LOS GILIGOYAS
La gran gala
del cine español, en la que pocas veces se unen cine y calidad, hace una burda
imitación a la gala de los Òscar estadounidenses. Y digo burda porque ni el
escenario ni los comediantes están a la altura de lo que es una gran industria
como es la americana; sólo hay que ver cualquiera de sus escenografías y
puestas en escena para entenderlo. No quiere decir eso que para España no esté
bien, teniendo en cuenta la comparación con la primera potencia mundial y sus
grandes ingresos en el sector y demás; al menos lo yanquis distinguen bien
entre los sobados actores de las teleseries y los de las grandes producciones
de cine.
El evento,
que es televisado por la cadena pública, ha ido degradándose. Ya no es el tema
del cine, ya no es una ocasión para mostrar una protesta social, económica o
política (que se puede tolerar, cuando realmente te interesa sólo el cine). Se
ha convertido en una excusa para globalizar (bueno, no tanto, mejor
nacionalizar) las reivindicaciones personales del sector a coste de todos los
españoles y sin pedirles permiso.
Lástima que
a ninguno de los españoles que sufren desahucios y otras penurias, provocadas
por la política económica especulativa en la que nos han metido, le den un
premio para poder protestar sobre la situación en la que viven. O a ninguno de los sectores desfavorecidos
por esta crisis y las que vinieron de antes.
Luego
estuvieron las meteduras de patas, como la de Maribel Verdú lamentando la
situación de muchas familias cuando ella misma fue imagen publicitaria de una
entidad financiera que daba hipotecas muy baratitas. O la de Adriana Ugarte
equivocando el premiado a la mejor canción original y haciendo luego una
altanera y maleducada rectificación. Y, para terminar este apartado bufonesco,
sólo espero que haya una respuesta de Candela Peña tras el desmentido que hizo
el hospital en el que estuvo ingresado
su difunto padre a raíz de sus acusaciones.
Desapruebo
la continuas incoherencia de esta academia insistiendo en su intención de
internacionalizar nuestro cine, cuando ellos mismo cierran las puertas en
España a todo lo que viene de fuera o que pueda llevar un acento diferente. Me
refiero a lo mal parada que ha salido la que ha sido la película más taquillera
de la historia de nuestro cine “Lo imposible”, con actores internacionalmente
reconocidos como Naomi Watts y Ewan McGregor, que trata sobre un acontecimiento
internacional altamente dramático. ¿Es que esta es la academia más estricta en
lo que a gusto artístico se refiere, o hay una serie de preferencias a la hora
de repartir los premios?, porque, ¿Cuál fue la gran vencedora de la noche?
¿”Blancanieves”? Que para mi gusto y sencillo entender en esto del séptimo
arte, no es más que una imitación oportunista de la oscarizada “The Artist” del
año pasado, curiosamente mezclada con el odiado (por el sector más progresista)
tipismo español y una tímida incursión en el expresionismo alemán, según algún
experto. ¿De eso va nuestro cine ahora, de hacer un estudio de lo que funciona
en otros lugares y meterlos en una garrafa a modo de botellón? El cine español
debería dar con una esencia propia que lo distinga, su propio sello, alejarse
del pseudoplagio sin dejar de reconocer lo bueno que hacen fuera y a los que
puedan colaborar en mejorar lo que tenemos dentro.
La verdad es
que esta experiencia televisiva me sirvió para trasladarme al pasado, me vi
siendo un niño en la feria de mi barrio, comiendo una hamburguesa poco hecha y
con doble de ketchup y atento al desfile de disfraces sobre el tablado de
aglomerado de medio metro de altura. Me entretenía viendo la puesta de escena
mientras me enteraba de los cotilleos de las vecinas; y es que ya sabíamos
quién iba a ganar el concurso: la hija pequeña del presidente del bloque que
hacía las veces de barman y organizador.
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