialmente ante este
país por el asesinato de José Couso. Señor presidente, quien escribe esta carta
no es un aterrador miembro de un extraño contubernio o un opositor desgarbado
con ansias de venganza.
Es,
simplemente, un fotoperiodista independiente que trabaja con regularidad para
Heraldo Aragón, que está especializado en cubrir conflictos armados desde hace
20 años y que ha visto morir a muchos de sus compañeros en bombardeos o
víctimas de terribles emboscadas. Que ha tenido que consolar a viudas, madres,
hermanos e hijos de compañeros muertos por trabajar en la delgada línea que
separa la vida y la muerte.
Que ha
ayudado a sobreponerse a compañeros preñados de dolor, heridos en los
vericuetos del alma, ese lugar que pesa como la fría losa de una tumba. Que ha
necesitado ayuda de esos mismos compañeros cuando estaba agotado por el pesar y
la incertidumbre. Qué extraña percepción tiene usted de los profesionales que
deciden ir a una guerra con el único ansia de alumbrar la barbarie y evitar que
el horror se imponga sin testigos. Como si creyera que son unos aventureros que
recorren los “campos de lágrimas” por aburrimiento o que huyen de una vida
aciaga o contemplativa. Le puedo asegurar que son personas como usted que salen
de casa dejando a mujeres o hombres inquietos e hijos ansiosos de su regreso.
Todas las
guerras son horrorosas, inútiles y algunas ilegales. Pero nunca faltarán
periodistas, como José Couso, Julio A. Parrado, Julio Fuentes, Miguel Gil, Luis
Valtueña, Jordi Pujol o Juantxu Rodriguez, que decidan ir a visitar su infierno
diario y asuman los riesgos necesarios para convertirse en intermediarios entre
las víctimas y el olvido.
Los soldados
invasores dispararon intencionadamente contra los periodistas con el único
objetivo de atemorizar y provocar el pánico. Querían poner fin a una cobertura
que ha permitido desenmascarar muchas de las mentiras diarias fabricadas por
los estrategas angloestadounidenses.
Lo que
ocurrió en Bagdad es típico de ejércitos criminales o fascistas, de escuadrones
de la muerte o grupos paramilitares que anteponen el delirio y la brutalidad al
respeto de los derechos humanos. Nunca debería ser el modus operandi de
ejércitos regulares, y menos del ejército más poderoso del mundo, ya que están
obligados a no contravenir las convenciones internacionales en tiempos de
guerra.
Mire, señor
Presidente, he visto matar en Ruanda, Somalia, Liberia, Sierra Leona y decenas
de guerras olvidadas. He vivido situaciones que parecen sacadas de los sueños
más horrorosos. Tiene razón Doris Lessing cuando dice que “ningún escritor
puede inventar algo tan cruel como lo que la propia vida inventa cada día”. Le
puedo asegurar que ningún libro de terror podría describir con el mismo dramatismo
lo que se puede encontrar en los campos de la muerte de esos países. Pero
cuando he vuelto al hotel después de una jornada terrible me he sentido seguro.
En aquellas escuelas de asesinos había más respeto por mi trabajo y el de mis
compañeros que el que ha tenido Rumsfeld y sus generales en Bagdad.
Decía Nadine
Gordimer que “el verdadero patriotismo no consiste en aplaudir siempre las decisiones
de un gobierno sino en señalar y hablar abiertamente de las ocasiones en que se
cometen errores”. Usted debería haber señalado oficialmente al gobierno de
Estados Unidos el error que ha cometido su ejército, más tremendo porque nadie
tiene dudas sobre su premeditación. Usted tenía que haber encabezado la repulsa
contra un gobierno que ha podido cometer un crimen de guerra contra un
ciudadano de su país y no limitarse a hablar de los peligros de informar en una
ciudad cercada, de los que todos somos muy conscientes. Si es cierto que usted
“comprende y respeta las razones de las protestas de los periodista por lo ocurrido”, tendría que haber utilizado
su energía para condenar sin paliativos el asesinato de José Couso y sus
compañeros.
En relación con
la debacle periodística del martes 8 de abril sus ministros portavoces han
actuado como mínimo con desidia, señor Presidente. Cuando todavía estaba
caliente el cuerpo de José Couso en el depósito de cadáveres y decenas de
compañeros estaban destrozados y además tenían que tomar decisiones drásticas
(es decir seguir trabajando en condiciones muy duras o regresar con sus
familias), su ministro de Defensa presionaba a los medios de comunicación y
hacía peticiones injustas e imposibles que, además, denotaban una profunda
falta de respeto por el trabajo de los periodistas y una absurda ignorancia
sobre la vida cotidiana en una ciudad cercada y bombardeada.
Cuando la
desolación devastaba la vida de mis compañeros en Bagdad y el llanto por José y
Julio era unánime en España, su ministra de Asuntos Exteriores sólo daba palos
de ciego y se permitía el lujo de recordarnos a todos que también mueren miles
de personas en Congo. Sí, por supuesto desde hace décadas y muy especialmente
desde 1996.
Usted ha
decidido, señor Presidente, dar credibilidad a la versión oficial de su
gobierno amigo antes que defender los principios que protegen el trabajo de la
prensa internacional. Usted ha preferido enemistarse aún más con los españoles
que trazar una línea divisoria con su amigo Bush hasta que reconozca su error o
aclare el desgarrador incidente. Usted debería haber utilizado la fuerza de la
razón para desenmascarar a los responsables de un posible crimen de guerra.
Espero que
se forme una gran alianza entre todos los medios de comunicación, españoles e
internacionales, para pedir explicaciones al gobierno de Estados Unidos por el
ataque despiadado contra los periodistas que cubren la guerra en Bagdad y
evitar que los asesinatos queden solapados por la inercia de los nuevos
acontecimientos.
Mientras eso
ocurre, señor Presidente, voy a reflexionar sobre la culpa antes de finalizar
esta carta. ¿Se puede ser culpable cuando la decisión de asesinar la han tomado
otros? En el terreno movedizo de la ambigüedad se pueden afrontar distintos niveles
de culpa. Se es culpable por acción: los que han ordenado los asesinatos del
martes 8 de abril
Se puede ser
culpable por omisión: quienes los han permitido, quienes los silencian, quienes
los excusan, quienes olvidan a los “injusticiados”. Entonces, señor Presidente,
la culpa puede acabar salpicando.
FUENTE:
DISCURSOS Y UN ASUNTO PENDIENTE. LA AGENDA DE LA IMAGEN
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