COMERCIO JUSTO
Mirar el
comercio justo con las gafas de la soberanía alimentaria. Éste es el reto si
queremos apostar por unas relaciones comerciales verdaderamente justas, tanto a
escala internacional como local, donde no se impongan los intereses de unas
pocas multinacionales que monopolizan el sector sino las necesidades de las
personas y el respeto al ecosistema.
No se trata
de más comercio sino de más justicia en lo social y en lo ecológico. De este
modo, apostar por un comercio justo radicalmente transformador en las
relaciones de producción, distribución y consumo pasa por interpretarlo y
llevarlo a la práctica a partir de la demanda política de la soberanía
alimentaria.
Cuando el
‘discurso único’ se resquebraja
Mucho ha
llovido desde el inicio del movimiento por un comercio justo en el Estado
español en los años 80, cuando se llevaba a cabo una actividad comercial
irregular y voluntarista y donde no existían canales de distribución estables
más allá de puntos de venta en ferias, jornadas solidarias, conciertos, etc. No
fue hasta mediados la década de los 90 que el movimiento experimentó un
crecimiento y consolidación importante. Las organizaciones más veteranas
aumentaron entonces su tamaño y algunas ampliaron sus actividades asumiendo
tareas de importación y distribución de productos, mientras que el número de
organizaciones ascendía un 60% con la incorporación de nuevas ONG, tiendas,
importadoras y distribuidoras. El volumen de ventas, en este mismo período,
también creció considerablemente pasando de 13 millones de pesetas en ventas en
1990 a 700 millones en 19971.
El
desarrollo y crecimiento del movimiento por un comercio justo no ha estado
exento de debates ni de polémica a lo largo de esto años, tanto “hacia adentro”
como “hacia fuera”. La necesidad de afrontar nuevos retos ha puesto de relieve
diferencias de fondo entre las organizaciones acerca de qué se entiende por
comercio justo, cuál es su objetivo, a través de qué medios se logra dicho
objetivo, qué aliados, etc. De este modo, el “discurso único” acerca del
comercio justo, centrado en las desigualdades comerciales Norte-Sur, que dio
lugar al movimiento, se ha resquebrajado. Una situación que no sólo se ha dado
en el Estado español, sino que anteriormente tuvo lugar en países como Francia
e Italia y posteriormente en otros como Portugal y Grecia.
Asimismo, el
movimiento por un comercio justo, a lo largo de estos años, no ha sido inmune a
los acontecimientos que han tenido lugar a su alrededor. La emergencia del
ciclo “antiglobalización”, a finales de los 90, y su crítica a las políticas de
la Organización Mundial del Comercio (OMC), los debates acerca de “qué”
relaciones comerciales a escala global y las aportaciones sobre “otro” modelo
de producción agrícola y alimentaria impactaron en el análisis y la práctica de
algunas organizaciones de comercio justo.
A partir de
los años 2000, podemos considerar que en el Estado español se fueron
configurando dos polos de referencia en el movimiento por un comercio justo.
Por un lado, una visión del comercio justo que se ciñe a los elementos
originales que dieron lugar e este movimiento (criterios de producción en
origen justas, apoyo a las organizaciones productoras en la periferia, énfasis
en la comercialización y en la sensibilización en el Norte), que apuesta por colaborar
con estrategias de Responsabilidad Social Corporativa con empresas
multinacionales, que trabaja con la gran distribución y que cuenta con una
presencia pública hegemónica (a nivel organizativo social, institucional y
empresarial). Y que, consecuentemente, denominaremos: polo “tradicional y
dominante”.
Y, por otro
lado, una visión más integral de lo que es el comercio justo, que no se centra
tan sólo en unas condiciones de producción justas en origen sino que considera
globalmente toda la cadena de comercialización, desde su elaboración en origen
hasta su distribución y venta final, que no reclama tan sólo unas relaciones de
justicia comercial a escala global sino también en lo local, que rechaza
colaborar con multinacionales de la industria agroalimentaria y supermercados,
que establece alianzas con movimientos sociales de base y que tiene una
presencia pública minoritaria. De aquí que lo llamaremos: un polo “global y
alternativo”2.
Aunque hay
que tener presente que el movimiento por un comercio justo no es algo estanco.
Y a pesar de que encontramos a organizaciones estables y con rol de liderazgo
en ambos polos de referencia, una parte de las organizaciones fluctúan entre
uno y otro según el tema y el cómo se ven afectadas por las problemáticas con
las que se encuentran, en lo que podríamos denominar una situación de
polarización dinámica.
La soberanía
alimentaria como brújula
Estos dos
grandes polos de referencia, sensibilidades e interpretaciones sobre qué es el
comercio justo se han ido configurando, como antes señalábamos, en la medida en
que sus organizaciones han tenido que ir enfrentando nuevos debates y retos:
¿lo prioritario es vender productos de comercio justo? Y si es así, ¿a qué
precio? ¿Con qué aliados? ¿Cómo llegamos a más gente? ¿Qué equilibrio entre
comercialización y sensibilización? ¿Trabajamos sólo el comercio justo a escala
internacional o también local? ¿Tiene sentido el uno sin el otro? Etc.
La
emergencia a mediados de los años 90 de la propuesta política de la soberanía
alimentaria de la mano del movimiento internacional La Vía Campesina, y el eco
que consiguió posteriormente con el ciclo “antiglobalización”, interpeló
algunas de las organizaciones del movimiento por un comercio justo y las
orientó, actuando como guía y brújula, a posicionarse en estos debates. La
soberanía alimentaria dotó de perspectiva a un sector del movimiento por un
comercio justo, estableciendo claramente las líneas rojas de su teoría y
práctica.
Pero, y
antes de continuar, qué es la soberanía alimentaria, porqué se plantea y qué
propone. Lo analizamos a continuación.
La
globalización neoliberal, en su trayectoria por privatizar todos los ámbitos de
la vida, ha hecho lo mismo con la agricultura y los bienes naturales,
sometiendo al hambre y a la pobreza a una inmensa parte de la población
mundial. Hoy se calcula que en el mundo más de mil millones de personas pasan
hambre, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), cuando, paradójicamente, se producen más
alimentos que nunca en la historia. Como indica la organización internacional
GRAIN, la producción de comida se ha multiplicado por tres desde los años 60,
mientras que la población mundial tan sólo se ha duplicado desde entonces3,
pero los mecanismos de producción, distribución y consumo, al servicio de los
intereses privados, impiden a los más pobres la obtención necesaria de
alimentos.
El acceso,
por parte del pequeño campesinado, a la tierra, al agua, a las semillas… no es
un derecho garantizado. Los consumidores no sabemos de dónde viene aquello que
comemos, no podemos escoger consumir productos libres de transgénicos. La
cadena agroalimentaria se ha ido alargando progresivamente alejando, cada vez
más, producción y consumo, favoreciendo la apropiación de las distintas etapas
de la cadena por empresas agroindustriales4, con la consiguiente pérdida de
autonomía de campesinos y consumidores.
Frente a
este modelo dominante del agribusiness, donde la búsqueda del beneficio
económico se antepone a las necesidades alimentarias de las personas y al
respeto al medio ambiente, surge el paradigma alternativo de la soberanía
alimentaria. Una propuesta que reivindica el derecho de cada pueblo a definir
sus políticas agrícolas y alimentarias, a controlar su mercado doméstico,
impedir la entrada de productos excedentarios a través de mecanismos de
dumping, a promover una agricultura local, diversa, campesina y sostenible, que
respete el territorio, entendiendo el comercio internacional como un
complemento a la producción local. La soberanía alimentaria implica devolver el
control de los bienes naturales, como la tierra, el agua y las semillas, a las comunidades
y luchar contra la privatización de la vida.
La propuesta
de la soberanía alimentaria no empuja a un retorno romántico al pasado, sino
que se trata de recuperar el conocimiento y las prácticas tradicionales y
combinarlas con las nuevas tecnologías y los nuevos saberes5. No debe consistir
tampoco en un planteamiento localista6 ni en una “mistificación de lo pequeño”
sino en repensar el sistema alimentario mundial para favorecer formas
democráticas de producción y distribución de alimentos.
Líneas rojas
Incorporar
el análisis y la propuesta de la soberanía alimentaria al movimiento por un
comercio justo implica dotarlo de una perspectiva política global. Ya que si
bien el comercio justo enfatiza la demanda de justicia en la comercialización,
y específicamente en el comercio internacional, no se puede obviar que el
comercio es tan solo un tramo de una cadena de producción, distribución y
consumo de alimentos mucho más amplia y que la justicia en las prácticas
comerciales es indisociable de la justicia en cada uno de los tramos de esta
cadena, desde la producción hasta la distribución final, ya sea en el Sur o en
el Norte. Y es en esta mirada al todo, donde la soberanía alimentaria orienta a
un comercio justo que no sólo busca transformar un sistema comercial
profundamente injusto sino un modelo productivo y consumista irracional e
insostenible7. Lo vemos en detalle.
De lo local
y lo global. A pesar de que el comercio justo pone el énfasis en la
comercialización internacional, no obvia los criterios de justicia en la
producción en origen. La debilidad del análisis de un sector del movimiento,
del polo “tradicional y dominante”, reside en solo tener en cuenta este “camino
de ida sin vuelta”, unidireccional, Sur-Norte. Trabajar a favor de la justicia
en las transacciones comerciales internacionales implica reivindicar, también,
esta justicia en el comercio local, ya sea en el Sur o en el Norte.
Así lo han
afirmado algunas organizaciones de comercio justo, activistas e intelectuales
latinoamericanos con vínculos estrechos con la economía solidaria. En palabras
de Rosemary Gomes8: “El comercio justo está basado históricamente en la
exportación Sur-Norte, y creemos que debe traspasar ese límite de origen. (…)
Avanzar promoviendo el desarrollo de mercados internos justos y solidarios y
relaciones comerciales regionales Sur- Sur”. En la misma dirección se posiciona
Pablo Guerra9: “El comercio justo fue creado y desarrollado con una visión muy
paternalista y a pesar de los esfuerzos en contrario, también fuertemente
euro-centrista. En otros términos, digamos que el comercio justo debe progresar
desde una concepción altruista a una más solidaria”.
Tomando la
perspectiva de la soberanía alimentaria, el eje de gravedad se centra en lo
local siendo el comercio internacional un complemento al mismo. De tal modo que
la prioridad ya no es “vender más”, sino que los productores y consumidores en
el Sur, en este caso, puedan producir y alimentarse de una forma sana y
saludable, que tengan capacidad de decidir sobre las políticas agrícolas y
alimentarias, etc. Y este “marco” es el mejor antídoto a un comercio justo que
a pesar de su “etiqueta” puede caer fácilmente en las mismas prácticas del
comercio internacional que dice combatir.
Un productor
de comercio justo tiene que tener asegurada, primero, su seguridad y soberanía
alimentaria. ¿Qué sentido tendría apostar por la exportación de café, cacao,
quínoa… de comercio justo si aquellos que lo producen no tienen qué comer? Esto
que puede parecer obvio, no lo es. Al poner el énfasis en la exportación, esta
cuestión puede quedar en un segundo plano. Vender más café de comercio justo no
garantiza a sus productores salir de la pobreza. Así lo recogía la
investigación de la Community Agroecology Network, en 200410, cuando después de
entrevistar a varios productores de café de comercio justo de México,
Guatemala, El Salvador y Nicaragua concluía que ni su seguridad alimentaria, ni
su capacidad para mandar a sus hijas e hijos a la escuela era superior. La
mejora de su asistencia sanitaria y educativa, afirmaban, respondía más a las
redes locales de apoyo mutuo donde participaban que al mayor precio al que era
pagado su café.
Otro
elemento a tener en cuenta es dónde se comercializan estos productos. Al
priorizar el comercio internacional, aunque “justo”, podemos encontrarnos, como
sucede con el comercio convencional de café, que donde menos se consume un café
de calidad es, precisamente, en los principales países productores. Apostar por
una producción y una distribución local, implica garantizar su consumo en este
ámbito, lo que implica no sólo dar acceso a estos productos a escala nacional
sino, también, un mayor beneficio para la economía de base y un menor impacto
medioambiental en lo que a transporte de mercancías se refiere. Experiencias
como las de la Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas
(UNORCA) en México, promoviendo la comercialización a escala nacional de café
de comercio justo producido por pequeños campesinos locales11, son un ejemplo a
seguir.
Mirar con
las gafas de la soberanía alimentaria nos permite, asimismo, combatir otra de
las prácticas que se llevan a cabo desde una visión “tradicional y dominante”:
importar productos que ya se producen aquí, como vino, miel, aceite…, con
componentes sociales y ecológicos equivalentes Vender más, con el consiguiente
beneficio para las comunidades origen, justifica estas prácticas, pero desde el
punto de vista de la soberanía alimentaria, y como defienden las organizaciones
situadas en el polo “global y alternativo”, esto no tiene ningún sentido, ya
que este beneficio no compensa ni el impacto medioambiental de su transporte ni
la competencia al productor local (aunque esto último no debe implicar en
ningún caso caer en una defensa chovinista o localista de los productos “de
casa” frente a los de fuera).
De la parte
y el todo. Otra debilidad es tomar la parte por el todo. Considerar que
“comercio justo” es un paquete de café, de cacao, de te… cuando en realidad es
mucho más. Desde un punto de vista “tradicional y dominante”, al poner el
énfasis en los criterios de producción en origen (salarios y condiciones de
trabajo dignas, respeto al medio ambiente, igualdad entre hombres y mujeres…),
la visión de conjunto, de la cadena de comercialización, se pierde. En
consecuencia, se aplican una serie de criterios de justicia social y ecológica
en origen pero no al resto de actores que participan en la cadena, cayendo en
una visión muy reduccionista de lo que son las relaciones comerciales y dándose
la paradoja que se evalúa, sanciona… al productor en el Sur si no cumple con
dichos criterios, no así al punto de venta en el Norte, aunque, como en el caso
de las grandes superficies o multinacionales de la agroindustria, no cumpla con
ninguna de estas garantías.
Y es que el
comercio justo no puede entenderse como una práctica aislada en relación al
modelo de producción, distribución y consumo. No se trata de un “islote” al
margen del sistema capitalista, sino que se inserta en el mismo. Ser
conscientes de ello, como nos ubica la perspectiva política de la soberanía
alimentaria, es la mejor manera de luchar contra los “cantos de sirena” de un
capitalismo teñido de solidario y de verde.
De amigos y
enemigos. Querer vender cuanto más mejor, aunque pueda parecer contradictorio,
no es siempre la mejor opción. ¿Vender más productos de comercio justo a qué
precio? ¿A través de qué canales de distribución? ¿Con qué estrategias
comerciales? Son preguntas clave para no precipitarnos al elegir “compañeros de
viaje”. A menudo, desde organizaciones que situaríamos en el polo “tradicional
y dominante” se justifica la venta de comercio justo en supermercados o a
través de multinacionales de la industria agroalimentaria con el teórico fin de
llegar a más gente, conseguir más ventas y, consecuentemente, más ingresos para
las organizaciones del Sur. Pero hay una cuestión fundamenta a tener en cuenta,
¿trabajando con los mismos que generan y se benefician de las injustas reglas
del comercio internacional conseguiremos cambiar dichas políticas? Creo que no.
Las empresas
de la gran distribución (los supermercados), promotoras de un modelo de
agricultura intensiva, quilométrica, petrodependiente…, que acaba con la
agrodiversidad, que paga unos precios muy bajos al campesinado y, en
consecuencia, lo empobrece, que fomenta unas relaciones laborales basadas en la
precariedad, que insta a un consumo irracional e insostenible12, han visto en
la comercialización de productos de comercio justo, también en los ecológicos,
un nuevo nicho de mercado y una opción para el marketing empresarial.
Carrefour, Mercadona, Eroski, El Corte Inglés, Alcampo, entre otros, a pesar de
intentar dotarse de una imagen “equitativa y responsable” con la
comercialización de dichos productos, no han cambiado sus prácticas y siguen
acumulando denuncias por políticas antisindicales, opacidad en el
establecimiento del precio de sus productos, competencia desleal con el
comercio local, etc.
Multinacionales
como Nestlé, Kraft Foods, Procter & Gamble, Mc Donald’s o Starbuck’s han
promocionado marcas propias de comercio justo y distribuyen en algunos de sus
establecimientos productos certificados. El caso de Nestlé es uno de los que ha generado mayor polémica,
¿cómo la empresa más boicoteada del mundo, acusada de violar derechos
medioambientales y humanos, puede ‘promover’ el comercio justo? En octubre de
2005, Nestlé, en Gran Bretaña, lanzó su primer café de comercio justo: el
Nescafé Partner’s Blend, certificado por la Fairtrade Foundation (FLO
Internacional). El director de la certificadora, Harriet Lamb, mostraba su
satisfacción al afirmar que la decisión tomada por Nestlé era resultado de la
presión ejercida por la ciudadanía y consideraba a Nestlé como “una gran multinacional que
escucha a la gente y les da lo que pide”13. Sin comentarios.
La
certificación de productos de comercio justo es otra cuestión controvertida y
elemento de división. Mientras que para el sector “tradicional y dominante” la
certificación permite llegar a más gente y que grandes superficies y
multinacionales comercialicen estos productos, lo que consideran un logro del
movimiento; para el “polo global y alternativo” la certificación responde
solamente a una lógica comercial y el sello FLO Internacional14 acaba
excluyendo a la tienda de comercio justo como garante de la equidad del
producto. A partir de esta certificación, cualquier supermercado o gran
superficie queda legitimada para vender un producto de comercio justo, con el
sello correspondiente. Nadie puede evitar que Wal-Mart, Carrefour, Mercadona…
tengan en sus establecimientos productos certificados de comercio justo, ni que
Nestlé, Chiquita o Dole promuevan marcas propias de comercio justo y solidario.
Otra práctica
polémica es la certificación de grandes plantaciones privadas en el Sur, con el
objetivo de cubrir el aumento de la demanda del mercado de comercio justo. La
Coordinadora Latinoamericana y del Caribe de Pequeños Productoras de Comercio
Justo (CLAC) denuncia este hecho al considerar que antepone los intereses del
mercado a las necesidades de los pequeños productores15. Pero pese a las
críticas, las transnacionales de la industria bananera, como Chiquita y Dole,
ya han conseguido la certificación de
sus plantaciones de plátanos y éstos ya se pueden encontrar en los
supermercados británicos y norteamericanos.
Apuntes
finales
A partir de
lo anteriormente señalado, podemos concluir que sólo un discurso y una práctica
del comercio justo que rompa con las injustas políticas agrarias y comerciales,
tanto en el Norte como en el Sur, nos permitirá avanzar hacia otro modelo más
justo, social y ecológicamente hablando.
La soberanía
alimentaria plantea un paradigma global alternativo al actual sistema agroalimentario,
desde la producción, pasando por la distribución hasta el consumo; mientras que
el comercio justo incide, especialmente, en una parte, la comercialización y
distribución, aunque teniendo muy en cuenta, desde la perspectiva “global y
alternativa” el conjunto de la cadena. Es aquí donde soberanía alimentaria y
comercio justo se encuentran y la primera dota de perspectiva a la segunda.
Un comercio
justo es imposible sin el marco político de la soberanía alimentaria. Si las y
los campesinos no tienen acceso a los bienes naturales (agua, tierra,
semillas…), si las y los consumidores no pueden decidir, por ejemplo, el
consumo de alimentos libres de transgénicos, si los Estados no son soberanos a
la hora de decidir sus políticas agrícolas y alimentarias…, si estos elementos
no se cumplen, no puede existir un comercio justo, porqué las transacciones
comerciales seguirán en manos de empresas multinacionales, apoyadas por élites
políticas, quienes básicamente buscan hacer negocio con la agricultura y la alimentación.
Asimismo, en
la medida en que el comercio justo, como es el caso de la visión “tradicional y
dominante”, no toma como demanda estratégica la soberanía alimentaria, ni se
sitúa en esta perspectiva política, sus prácticas comerciales más que avanzar
hacia un comercio con justicia contribuyen, en el mejor de los casos, a unas
pocas experiencias anecdóticas en el marco de las transacciones comerciales
internacionales con la venta de algunos productos de comercio justo y, en el
peor de los casos, acaban limpiando la imagen de determinadas multinacionales,
responsables de estas políticas, justificando sus prácticas injustas y
contribuyendo a una percepción social favorable a las mismas escondiendo las
causas de fondo de los desequilibrios Norte-Sur. De este modo, el comercio
justo puede acabar siendo una alternativa muy limitada, cuando no una
corrección parcial al paradigma comercial dominante.
Por su
parte, la soberanía alimentaria debería de incorporar las demandas del comercio
justo, desde una perspectiva “global y alternativa”, porqué éstas permiten
profundizar en unos criterios de justicia social y ecológica en los
intercambios comerciales, a la vez que la experiencia y el saber acumulado por
el comercio justo Norte-Sur puede ser muy útil a la hora de enfrentar nuevos
retos en la comercialización y la distribución alternativa. Si el comercio
justo Norte-Sur ha conseguido aplicar unos criterios de justicia y una alta
transparencia y confianza en los intercambios comerciales de “larga distancia”,
aplicar estas mismas prácticas en los circuitos cortos de comercialización
debería de ser mucho más fácil.
La
complejidad del comercio justo a escala internacional, con intercambios que van
más allá de la relación directa campesino/a y consumidor/a y que implican
necesariamente más actores (distribuidores, transformadores, transportistas,
etc.), nos puede dar instrumentos en la medida en que sea necesario complejizar
los circuitos cortos de comercialización en el marco de una economía solidaria.
Además, la soberanía alimentaria no niega el intercambio comercial
internacional, a pesar de poner el énfasis en la comercialización local, por lo
cual las prácticas de comercio justo internacional para aquellos productos que
no se elaboren en el Norte (café, cacao, azúcar…) y se tengan que importar del
Sur y viceversa continuarán siendo necesarias.
Las gafas de
la soberanía alimentaria son imprescindibles para dotar de perspectiva política
a un comercio justo radicalmente transformador. Y la experiencia, teórica y
práctica, acumulada por el movimiento por un comercio justo, un buen bagaje a
tener en cuenta por la soberanía alimentaria.
Notas
1/ EFTA,
(1998), Anuario de comercio justo 1998-2000, EFTA, Gante.
2/ Para un
análisis más detallado del polo “tradicional y dominante” y del “global y
alternativo” en el movimiento por un comercio justo ver artículo: Vivas, E.,
(2006), “Los quiénes y el qué en el movimiento del comercio justo”, en
Montagut, X. y Vivas, E., ¿Adónde va el comercio justo?, Icaria ed., Barcelona
pp. 11-27.
3/ GRAIN
(2008) El negocio de matar de hambre en: http://www.grain.org/articles/?id=40
4/
Desmarais, AA., (2007), La Vía Campesina. La globalización y el poder del
campesinado, Ed. Popular, Madrid.
5/ Ibíd.
6/ McMichael, P., (2006) “Feeding the world:
agriculture, development and ecology”, en Panitch, L. y Leys, C., Socialist
Register 2007, Merlin Press, Londres, pp. 170-194.
7/ Vivas,
E., (2010), El sistema agroalimentario mundial al descubierto. La soberanía
alimentaria y el comercio justo como alternativas, memoria de doctorado,
inédito.
8/ Gomes,
R., (2007), “Relaciones norte-sur y sur-sur en el comercio justo: retos y
perspectivas” en Angulo, N. y Fernández, M., Afirmando prácticas democráticas y
estrategias solidarias para un desarrollo sustentable, Grupo Red de Economía
Solidaria del Perú y Universidad de La Habana, Lima, pp. 101-104.
9/ Guerra,
P. (2007) El comercio justo en debate en: http://alainet.org/active/17251
10/
Holt-Giménez, E., Bailey, I. y Sampson, D., (2008) Justo hasta la última gota.
Los retos empresariales para el café de comercio justo, Ed. Sodepaz, Madrid.
11/ Leer más
sobre esta experiencia en: Montagut, X. y Vivas, E., (2009) Del campo al plato.
Los circuitos de producción y distribución de alimentos, Icaria ed., Barcelona.
12/ Vivas,
E., (2007), “La distribución moderna: la invasión de los supermercados”, en
Viento Sur, nº 94, pp. 56-64.
13/
Jacquiau, C., (2006), Les coulisses du commerce equitable, Mille et une nuits,
París.
14/ El sello
FLO Internacional (Fairtade Labelling Organizations) fue creado el año 1997,
con el objetivo de homogeneizar
criterios de certificación de los
productos de comercio justo y de integrar en una única certificadora
internacional iniciativas surgidas anteriormente en otros países como Max
Havelaar en Suiza, Bélgica, Francia…; Transfair en Alemania, Italia, Estados
Unidos, Austria…; Fairtrade en Gran Bretaña e Irlanda, entre otros.
15/ Setem, (2006), El comercio justo en España
2006, Icaria ed., Barcelona.
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