LA MÁQUINA DE EMPEQUEÑECER
He recibido
hace unos días un correo inquietante. Lo firma “una madre y maestra
desesperada”. Me cuenta que no sabe qué hacer con su hijo o, mejor dicho, que
no sabe qué hacer con la institución educativa a la que acude su hijo. El
mensaje dice así:
“Soy una
madre angustiada por el sistema educativo. También soy maestra de infantil. A
mi hijo, que ahora cursa 1º de la ESO, nunca le ha interesado lo que le
contaban en la escuela. Tampoco ahora le interesa lo que le cuentan en el
instituto. No responde al sistema. En la reunión con el tutor se me dice que se
distrae con facilidad, habla con los compañeros, a veces tiene una actitud
desafiante, las notas fatal, parece que no le importe suspender, el profesor de
dibujo técnico está harto…
En relación
al dibujo le comenté que la profesora particular de dibujo me dijo que a mi
hijo le interesaba saber para qué le servía dibujar triángulos según el teorema
de Pitágoras y ella le explicó lo de la sombra etc. El tutor me respondió con
desparpajo: – Ah bueno, eso.-dándome a entender que era una tontería. Por
cierto, el profesor de dibujo le castigó a escribir doscientas veces: estoy
escribiendo doscientas veces esto porque no me he callado en clase de dibujo.
Su padre y yo nos negamos a que lo hiciera y le enviamos una nota al tutor en
la que se decía que si el profesor consideraba que debía tener un castigo, éste
no debía ser el propuesto. Así que además de ser padres de un pre-adolescente
con notas bajas, somos unos irresponsables. Y según ellos, intuyo que
precisamente por eso.
Me siento
profundamente desamparada porque se está transformando a un niño feliz (es una
persona muy positiva) en alguien que no confía en si mismo, que sufre
defraudando a los adultos que le rodean, padres, profesores… Y dentro de esta
catástrofe en la que siento que de alguna manera participo (“ya sé que no te
gusta pero has de hacerlo”), persiste el dolor al ser consciente de que mi
cariño no va a solucionar la situación, no va a remediar que se sienta fuera,
que se sienta menos que.., que se convierta en un ser infeliz. ¿Cómo es posible
que un sistema tan arcaico, con objetivos peligrosamente desfasados, pueda
seguir infligiendo tanto daño a niños y jóvenes ? Y eso que todavía no se ha
aprobado la ley Wert ¿Cómo pueden unos padres que quieren a su hijo sobrellevar
esta tortura e intentar protegerle de esta máquina de empequeñecer y anular la
creatividad de los seres humanos?”.
Hasta aquí
el correo. Y, al terminar, esta postdata.
P.D. ¿Existe
algún instituto o centro educativo donde se trabaje con personas? Vivo en la
Comunidad Valenciana, pero estoy considerando irme a cualquier parte.
Le contesto
a vuelta de correo haciendo algunos comentarios sobre sus preocupaciones y
brindándole algunas sugerencias. Y me quedo pensando en esta institución que,
ante estas situaciones, suele reaccionar pidiendo a los chicos que se acomoden
a sus exigencias, sin preguntarse por la naturaleza de la tarea que realiza
hoy, en un momento de la historia que tiene muy poco que ver con lo que pasaba
hace solo veinte años. Fue emocionante para mí recibir al poco tiempo otro
correo que, al lado del nombre, decía: “madre y maestra reconfortada”.
Tenemos que
preguntarnos qué sentido tiene esta escuela, en tantos aspectos obsoleta. Les
aconsejo que lean el hermoso libro que acaba de oublicar mi querido amigo y
colega Angel Pérez Gómez, catdrático de la Universidad de Málaga. Se titula
“Educarse en la era digital”. En una de sus primeras páginas dice: “La escuela
que hemos heredado enfatiza la uniformidad, la repetición, el agrupamiento
rígido por edades, la división y el encasillamiento disciplinar, la separación
de la mente y el cuerpo, la razón y las emociones, los hechos de las
interpretaciones, el trabajo intelectual y el trabajo corporal, la lógica de la
imaginación, la racionalidad d ela creatividad y el trabajo del ocio”.
Y añade:
“Los niños contemporáneos, en su mayoría, no fracasan en la escuela por el
nivel de dificultad de una exigencia escolar dura, sino por aburrimiento, por
ausencia de interés”.
Cuestiones
peliagudas que nos exigen a todos y a todas una reflexión profunda. La rutina
es el cáncer de las escuerlas. Hay que conocer cuál es el contexto en que
vivimos, cuál la psicología de nuestros escolares y repensar la escuela,
reinventarla desde lo más esencial.
Cuenta
Francesco Tonucci que un profesor llegó al aula con un cucurucho de boquerones
crudos. Repartió uno a cada niño con el fin de que lo observase y lo
describiese detenidamente. Cuando uno de los niños tuvo delante su boquerón, lo
miró con atención y un poco de repugnancia. Inmediatamente levantó la mano y le
preguntó al profesor, temiendo que éste le diera una respuesta afirmativa:
- Profesor,
¿tengo que comerlo?
El profesor
contestó, sorprendido por la pregunta:
- No, por
favor, no tienes que comerlo, es para estudiarlo. ¿Cómo se te ha ocurrido esa
pregunta? ¿Es que tú comes pescado crudo?
El niño, un
tanto abrumado por la situación, contestó:
- Yo, no,
¡pero, como estamos en la escuela…!
Preocupante
comentario del niño. Piensa que en la escuela pueden tener lugar las
experiencia más peregrinas. Nada es de extrañar. Se hace costumbre oír en ella
demandas chocantes:
- Silencio,
niños, empieza la clase de lengua.
Tenemos que preguntarnos
si aquello que hacemos, si la forma en que lo hacemos y el lugar y los tiempos
en que lo hacemos es congruente con aquello que buscamos.
No es
coherente, por ejemplo, pretender que los alumnos alcancen un alto nivel de
participación ciudadana si no ejercitan la participación. Si no pueden opinar,
decidir, intervenir como protagonistas y no como simples destinatarios de lo
que otros han decidido y pensado que les conviene. No se aprende a montar en
bicicleta leyendo un manual con indicaciones precisas. Y mucho menos escuchando
las explicaciones sobre los contenidos del manual.
No es
coherente pretender que tengan espíritu crítico si cada vez que lo ejercitan
son reprendidos o llamados al orden. Si la evaluación consiste más en repetir
que en opinar, investigar y crear.
No es lógico
que se apasionen por el descubrimiento de la naturaleza, por la riqueza de la
biodiversidad, por la importancia de la flora autóctona desde unas clases
rutinarias, monótonas y aburridas, consistentes en repetir nombres y memorizar
conceptos. Recuerdo una viñeta en la que se ve a un profesor pintando en el
encerado una mariposa, mientras un niño “se distrae” mirando cómo vuela sobre
el alféizar de la ventana de la clase una hermosa mariposa de llamativos
colores.
Hay muchos
niños que son considerados hiperactivos en la escuela. Lo que yo creo es que la
escuela es hipoactiva. Creo que es necesario repensar la escuela, comprender su
nuevas exigencias en la era digital y mejorar su organización, desarrollo y su
funcionamiento. Sería terrible que la madre y maestra que me escribe tuviera
razón y que la escuela fuese una máquina de empequeñecer, en lugar de un
instrumento al servicio del desarrollo integral, del apasionamiento por el
saber y del aprendizaje de la convivencia
FUENTE: LA
OPINIÓN DE MÁLAGA
No hay comentarios:
Publicar un comentario