EL
SUBIDÓN
Después de un verano de malas noticias,
una especie de paréntesis sin paréntesis (si acaso, la prima de riesgo se ha
relajado algo), se adelanta un otoño de noticias pésimas. Cuando llega
septiembre todo va a ser maravilloso: maravillosamente malo.
Empezamos el mes con un subidón. El gran
subidón, pero no en el estado de ánimo colectivo, que continúa más abajo de los
suelos, sino en los precios. A la inflación disparada por el alza de los
combustibles se unen el aumento del IVA generalizado y la reclasificación de
los productos a los que se aplican los distintos tipos impositivos. Que Mariano
Rajoy diga que no piensa en posteriores incrementos del IVA y el IRPF sólo
significa, dados los precedentes, introducir un factor de inquietud al
abatimiento que padece la sociedad. Nadie puede estar seguro.
Suben todos los servicios básicos, del
agua al gas y de la luz al teléfono. Suben los taxis y los vuelos, el cine y el
teatro. Cortarse el pelo costará más caro. Hasta las funerarias verán más
gravadas su actividad, aunque en su caso es metafísicamente imposible que los
clientes-destinatarios de sus servicios vayan a quejarse. Algunas grandes
compañías de alimentación y moda y muchas pequeñas y medianas empresas se
comprometen a absorber ellas mismas el aumento del IVA de los productos que
venden, sin repercutirlo a la clientela, pero no hay que confiarse. Puede ser
una ayuda temporal destinada a aminorar el golpe inflacionario. También los
malpensados sugieren que esas compañías ya han redondeado los precios con
anterioridad y que la asunción del IVA es sólo aparente.
Hablando de apariencias, no hay que
dejarse engañar por las terrazas llenas y los chiringuitos a tope. Es un hecho
que el turismo nacional ha bajado y que los viajes al extranjero han caído. Eso
sí, se ha redescubierto la familia. Nunca se han reforzado tan intensamente los
vínculos familiares. Quienes han podido disfrutar de vacaciones lo han hecho en
muchos casos ocupando el apartamento del pariente que tampoco está en
condiciones de usarlo todo el verano, apretándose en el piso alquilado por otro
o volviendo a la casa de los abuelos en el pueblo.
-¿Dónde has pasado las vacaciones?
-He estado de costa a costa... A costa
de mi cuñado, a costa de mis primos, a costa de un amigo...
Ha cambiado el paradigma del consumo
nacional. Los que se deciden a comprar algo o no tienen más remedio que hacerlo
solamente miran ya una de las características del objeto: su precio. Los
despedidos, recortados o ajustados, claro está, consumen menos, y los que aún
no lo han sido, también, porque temen ser los próximos Quizás se saneen las
finanzas públicas, pero ¿a qué precio?
PUBLICADO EN MÁLAGA HOY
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