ESTRATEGIAS
METODOLOGÍA INCLUSIVA
Educar a
todo el alumnado sin distinción es la finalidad primera de la escuela pública.
Es decir, enseñar a pensar y enseñar a convivir. Sin embargo, todavía hay
escuelas donde gran número de niños y niñas, y jóvenes, no tienen la
oportunidad de adquirir ni de compartir la cultura. Se les ha robado el derecho
a aprender y a convivir. Por ello, la primera estrategia es devolverles a todas
las niñas y niños su derecho a aprender y a convivir. Afirmar que todo el
alumnado es competente para aprender requiere un cambio de mentalidad del
profesorado respecto a las competencias cognitivas y culturales del alumnado.
Este giro en su pensamiento conlleva una reconceptualización de lo que
entendemos por inteligencia y por diagnóstico.
Estos dos
conceptos si no se conjugan adecuadamente pueden originar mucha discriminación
(ya lo hemos visto en artículos anteriores). Pero para ello el profesorado ha
de estar convencido de que cuando busca la estrategia más adecuada para que
todo el alumnado aprenda el primer beneficiado es él, por eso aprender mientras
enseñamos se convierte en la segunda estrategia docente. En una escuela
inclusiva, justa y democrática el papel del docente no puede ser el de mero
transmisor de unos conocimientos pasados que ha de aprender de memoria el
alumnado, sino que debe enseñar a construir el conocimiento que aún no existe.
Es decir, el corpus de conocimientos no está dado sino que tienen que
construirlo profesorado y alumnado cooperativamente. En este sentido las
funciones del docente, del discente y del currículum cambian de una escuela
inclusiva a otra que no lo sea. Y en concreto el docente en el sistema
tradicional desempeñaba tres funciones: ejercer como catalizador o transmisor
del material de aprendizaje, evaluar el progreso y los logros de los
estudiantes y actuar como modelo de persona culta y de una formación completa.
En el
sistema moderno su papel es muy distinto: primero debe saber trabajar en aulas
muy heterogéneas (etnia, género, hándicap, religión, procedencia,
plurilingüísmo, …), por tanto, ya no puede pensar en un individuo ‘medio’, sino
en la heterogeneidad de niños y niñas, y, además, tiene que aprender otros
sistemas de enseñanza para darle respuesta a la complejidad del contexto del
aula. Ya no sólo vale la explicación verbal y al unísono, sino otros métodos de
trabajo más participativos: el método de proyectos, seminarios, talleres,
grupos de trabajo, etc., donde el conocimiento se va a construir de manera
cooperativa. Todo esto hace que el trabajo del docente sea más creativo y
original, pero también más exigente al convertir sus clases en verdaderas
comunidades de convivencia y aprendizaje.ç
Cuando
hablamos de convertir las aulas en comunidades de aprendizaje queremos decir
que hemos de transformar nuestra clase para que todas las niñas y niños tengan
las mismas oportunidades de participar en la construcción del conocimiento
basado en el aprendizaje dialógico. En el aprendizaje dialógico el mundo de
significados depende de la calidad de las interacciones que se produzcan en el
aula. En estas clases el aprendizaje se construye a partir del análisis de
situaciones reales vividas por el alumnado, situaciones conocidas por los niños
y las niñas donde los conceptos e ideas fundamentales a aprender son para
lograr estrategias que les permita resolver esas situaciones problemáticas. Lo
más importante en este modo de aprender es que el alumnado se va
responsabilizando de su modo de aprender y es capaz de autorregular el mismo
(“aprender a aprender” y “aprender cómo aprender”. Metacognición), en donde el
conversar y el intercambiar puntos de vista, y la actividad compartida son los
pilares del proceso de enseñanza y aprendizaje. Este aprendizaje dialógico va a
convertirse en la tercera estrategia para lograr la educación inclusiva. Este modo
de construcción del conocimiento de manera social a través del diálogo y la
conversación no es una actividad solitaria sino cooperativa.
En este
sentido el aprendizaje cooperativo va a ser la cuarta estrategia para la
inclusión. Entendemos por aprendizaje cooperativo una manera de construir el
conocimiento (cultura del aula) trabajando juntos a través de la formación de
grupos heterogéneos cuyos componentes son interdependientes y comparten una
serie de cosas, tales como: un espacio y unos objetivos comunes, unos
materiales de aprendizaje y unos cargos que implican cierto grado de
responsabilidad y unas normas de entendimiento donde se reflexiona
conjuntamente sobre una tarea común. Para que se hable de trabajo cooperativo
en una clase los niños y las niñas tienen que cambiar su imaginario de que
aprender es ‘hacer deberes solos’, tienen que comprender que van a la escuela a
construir el conocimiento de manera social y, por tanto, hay que desarrollar el
currículum de otra manera y no siguiendo los temas de los libros y haciendo
deberes de los mismos. El profesorado debe ir haciendo consciente al alumnado
que están aprendiendo a construir ese gran proyecto común que es la convivencia
democrática en su clase.
El propósito
fundamental de la escuela inclusiva es profundizar en la vida democrática en el
centro; es decir, en conjuntar esfuerzos para lograr la libertad y la equidad
educativas, procurando para ello que el colegio sea cada vez más un entorno
humanizado y culto. Desde el Proyecto Roma los profesionales que venimos
trabajando para que sea una realidad la inclusión en nuestras escuelas, además
de tener en cuenta los principios de los derechos humanos, consideramos que,
acaso, lo que ocurra sea que no se conozcan suficientemente algunas teorías
educativas, y que si se conociesen y se aplicasen correctamente algunos niños y
niñas podrían mejorar sus aprendizajes (socioconstructuvismo). Precisamente eso
es lo que nosotros hacemos, porque estamos convencidos que la educación de
calidad no consiste en ofrecer sólo el derecho a la educación, sino en
ofrecerles una educación donde todas y todos tengan cabida.
De ahí que
nuestra labor docente sea una labor eminentemente ética donde nuestras acciones
repercuten de una manera u otra en su destino. Esta preocupación de cómo
nuestras acciones repercuten sobre otras personas se convierte en nuestro
compromiso ético y no debemos hacer algo
que repercuta negativamente sobre otros. De aquí surge la quinta estrategia que
es tomar conciencia de que la educación inclusiva es un compromiso con la
acción y no sólo un discurso teórico. En fin, debemos saber que la escuela
inclusiva es un proyecto moral al vivir comprometidos y preocupados por las
desigualdades e injusticias sociales y culturales. Por eso es de justicia social
el trabajar por proyectos de investigación en las escuelas. De eso me encargaré
de hablar en el próximo artículo.
(*) Miguel
López Melero. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar en l Universidad
de Málaga
NOTA) Este
artículo se publicó en la revista ESCUELA, Nº 3968 (17/01/2013 )
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