ANY MARTIN
¿Verdad que
habéis escuchado en ocasiones que uno de los síntomas de la crisis de la
democracia es que la gente no confía en las instituciones? ¡Pero si es que para
que haya un ápice de libertad lo que hay que hacer es desconfiar de las
instituciones! Lo que tenemos que hacer es controlarlas desconfiadamente a cada
minuto. Y el hecho de que nos digan que tenemos que confiar en ellas revela que
los gobernantes no creen en la democracia que profesan, sino en la delegación
atontada del poder. Un ejemplo del momento:
Leamos el
artículo 5 de esta ley: Ley de Financiación de Partidos que se aprobó en 2007.
La fundación IDEAS se comenzó a formar entonces y se inauguró un año después,
en 2008. Las fundaciones sí pueden recibir dinero privado sin límite (además
del público que todos conocemos) y no tienen que rendirle cuentas a nadie.
¡Quién necesita más pistas! Ahora que vengan a contarnos que nadie sabía que
Carlos Mulas se hacía con dinero para subvencionar cualquier historia que le
viniera en gana a él o a su mujer. ¡Pero si la propia institución ha sido
constituida para que no sepamos quién pone dinero y a cambio de qué! Pero nada,
a confiar, que si no, ponemos la democracia en crisis. Además, estas
fundaciones son importantísimas, porque, ya se sabe que los políticos no tienen
tiempo para pensar a largo plazo y que los ciudadanos son idiotas, así que,
vamos a colocar en ellas a unos cuantos tecnócratas de la familia que estén en
paro. ¿Y quién paga? Pues quién va a pagar: ¡LOS IDIOTAS! Y ahora, como la
Reina de Alicia en el País de las Maravillas, todos a gritar: ¡Que le corten la
cabeza al director!
¿Cómo no
viste que tenías los días contados desde el inicio, Carlos? ¿Por qué no te
diste cuenta de que serías el primer chivo expiatorio? ¿Por qué no dimitiste
hace un año cuando ABC y El Confidencial comenzaron a destapar todo el asunto o
cuando Jordi Evole en uno de sus programas mencionó a las fundaciones (m. 7:40)
y su papel en la financiación de los partidos?
Escribo hoy
algo alterado, porque me he criado literalmente entre Amy Martins. En esas
ironías de la vida, a Amy Martin la conocí calzando unas Dr. Martens a sus
quince años, por lo que en cierto alarde de maldad adolescente le cayó el mote
de “La Botas”. Nunca pensé que la llevarían tan lejos. Aunque como novelista, y
ahora sin ironías, podía haber ido a cualquier parte. Su marido o ex-marido
(tampoco yo lo sé) fue mi amigo de la infancia y adolescencia y, por tanto, lo
es para siempre. Aunque hace años que no lo veo, Carlos no podrá dejar de ser
nunca mi amigo. Me repugna lo que ha hecho. Ante todo y aparte de birlar
dineros -que a fin de cuentas es a lo que aspira todo político socialista
medio, a las subvenciones y al compadreo- lo que más me asquea es que se
prestase a firmar un estudio para el FMI en el que se recomienda despedir a
120.000 funcionarios portugueses y recortarle el sueldo a los que queden. ¡Ole
y ole y que viva el socialismo! Sobre este informe los fachas, perdón, los
neoliberales, no se han quejado tanto.
Ni por esas
dejará de ser un amigo, porque un amigo de la infancia lo es siempre en el
recuerdo y, lo queramos o no, nos define por afinidad u oposición, junto con
los amores, que no dejan nunca de serlo, al igual que padres o hermanos. Es
casi una década, la más importante, compartiendo pupitre con él, jugando en el
parque a diario y creciendo juntos. Carlos era un buen amigo. Traicionar esos
recuerdos sería desertar de uno mismo. Por eso, para mí, todo este asunto de
Carlos-Amy es parecido a una alucinada película de Buñuel: un extraño y
tragicómico acto surrealista con fascistas enfurecidos, socialistas insultando
a uno de sus compinches, cyborgs electro-pop dirigiendo el Instituto Cervantes
de Estocolmo, cortometrajes solidarios, modernos y superguays, publicidad de
novelas sobre el cadáver político de un ex-marido y con la única ausencia de
Fofito entonando el¡Había una vez…..un circo que alegraba siempre el corazón!
Con Carlos
yo hacía trampa a las chapas en el parque, durante el recreo. Se le daba bien
casi todo, pero las chapas no eran su fuerte, tampoco el mío, por lo que cuando
nos rezagábamos del pelotón de cabeza, comenzábamos a trapichear puestos a
expensas de los que se jugaban la carrera delante y no prestaban atención a los
de cola. Pero claro, cuando te salías con la tuya haciendo trampas, se te
quedaba ese regustillo de saber que no habías ganado de verdad. Tu victoria no
se debía ni a pericia, ni a estrategia, ni siquiera a la suerte, sino a la vil
trampucia, trampa-sucia, caca-futi, grandes superlativos infantiles. Yo notaba
que a Carlos eso no le sucedía, la victoria siempre le sabía a su semejante, la
gloria.
Le hubiera
venido muy bien quedarse en el engaño de las chapas, porque más allá de esas y
otras travesuras infantiles, las trampas tienen sus consecuencias y la caída
desde la gloria tiene su fin en el infierno. Lo lamento mucho, sinceramente,
por el niño que era y es mi amigo. Me acuerdo de aquel relato de Gorki titulado
Criaturas que una vez fueron hombres y veo toda esta burla de Amy Martin como
una continuación titulada Criaturas que una vez fueron niños. Creo que nunca
dejaron de serlo, porque, lo difícil, lo verdaderamente difícil, no es ser
niño, sino dejar de serlo, dejar de buscar el reconocimiento, protección y
cariño de la autoridad y dejar de querer ganar siempre y a toda costa hasta a
las chapas
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