VERGÜENZA AJENA
La
inolvidable boda de la hija de José María Aznar en El Escorial dio la medida de
lo que la derecha política y económica de este país es capaz de transmitir
cuando se siente dueña de todos los resortes del poder. Aquello sucedió una
irrepetible vez y fue muestra suficiente, pero la izquierda cultural, eso que
se ha convenido en denominar progresía, nos ofrece anualmente un espectáculo de
semejante valor demostrativo acerca de la visión del mundo que sustenta y su
posición ante él. Tal es, aumentado y perfeccionado en cada edición, la gala de
los Goya: un completo muestrario de la desnudez moral, intelectual, estética y
humana de un gremio que, consciente de que para millones de seres representa la
belleza, la fama, el ingenio, las ganas de vivir y el éxito, esa noche afecta
ser la conciencia crítica de la sociedad y sólo acierta a proporcionar una
miserable exhibición de hipocresía y partidismo.
Los Goya
rinden el impagable servicio de mostrar cada año ante España entera cómo las
gasta la secta que desde hace décadas maneja a su antojo la política cultural
al mismo tiempo que reduce el cine a un guiso insufrible de sentimentalismo,
procacidad, revancha y demagogia. Naturalmente, la gente toma buena nota y
reacciona como lo haría cualquiera que no fuera el ministro Wert, al parecer
divertidísimo toda la velada. De entrada, cambia de canal, e incontinente se
regocija calculando cuánto se va ahorrar esta temporada de reforzada
abstinencia ante las taquillas de los cines. El divorcio creciente entre el
cine que hacen los goyificados y el que a los españoles les gustaría ver se
resuelve en cada presupuesto del Estado con los millones que todos aportamos
para que ellos puedan seguir ofendiéndonos, no con sus ideas, que ojalá, sino
con la vergüenza ajena que provocan sus historias ridículas, la falta de
proyecto intelectual y de aliento humano que ya ni echamos de menos en ellas.
El mal del
cine y de la cultura española no podría ser ajeno al del conjunto de la
sociedad y la vida nacionales. Es la mala calidad, la mentira instalada en
todos los ámbitos de las instituciones y del quehacer común. La crisis ha
revelado la verdadera faz de muchos de nuestros aparentes éxitos colectivos,
pero en el cine, por su propia naturaleza, nunca ha sido posible ocultarla. La
verdad es que tampoco lo han intentado siquiera.
FUENTE: MÁLAGA HOY
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